III
Sergio se quedó sin saber que decir. Tenía el concepto atorado en la garganta, pero se negaba a salir en forma de palabras.
Un sorbo de la cerveza que tenía enfrente le ayudó a desatorar el nudo conceptual.
-¿Es en serio? -inquirió el joven, dejando la botella de cuartito en la mesa.
-Oye vato, si quisiera hacer bromas me iría al parque a actuar de payaso -mencionó Felipe, apoyando el brazo derecho en la mesa.
Felipe tenía poco más de treinta años, aunque aparentaba un par de años más por el bigote, que siempre traía bien cuidado y recortado, al igual que su cabello, negro como el carbón.
El pollero vestía con una camisa azul de manga larga, pantalones de mezclilla de un color negro deslavado por los años, y unas botas de cuero café, bien cuidadadas. Había dejado sobre la mesa su sombrero de vaquero, blanco como el algodón, al alcance de su mano izquierda.
Felipe era el sobrino de Graciano, quién siete años antes había pasado al grupo de Miguel y Mariano al otro lado de la frontera. Según contaba, su tío había durado solo un par de años más, antes de dejarle todo el negocio a él.
-Pues es que está muy caro. Casi lo mismo que costó cruzarnos a cinco personas, pues -comentó Sergio, todavía un tanto incrédulo.
-Eso fue entonces, ahora es mayor el riesgo -comenzó Felipe, mientras daba sorbos a su cerveza en cada pausa. -Hay mayor vigilancia de parte de los gringos, con más cámaras y drones; los pasos están más vigilados en ambos puntos, y es más difícil cruzar; y los cárteles te pueden agarrar de un lado o del otro, y créeme que no quieres que eso pase.
-¿Y por ese precio seguro sí cruzo sin pedos? -insistió Sergio, todavía sintiéndose inseguro.
Si no podía lograr un buen trato, estaba dispuesto incluso a esperar la caída de la noche, buscar un punto en la barda por dónde pudiera trepar, y jugársela a cruzar el desierto a pie, solo.
-Soy tan seguro que podría ser una agencia de viajes, vato. Y tienes suerte, porque justo mañana será el cruce que arreglo cada mes -explicó el pollero, con una sonrisa, tratando de mostrarse confiable.
-¿Ah, sí? ¿Pues cómo es el viaje? -preguntó Sergio.
Felipe se llevó un dedo a los labios, antes de contestarle.
-Mira, no puedo darte detalles, solo que es una ruta que hago desde hace año y medio, todos los que van cruzan sin pedos. Si vienes, te garantizo que llegas a Tucson. -dijo Felipe, cruzándose de brazos. -Ya después de ahí, es problema tuyo lo que hagas y adónde vas.
Sergio todavía no se sentía muy convencido. Acaso podría probar su suerte preguntando por algún otro pollero, pensó.
-Si todavía tienes dudas, pues es normal. Pero te garantizo que el precio es uno de los más bajos, considerando el riesgo y la distancia -continuó el pollero. -Si lo que quieres es solo saltarte la barda, o probar irte escondido en un coche, también puedo conectarte con la gente adecuada. Pero así sí es más fácil que te atrapen, vato.
El pollero hizo una seña a Roberto, pidiendo otra cerveza. El cantinero la llevó con rapidez, ya que se habían ido casi todos los clientes que llegaban de manera usual a la hora de la comida.
-Cuando acepté este negocio de mi tío, me hizo prometer que una vez que aceptara el dinero de alguien, de quien fuera, yo haría lo posible e imposible por cumplir con lo prometido- compartió Felipe. Limpió la boca de la botella con una servilleta de papel, antes de comenzar a beberla. -Si me pagas, te prometo por la virgencita que te llevaré del otro lado.
Sergio soltó un suspiro. Considerando sus opciones, lo mejor sería tomar el riesgo con Felipe. Cada día que esperara, era un día en que se exponía a ser detenido por la policía, o secuestrado por un cártel, que era casi lo mismo por aquellos lugares.
-Muy bien, acepto tu oferta -dijo Sergio.
