II
El bar "El Gallo Dorado" estaba en un local algo pequeño. El frente estaba en la esquina de una cuadra, pintado de color blanco y azul, con varias partes en que la pintura se había descarapelado. A ambos lados de las puertas de aluminio gris, estaba el nombre del local, acompañados con un dibujo de un gallo, cantando a todo pulmón.
El interior no era mucho más animado. Tenía apenas el espacio suficiente para unas diez mesas de plástico blanco, adornadas con los logotipos de distintas marcas de cerveza. Las paredes estaban pintadas de un color verde en tono muy claro, que se veía casi enfermizo bajo las luces fluorescentes.
Pegada a la pared trasera, a un lado de los baños, estaba una máquina tocadiscos, todo luces de neón y botones brillantes, que parecía tener solo música de banda. Algún listillo había metido cincuenta pesos, y la máquina reproducía una y otra vez la misma canción de la Sonora Santanera.
A Sergio le había costado un poco de trabajo volver a encontrar el lugar. Estaba a veinte minutos del centro de Nogales, pero escondido tras una variedad de callejuelas serpenteantes y calles sin nombre.
El lugar casi no había cambiado nada en siete años. Esperaba que no fuera lo único que mantuviera igual.
El joven se acomodó la mochila al hombro, y entró al bar. Eran poco más de las dos y media de la tarde, pero ya había un par de clientes en sendas mesas, cada uno con una botella de cerveza de a cuarto.
Sergio caminó hacia el propietario, que se encontraba detrás de la barra, metiendo varias botellas de cerveza en la nevera de plástico que tenía a un lado.
-Un momento -pidió el hombre, mientras acomodaba las últimas botellas del cartón. Estaba casi calvo, con un cuerpo grueso y bronceado. Llevaba puesta una vieja playera de las Chivas del Guadalajara, y las rayas verticales mostraban el contorno de su abultado estómago.
-Quiero ver al tío Graciano, para hablar viaje -soltó Sergio, una vez que el propietario se volvió a verlo.
-Uy, el tío Graciano ya se retiró -explicó el hombre, mientras que se secaba las manos con un trapo que había dejado en la barra. -Hace unos tres años, ya. Pero puede hablar con su sobrino, si quiere.
-Sí, claro, no hay pedo -aceptó Sergio, sintiéndose un poco aliviado.
-Tome asiento, va a tardar un poco en llegar -indicó el propietario, señalando una de las mesas que estaban cerca de la pared, junto a uno de los otros clientes. -¿Va a querer algo en lo que espera?
-Una Coca, por favor -pidió el joven, para luego ir a sentarse a dónde le habían indicado.
Sergio se sentó en la silla que estaba más cerca de la salida, solo por si acaso hubiera algún problema. Su asiento estaba justo de frente al de otro cliente, un viejo casi acostado sobre su mesa, que no parecía querer soltar su botella de cerveza, como un naúfrago en medio del mar que es la incertidumbre diaria de la vida.
El propietario llegó casi en seguida con una botella fría de Coca Cola y un popote.
-Son quince pesos, joven -dijo el hombre, poniendo la botella con un sólido golpe en la mesa. -Feliciano llegará en veinte minutos.
Sergio buscó las monedas en el bolsillo de la chaqueta donde llevaba el cambio, y pagó por el refresco. El propietario tomó el dinero y volvió a su lugar detrás de la barra.
-Vas a morir allá afuera, chamaco -dijo una voz ronca por años de aguardiente.
El viejo había levantado un poco la cabeza, y la tenía apoyada sobre su brazo libre. Su rostro estaba más arrugado que una hoja de papel que alguien hubiera tirado a la basura. Tenía una cabellera plateada y despeinada, con algunas partes de calvicie cerca de las sienes y la coronilla.
El anciano usaba una camisa de manga larga, de color blanco. Sus pantalones no eran de mezclilla, sino de tela de algodón de color café deslavado por los años. En los pies tenía un par de zapatos negros muy usados, pero que se veía que boleaba con esmero.
