miércoles, 4 de marzo de 2020

El Vampiro de Neptuno: Yo soy Leyenda: El Hombre Ωmega part Deux.


  Ni Will Smith puede salvarnos.

La historia se repite. El virus se ha extendido de nuevo por todo el mundo.

Y la gente sigue sin lavarse las manos como les advertí hace ya más de una década. Solo se las mojan por encima, si acaso abren la llave del lavabo. Tenemos lo que merecemos.

El nuevo virus fue identificado en China desde finales del 2019. Y de inmediato se pusieron en marcha para proteger a los más vulnerables: las industrias que dependen de productos hechos con mano de obra barata para mantener sus altos márgenes de ganancias. Y aún así no llega por correo el llavero con sonidos de pedos que pedí por internet.

Para cuando el gobierno chino quiso contener la epidemia, poniendo en cuarentena ciudades enteras, fue ya muy tarde: los visitantes de todas las esquinas del mundo lo han esparcido por doquier. Todos los días espero leer que Madagascar ha caído, el último reducto de protección ante las enfermedades.

 
¡Gracias a Dios! No es Coronavirus.

Al oír las primeras noticias, de inmediato fui por las provisiones necesarias: comida no perecedera en la forma de frijoles y arroz, cerveza Corona (en descuento) para desinfectar mis entrañas con regularidad, y suficiente papel de baño para hacer un fuerte en que no entre ni un virus, o incluso mujeres.

Día 4: El papel de baño se acabó. Tengo que usar mi ropa para limpiarme.

La gente se quejaba de que el nuevo Presidente diera conferencias cada día, pero ahora las quieren que haya cada media hora. El internet me ofrece curas milagrosas con polvo de cuerno de narval y baba de perico, pero ya me encuentro experimentando con una pócima de nopal y plátano para darle sabor.

Fumo tres cajetillas diarias para asegurarme que el humo no deje lugar al virus para entrar a mi delicado organismo. La vacuna que se necesita para combatir la enfermedad no estará lista hasta dentro de varios meses, pero aún así no la tomaré: no quiero que me dé autismo.

Yo haciéndole la prueba al repartidor de pizzas para asegurarme que no está infectado.

Las últimas cifras indican que tengo un 0.2 por ciento de probabilidades de que sea fatal. Cada vez que estornudo tomo una pistola cargada y un termómetro. Me pongo la pistola en la boca y el termómetro en la axila. Antes tomaba la temperatura vía rectal, pero tras una confusión tuve que cambiar el método.

Mi novia me llamó alarmista, pero tras varias horas de discusión por fin entendió que debíamos aislarnos cada quien en su casa para evitar cualquier posible contagio. Espero que esté bien, ya que no ha contestado mis llamadas desde entonces, supongo para evitar que el virus salte a mi teléfono.

No faltes al trabajo. El embarque de pantuflas de conejito no se manda solo.

Cuando solo quede el 99 por ciento de la población mundial saldré de mi cuarto, protegido por bolsas de basura y cinta adhesiva, me pondré el traje de cuero y la máscara, e iniciaré mi nueva carrera como líder de un grupo de saqueadores del recurso natural más vital en el nuevo mundo: el refresco de grosella.