Felipe extendió la mano, y Sergio la apretó, sellando el acuerdo. De inmediato sintió que elipe le pasaba un pedazo de papel doblado en la mano.
-Perfecto, entonces te veré mañana en la hora y el lugar que ya sabes -explicó Felipe. -Y abrígate bien.
El pollero acabó la cerveza que le quedaba de un trago, se levantó, y dejó dos billetes de doscientos a Roberto, el propietario del bar.
Sergio esperó unos minutos, y luego se levantó de la mesa, con el papel todavía en la mano. Se acercó a la barra, dónde Roberto estaba ocupado metiendo botellas llenas de cerveza en la nevera de plástico.
-Oiga, disculpe, ¿dónde puedo comer barato por aquí cerca? -inquirió Sergio, con una de las correas de la mochila en el hombro derecho.
-Saliendo vas a la izquierda, hasta la esquina, y de ahí te vas para abajo hasta ver un depósito de la Corona. Justo en frente hay un local con comida corrida -explicó Roberto, haciendo los ademanes para señalar la dirección correcta.
-Gracias -dijo Sergio. -Adiós, y gracias por todo.
-No hay de qué, pero mejor guardate las gracias hasta que estés del otro lado. Te deseo buena suerte -se despidió Roberto.
El cantinero volvió a su labor de reponer la reserva de cerveza helada. Sergio abrió la puerta de aluminio, y salió a la calle. Lo recibió el Sol menguante del atardecer, cuya luz comenzaba a tornarse en tonos naranja.
Mientras esperaba la comida en el local que le habían indicado, Sergio echó un vistazo a la nota. Detallaba la hora y el lugar dónde debería presentarse mañana.
Para cuando le sirvieron la sopa de verduras, Sergio ya tenía un plan. Esa noche buscaría el motel más barato que pudiera encontrar, y trataría de descansar lo más posible. Necesitaría todas sus energías para el viaje.
Se preguntó el porque Felipe le había dicho que se abrigara bien, pero decidió no pensar mucho en ello. Seguiría el consejo, y ya descubriría la razón mañana en la noche.
Por suerte había traído consigo un viejo suéter negro que había usado en el último año de la secundaria. Sus padres lo habían comprado un par de tallas más grande, porque esperaban que lo usara durante la preparatoria.
Sergio decidió dejar de lado sus preocupaciones por un rato, para poder disfrutar su comida. Sería la última buena comida que tendría en un buen tiempo, si lograba cruzar la frontera.
Mientras Sergio comía, el Sol seguía su descenso por el cielo, la gente entraba y salía del local. En el fondo, podía oír el sonido de una televisión sintonizada en una de las telenovelas de la tarde.
Cuando estaba casi a punto de comer lo último de la ensalada que le habían servido con la delgada carne asada, en su mente surgieron de nuevo las palabras del viejo Eliseo.
-Vas a morir allá afuera -es lo que había dijo es viejo borracho.
Sergio se quedó viendo por un momento el último bocado que tenía en el tenedor de plástico blanco.
Morir allá o morir aquí. Al final no había diferencia.
Acabó de comer, y se levantó para ir a pagar a la mujer que estaba encargada.
-Well, ain't that a kick in the nuts -Dave said, like he was doing more than just stating the obvious.
The blond man tried to reach into his gray camouflaged jersey for his pack of cigarrettes, but a mean look from Mike made him take his hand away.
-You know damn well it took me two years to get rid of the damn smell after Shawn died -Mike reminded him. -And that goes for all of you, too. If you want to smoke, do it outside on the deck.
The group had just finished eating dinner. The ones who had gone on the recon mission towards the fence had come back ten minutes after Paul and the others had finished setting things up.
Now they were drinking some beer from a keg that Mark had brought along to celebrate their ten year anniversary of doing the border patrol. Like always, Rich had been drinking a bit more that he should, but so did almost everyone, except for Helen, who was a teetotaller.
-And what happened after you got back home, Paul? -Helen asked, her head resting on the shoulder of a bald man with a black handlebar moustache with specks of white.
George looked like he would've been right at home on top of a chopper, with nothing else but him and the open road. He even had some intrincate tattos on his forearms, some of them looking a bit too rough to be made by a professional.