-¿A qué se refiere, señor? -inquirió Sergio, para luego dar un sorbo a la pajita del refresco.
-En primera, mi nombre no es señor, es Eliseo. Y en segunda, has de creer que a pesar de mis años soy nada más que un pinche alcohólico ignorante, ¿no es así? -exclamó el viejo, acomodándose en su asiento.
-No, señor Eliseo, para nada -insistió Sergio, echando un vistazo por el rabillo del ojo. El propietario del bar se había ido a la parte trasera del local, y no había manera de saber cuanto tardaría en volver.
-Deja el señor, me haces sentir más viejo de lo que soy -ordenó Eliseo, para luego tomar un sorbo de su cerveza. -Y harías bien en oír mi advertencia.
-¿Y de qué me advierte, Eliseo? -preguntó el joven, impaciente porque el propietario volviera. -¿Acaso me encuentro en peligro?
-No, todavía no, chamaco. Pero lo estarás, si decides seguir con tu actual curso, como un barco que no ve las rocas que lo hundirán hasta que es demasiado tarde -dijo Eliseo, levantando un poco la voz.
Sergio todavía se sentía algo incómodo, pero de pronto empezó a sentir interés por lo que decía el viejo Eliseo. Había algo en la manera en que decía las cosas, una cierta intensidad en su voz que a Sergio se le hacía familiar en alguna manera, y atrayente como el metal a un imán.
-Puede que este país no sea mucho, pero es tu hogar, y en el peor de los casos es mejor que nada -comenzó Eliseo. -No vayas al Norte, ahí no hay nada que no puedas conseguir aquí.
-Pues es muy fácil para usted decirlo, Eliseo -respondió Sergio, un tanto sorprendido por hacerlo. -A veces a uno no le queda de otra.
-¡Esas son chingaderas, niño! -exclamó Eliseo, apretando su botella de cerveza hasta que los nudillos de la mano casi esquelética se pusieron blancos. -Hay muchos buenos trabajos de este lado, pero no los consideras porque no pagan en dólares, ¿a qué no?
-Si pudiera arreglármelas con uno de esos trabajos, no me importaría el que fuera, incluso si tuviera que nadar en mierda todos los días -dijo Sergio. Luego tomó otro sorbo de refresco. Comenzaba a sentirse un poco molesto con el viejo.
-Claro, claro. Pero siwmpre hay alguna excusa, ¿no? ¿Cuál es la tuya, chamaco? -inquirió el viejo, con un tono entre acusatorio y curioso.
-Si tanto quiere saber, tengo una hermana menor -mencionó Sergio, dejando el refresco a medio beber sobre la mesa de plástico.
El viejo se reclinó en su asiento, tratando de sentarse de una manera aún más cómoda. Al final, quedó con las piernas extendidas bajo la mesa, y medio cuerpo hundido sobre la silla. Pero esto no afectó el volumen de su voz, ni la intensidad que había detrás de ella.
-Hay mucha gente con hermanas menores, pero no todos se van al otro lado. Deberías pensarlo mejor, sobre todo por ella -insistió Eliseo. -¿Tienes idea de los peligros a los que te expones?
-De hecho, sí, la tengo. Ya había cruzado en una ocasión, hace siete años, con mi papá y sus amigos -dijo Sergio, esperando que la conversación ya estuviera llegando a su fin.
El viejo movió la cabeza de un lado a otro, en un gesto de negación.
-Mucho ha cambiado en estos siete años. Ya no solo se trata de que te agarre la patrulla fronteriza y te regresen. Ahora es casi imposible irte sin que los carteles tengan algo que ver, y eso si tienes la suerte de que no te agarren de menso y para cosas... desagradables -comenzó el viejo. -También están los peligros del desierto, como la sed y los animales salvajes. Y otras cosas...
El viejo comenzó a temblar, como si sintiera mucho frío. Sergio iba a preguntarle si sentía bien, pero continuó hablando antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo.