-Well, if the devil wanted a role-model, I would direct him to the insurance company that I'd signed up before being shipped overseas -Paul commented, his words dripping with some bitterness despite the time that had passed already.
-It's the fault of that goddamn socialized medicine we're being dragged into, if you ask me -Rich intervened, which gained him an annoyed look from Helen. Even if he had noticed it, Rich wouldn't have cared.
-God damn it, Rich, let the kid finish! -said a rather large man, fatter than even Rich.
Sam was almost at his sixtieth birthday, but time had eroded away his patience towards anything he found annoying, and he always had something to feel annoyed by.
Rich shrank a bit in his seat, feigning a sudden interest in his glass of beer. Sam motioned to Paul to continue.
-As I was saying, the insurance company was full of grade-A assholes, every one of them -Paul remembered, while playing a bit with his empty glass. -the bastards not only didn't want to pay for the hospital stay, surgery and all, but also tried to claim that the rehabilitation costs was something that wasn't covered by the policy.
-Fucking rat bastards -muttered Nick, who was resting his head on the table, using his right arm as a makeshift pillow.
-Yeah, that's some messed up stuff, son -Mark added, with a coarse voice. He was the second oldest person in the group, just a couple youngers than Sam. Unlike him, he looked like time had chipped away at more than just his patience, since he looked like tall, wiry scarecrow.
It didn't help that his green and brown camouflage jacket looked a size too big for him to use. It was also hard to ignore the scars running all over his nose and left cheek, a reminder of an old car accident he had been involved in his youth.
-I haven't gotten to the worst part. Or best, if you like -Paul said, with an ironic smile on his lips. -You see this fake leg of mine?
Paul then pointed down to his prostethic leg, and tapped the aluminum shaft with the beer bottle, making the glass sound like the bell on top of the door at Henry's shop.
Out of instinct, Nick got up, looking wildly from side to side.
-Welcome, sir, how can I help you? -Nick asked, like he always did when he was at the shop.
Everyone else laughed at him, while Nick was still trying to remember where he was.
-So, what about the leg? I think that looks fine -George commented, while the laughs started to calm down.
-Oh, this one is fine, is a real good leg. But it's not the leg that those assholes paid for -Paul revealed.
Of all the bad things that had happened once he got back home, that was still the one thing that he was hung up on.
-When I was going through rehab, the doctor told me that soon I would be ready to start working with the prostethic leg -Paul remembered, while the grip on his beer got a little tighter. -And I got kinda excited, because some of the guys that also went there were vets who had this fancy, battery powered things. Like out of a sci-fi movie.
-And people say we don't care about our veterans -Rich interjected. He was getting ready to start a rant, but a quick look around the table convinced him that it would be better received at a later time. Right now, everyone wanted to know more about what Paul was telling.
-Anyway, there I am at the doctor's office, feeling like a kid in Christmas morning, when he enters the room with a large box that looks a little beat-up, sits down and out he takes an ugly,cheap-looking prostethic half-leg -Paul described, still feeling the dissapointment and anger like he was back in that office.
He then explained how the doctor told him that that thing was the best the insurance company was willing to pay for. Paul and his father had tried to argue with the company, but didn't get anything more than getting cited a bunch of rules and regulations.
That thing worked as well as it looked. Paul couldn't even use the cane, and had to keep using the crutches, which did wonders for his ability to move around the town.
-It was a pretty bad time for me and my dad. I wanted to go back to work, any work, but it was damn impossible if I even couldn't walk right -Paul said. Then he nodded towards where Rich was sitting. -It was then that I met Rich and the guys, when he was handing leaflets at a park.
Paul was sitting down in a bench, trying to rest and let what was left of his leg to recover enough to go back to his dad's house. It had been another day were he was going around town, trying to find a job, but almost all of those jobs required someone who could walk without crutches.
He tried to distract himself by watching the people going around the park. He felt a bit bitter at how all these people went around, taking for granted something as easy as walking. He had tried to help his country, to do some good, and now here he was, after the people in charge had done just enough to quiet their conscience.