-Recuerdo como era ser joven como tú, chamaco, aunque ya han pasado más décadas de las que tú llevas vivo. Pensaba que lo sabía todo, y que no había nada en el mundo que pudiera hacerme daño -rememoró Eliseo, con un tono de nostalgia en la voz aguardientosa.
-¿Pero a qué se refiere con otras cosas? -preguntó Sergio, inclinándose un poco sobre la mesa.
Si había algún peligro del que no estuviera enterado, él quería saber todo lo posible antes de verlo cara a cara cuando cruzara la frontera.
-En la Biblia dice que Jesús nuestro señor pasó cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, en ayuno. Tuvo que enfrentar solo la naturaleza implacable, y las tentaciones de Lucifer, el príncipe de las mentiras -inició Eliseo.
-¿Y eso qué tiene que ver conmigo? -soltó Sergio, con impaciencia.
-¡Calla y escucha! Porque la naturaleza salvaje es la morada de los seres impíos -dijo Eliseo, incorporándose de un salto. -Es ahí dónde las fronteras entre el Cielo y el Infierno se confunden con mayor facilidad, se vuelven más fáciles de cruzar para los seres que medran en la oscuridad. ¡Ten cuidado, chamaco!
Sergio comenzó a sentir como si una mano invisible le estuviera rodeando el corazón, apresándolo con garras de hielo. La actuación del viejo era muy dramática, pero tenía una intensidad en la voz que hacía que Sergio comenzara a creer poco a poco en sus advertencias.
Eliseo iba a continuar con su perorata, pero fue interrumpido por el propietario del bar, quién quitó la botella de cerveza vacía de su mesa.
-Está bien, ya fue todo por hoy -dijo el grueso hombre, para luego limpiar la superficie de la mesa con el trapo húmedo. -Cuando te pones a predicar de nuevo, es señal de que ya tomaste demasiado, padre Eliseo.
-¿Él es un padrecito? -preguntó Sergio, con algo de incredulidad. En todo caso, eso explicaba el que tuviera tanta intensidad al predicar.
-Lo era, pero comenzó a preferir pasar más tiempo aquí que en la iglesia, ¿o no, Eliseo? -comentó el propietario, con una sonrisa irónica en el rostro.
-Está bien, nomás dame otra para el camino, y me voy -respondió Eliseo, tratando de volver a sentarse sin caer al suelo.
-Cuando digo que ni una más, es ni una más, Eliseo. Mejor vete a dormir a tu casa un rato -ordenó el calvo, mientras le ponía una manaza en el hombro izquierdo. -Ya te veré mañana a la misma hora.
-Muy bien, muy bien, Roberto. Mandas a un pobre sediento a la calle -lamentó Eliseo, pero luego volvió a clavar la mirada en Sergio. -¡Recuerda lo que te dije! ¡Porque no hay peor ciego que el que no quiere ver!
Eliseo salió del bar sin armar más escándalo. El propietario vio como cerraba la puerta deslizante con alivio.
-Siento mucho que hayas tenido que oírlo -se disculpó el hombre, mientras acomodaba la silla en que el viejo había estado sentado desde que el bar había abierto.
-Está bien, no hay cuidado. Ese tipo es todo un personaje -comentó Sergio, relajándose un poco.
Sin darse cuenta, todo su cuerpo se había ido tensando poco a poco durante el improvisado discurso de ese viejo.
¿O acaso no había sido tan improvisado?, pensó él. De inmediato bajó la mirada a dónde había dejado su mochila, a un lado de la silla, y sintió un gran alivio al ver que seguía en su lugar.
-Felipe ya está por llegar. ¿No quieres algo más fuerte en lo que esperas? -sugirió el propietario, señalando hacia el refresco casi vacío que Sergio tenía enfrente.
-No, así estoy bien -dijo Sergio.
El propietario volvió a ponerse detrás de la barra, y acomodó la botella vacía que había quitado de la mesa de Eliseo. Sus pensamientos se tornaron en recuerdos, acerca de ese pobre viejo.
Era una maldita pena lo que le había pasado al padre Eliseo, consideró Roberto. Durante varios años fue el párroco más querido de aquel barrio de Nogales, pero poco después de cumplir cuarenta y tres años se le había botado la canica.