-He gave one to me, and I just crumpled it up and threw it away once he walked away -Paul recounted. -Then, a couple of days later, he hands me another, which I also threw away. Then a week later, he gives me another leaflet.
-And he told me: "Old man, I'm just going to throw it away like all the others, why do you keep giving one to me?" -Rich mentioned, this time his intervention not being resented.
-Yeah, like that. And he tells me: "Because you look like the kind of guy who is in a hole, and wants to get out" -Paul said, trying to make his best impression of how Rich's voice sounded.
He didn't threw away that leaflet. Once he got back home, Paul took a good look at that piece of paper. It was for a group called Concerned Citizens of America, in big bold letters flanked by crossed American and Confederate flags.
Fellow citizen! America is in danger!
The country is in turmoil, assaulted by enemies both abroad and at home!
As the once great society built by our forefathers crumbles around us,
the effects are being felt by each of us, the good people in every town and city!
Our government no longer cares about us, the true Americans, instead choosing to cater to the whims of a select few!
If you want to learn the truth behind it all, come to our meetings, ever last Saturday of the month!
The next Saturday, Paul was in front of a peculiar looking building. It was made out of two metal shipping containers put togehter side by side, with an elaborate wooden sign identifying it as "The Great Stag Hunting Lodge".
-So, I walk inside, and then I saw Rich, talking to Pete while sitting one of the wooden pine benches they had facing the far wall of the lodge -Paul described. -There were like fifteen other people already sitting there, and when Rich saw me he got up and shook my hand, thanking me for being there.
The first speaker was an old man wearing a cheap looking dark-blue suit. He was from Phoenix, Arizona, and talked at lenght about the problem of illegal immigration. The man's speech was full of attacks towards the "good for nothing liberals" in the federal government that "were content to let his home be run into the ground" by the never-ending flux of illegal immigrants coming from south of the border.
Paul found the speech quite droll, even if did have some interesting facts about the problem of illegal immigration. He was starting to think he should leave, when Rich announced the theme of the next presentation.
It was from a man in his forties, dressed in a flanel shirt tucked inside his jeans. He was bald, and had a full, neatly trimmed auburn beard. He was a representative from a charity whose main concern was helping the injured veterans coming home from Afghanisthan and Iraq.
That grabbed Paul's attention, and vor the next half hour he heard how many veterans couldn't cope with these life-changing injuries at first, but were still the same brave men and women they always were, adapting to their new challenges.
Still, they needed help to go back into society. There weren't many places that hired people like them, and their families also faced their own challenges, getting accustomed to the changes that their loved ones had been through.
-After that meeting was over, Paul asked how he could get in touch with the organization. We got to talking, and that's when I found out about the troubles he'd had with his leg -Rich mentioned, drinking the last of his beer.
-They helped me a lot -Paul admitted. -To get rid of that piece of shit fake leg, and get this new one, that may not be fancy but at least let's me walk without a cane.
-We also helped him find a job at Henry's store -Rich added. He scratched his right forearm, just where a mosquito had bitten him. -It's not fancy, but it's a good, honest job.
-And that's how I got here -Paul finished. He took a sip of his beer. -I wanted to learn more about how to help make our country a better place, and to pay back the kindness I've received.
Everyone around the table mumbled with approval, the drinking and late hour starting to get to them. Nick had succumbed to it already, sleeping with his face down on the table, his left arm covering his messed up hair.
-Okay, everyone, time to go to sleep. Tomorrow we have a busy day -announced Mike, as she got up from the table.
Twenty minutes later, Paul was sleeping on the couch. The sleeping arrangements were always done in a first come, first serve way, but after hearing his tale the other guys almost forced him to accept the couch, instead of his sleeping bag on the floor of the living room, like Rich, Nick, Mark and Dave.
Sam had preferred to sleep on the outside, right on the back deck. He explained that he preferred to be outside, since that's what he always did on his hunting trips, and didn't like much sleeping inside a house other than his own.
Paul had left his prostethic leg right next to the sofa, propped against a small table that had a small flower vase with plastic orchids in it.
He covered himself in the sheets that Mike had given him, printed with a dark green grass pattern and some orange flowers. The night was getting a bit chilly, and he felt less guilty about not sleeping in the floor.