La iglesia lo expulsó después de oír que ya no predicaba la enseñanzas de Cristo como se debía. Pero la verdadera razón, era que había trabajado con los polleros durante años para pasar a varias personas al otro lado de la frontera.
Aquello no le gustó al obispado, y cuando le dieron la opción de dejar los hábitos o sus actividades criminales, eligió lo primero.
Los siguientes años fueron algo raros para Eliseo. A veces insistió en cruzar la frontera con algún grupo, que decían que el padre se perdía de vista a poco de saltar la barda. en cada ocasión temieron que ya no volviera, pero siempre volvía después de un par de semanas.
La última ocasión había vuelto muerto de sed y hambre, cubierto con varias heridas extrañas, y murmurando incoherencias, como en sus peores momentos de locura. En medio de su delirio, el viejo hablaba de la oscuridad, y una infestación que consumiría lo que quedaría del mundo.
Eso había pasado hace veinte años. Desde entonces, el antiguo párroco se pasaba los días bebiendo, y las noches en la inconsciencia sin sueños de la borrachera.
Aún a los ochenta años, Eliseo exhibía una fuerza interior que seguía sorprendiendo a muchos en el barrio. No pasaba semana sin que pensaran que sería la última que seguiría con vida, y cada semana los seguía sorprendiendo.
Roberto dejó de lado los recuerdos. La tarde estaba empezando, y pronto llegarían los clientes que tomarían unas cervezas para aguantar en lo que acababan sus turno, y así poder disfrutar mejor cuando llegara la noche.
Paul and the others had arrived at the ranch just as the last rays of sunlight were dissapearing on the horizon. The terrain all around was pretty rough, except for the improvised road that lead to the ranch house, just a couple of miles from the main road.
The ranch house was quite nicer than he had expected. It was a one-floor construction, but still quite big, with a nice layout. It looked more than one of those fancy houses in the hills of San Diego than a proper ranch.
-Hey, Rich, wake up. We're here -Paul said, while nudging his passenger. Nick was busy in the backseat, trying to fold back the map they had been trying to decipher for the last two hours.
Rich's snoring was cut short as he woke up. The fat man rubbed his open right palm all over his face, and let out a big yawn.
-At least that's what we hope. We've been going through many backroads, thanks to you falling asleep -Nick complained, popping his head between the two front seats.
-Yeah, this is the place -confirmed Rich, looking at the well-lit house. -C'mon, let's get down, and don't make any sudden movements.
Paul thought it was a bit strange that Rich had said that, but had no time to question him about it, since the fat man had already gone out the truck, followed by Nick. Paul turned off the truck's engine, and followed them.
A short figure appeared in the doorframe, it's features darkened as it stood against the light. Even though he could see little about that person, it was obvious it was carrying a hunting rifle in a ready position.
-Hello, Mike! It's me, Rich, and some friends! Don't shoot! -yelled Rich, while lifting both hands into the air. -C'mon you two, rise them up.
The two younger men exhanged a puzzled and worried look in the ever-growing darkness, but they did as Rich ordered.
Mike took two steps into the porch of the house, keeping the gut at the ready. Suddenly, Paul and the others were bathed in the strong light of a reflector.
-Rich Mikkelsen, you're late! -said Mike, in a high-pitched voiced.
The glare of the reflector had blinded him, but Paul's vision returned back to normal after a few moments.
Mike was a woman, dressed in camouflage, and with an orange baseball cap over her medium length dirty blonde hair. She looked to be in her forties, yet her face still retained some of the energy of her youth.
-Sorry, Mike! We got a bit lost on the way here -Rich apologized, while lowering his hands.
-Don't give me that. You've been here four times already, you should know damn well your way around here -the woman complained, while resting her rifle on her left shoulder. -Who are the kids?
-This one's Nick, and this guy is Paul, I told you about them when I called you, remember? -Rich said, tilting his head at them.
-Well, grab your stuff and come on in. The other guys will be back in a while -Mike said, while turning to go back inside the house.
Paul and the others went back to the truck, and grabbed their backpacks. Rich had also brought with him a large attaché case, made of hard-wood. Nick was carrying a much smaller one, made of high-impact black plastic.
The interior of the house was quite comfortable. There was a large rug over the floor, colored in earth tones. There was a large sofá in the main room, wich also worked as a dining room, with a large round table made of pine and six chairs of the same material.
The walls were decorated with many photographs, some of them in black and white. The most recent showed Mike in various hunting trips. Some of her trophies were also hanging up on the walls, most of them deers and does, but also a couple of squirrels, and even a bunny with antlers like a deer.
-You can put your stuff over there, then come and help me with tonight's chow -indicated Mike, pointing at a guest room.
Paul felt the left leg a bit sore. He hadn't much of a chance to move around during the trip, and even while driving Nick's truck, his righ leg had been the one who did all the work.
Nick and Rich left their things in a corner of the room, where other backpacks were stored for the moment. Paul saw that there were also some rifles next to them, kept in place by hooks and straps.
That solved the mistery of what Rich and Nick had in those cases. Paul felt a bit weird by not bringing a gun, like a house guest who shows up to a party without a gift.
-I thought we were just doing vigilance -Paul commented. He left his backpack next to Rich's.
-Of course we are, Paul. But remember, "it's better to have something and not need it, than needing it and not having it" -Rich answered. -Besides, you know some of those people crossing are not coming just to take our jobs.
-Rich is right -Nick added, leaving his gun case in a small table next to the bed. -Just tell him what happened two years ago, Rich.
Rich was about to start his remembrance, when they were interrupted. Mike had opened the door and stuck her head half-way into the room.
-C'mon, ladies! If you want to eat a hot dinner tonight, you better come help us -she insisted.
The guys went out of the guest room and past the living room, into the kitchen. Inside there was another woman, tending to a large stove. She had auburn colored hair, was a bit taller than Mike, and just a couple less pounds on her frame.
—You kids grab those plates and glasses, and set them in the table back there - Mike pointed at them, and then turned towards the other woman. -By the way, this lady here is Helen. Helen, you remember Rich, and these are Nick and Paul.
While the two younger guys set the tableware, Rich went to the back deck and grabbed some green plastic chairs that Mike had out there.
-Man, I thought we were going to do some real fun stuff -complained Nick, half-joking.
-You guys should've arrived on time, then. The others waited for a bit, but had to use the last of the sunlight to do some reconnaisance near the fence -said Mike, coming out of the kitchen. -Besides, cooking is fun, and if I'm going to have one last hot meal before the weekend, it better be something edible.
She was carrying a big pot full of pasta by the handles, wearing green and white oven mittens. Helen was right behind her, carrying a smaller pot.
-It's because Paul didn't made up his mind about coming with us until the last damn minute -Rich explained, making sure the chairs were evenly distributed.
-Hey, now, it also didn't help that you slept half the way here. -Paul said, trying to defend himself. -Nick just had a vague idea of where we were supposed to drive to.
-It's alright, guys, tomorrow there will be plenty of shit to do for everyone -Mike mentioned. She put the big pot in the middle of the table.
-Remember last year when Mark and Dave drew the short straw and had to cook dinner? -Helen asked, smiling, while leaving hew own pot in the table.
She was wearing a red cotton shirt with a print of a bald eagle. The eagle's wing looked like the bars and stars from the flag, with the words "Never Forget" just underneath it. The orange oven mittens were too big for her small hands, and she took them off with ease.
-Geez, now that was a disaster! I thought a bomb had gone off in the kitchen, and even after all that, their fish croquettes were still undercooked -Mike recalled. -Come, guys, help me with the rest of the food.
Paul's reservations about the trip were almost gone. Now there, in the middle of Mike's kitchen, he felt glad to be there. Instead of having to carry a big bowl of salad, and meeting nice people, he would've been at Josie's, drinking beer alone and wondering what song to put next on the jukebox.
Maybe the whole trip wasn't such a bad idea, after all.
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