Paul wondered how things would've turned out if he hadn't accepted that leaflet, and gone to the meeting. It was kind of hard to believe that things would been better, he admitted to himself, before falling asleep.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
domingo, 22 de noviembre de 2015
Las Arenas Silenciosas/The Silent Sands Parte II: Capítulo II
II
El bar "El Gallo Dorado" estaba en un local algo pequeño. El frente estaba en la esquina de una cuadra, pintado de color blanco y azul, con varias partes en que la pintura se había descarapelado. A ambos lados de las puertas de aluminio gris, estaba el nombre del local, acompañados con un dibujo de un gallo, cantando a todo pulmón.
El interior no era mucho más animado. Tenía apenas el espacio suficiente para unas diez mesas de plástico blanco, adornadas con los logotipos de distintas marcas de cerveza. Las paredes estaban pintadas de un color verde en tono muy claro, que se veía casi enfermizo bajo las luces fluorescentes.
Pegada a la pared trasera, a un lado de los baños, estaba una máquina tocadiscos, todo luces de neón y botones brillantes, que parecía tener solo música de banda. Algún listillo había metido cincuenta pesos, y la máquina reproducía una y otra vez la misma canción de la Sonora Santanera.
A Sergio le había costado un poco de trabajo volver a encontrar el lugar. Estaba a veinte minutos del centro de Nogales, pero escondido tras una variedad de callejuelas serpenteantes y calles sin nombre.
El lugar casi no había cambiado nada en siete años. Esperaba que no fuera lo único que mantuviera igual.
El joven se acomodó la mochila al hombro, y entró al bar. Eran poco más de las dos y media de la tarde, pero ya había un par de clientes en sendas mesas, cada uno con una botella de cerveza de a cuarto.
Sergio caminó hacia el propietario, que se encontraba detrás de la barra, metiendo varias botellas de cerveza en la nevera de plástico que tenía a un lado.
-Un momento -pidió el hombre, mientras acomodaba las últimas botellas del cartón. Estaba casi calvo, con un cuerpo grueso y bronceado. Llevaba puesta una vieja playera de las Chivas del Guadalajara, y las rayas verticales mostraban el contorno de su abultado estómago.
-Quiero ver al tío Graciano, para hablar viaje -soltó Sergio, una vez que el propietario se volvió a verlo.
-Uy, el tío Graciano ya se retiró -explicó el hombre, mientras que se secaba las manos con un trapo que había dejado en la barra. -Hace unos tres años, ya. Pero puede hablar con su sobrino, si quiere.
-Sí, claro, no hay pedo -aceptó Sergio, sintiéndose un poco aliviado.
-Tome asiento, va a tardar un poco en llegar -indicó el propietario, señalando una de las mesas que estaban cerca de la pared, junto a uno de los otros clientes. -¿Va a querer algo en lo que espera?
-Una Coca, por favor -pidió el joven, para luego ir a sentarse a dónde le habían indicado.
Sergio se sentó en la silla que estaba más cerca de la salida, solo por si acaso hubiera algún problema. Su asiento estaba justo de frente al de otro cliente, un viejo casi acostado sobre su mesa, que no parecía querer soltar su botella de cerveza, como un naúfrago en medio del mar que es la incertidumbre diaria de la vida.
El propietario llegó casi en seguida con una botella fría de Coca Cola y un popote.
-Son quince pesos, joven -dijo el hombre, poniendo la botella con un sólido golpe en la mesa. -Feliciano llegará en veinte minutos.
Sergio buscó las monedas en el bolsillo de la chaqueta donde llevaba el cambio, y pagó por el refresco. El propietario tomó el dinero y volvió a su lugar detrás de la barra.
-Vas a morir allá afuera, chamaco -dijo una voz ronca por años de aguardiente.
El viejo había levantado un poco la cabeza, y la tenía apoyada sobre su brazo libre. Su rostro estaba más arrugado que una hoja de papel que alguien hubiera tirado a la basura. Tenía una cabellera plateada y despeinada, con algunas partes de calvicie cerca de las sienes y la coronilla.
El anciano usaba una camisa de manga larga, de color blanco. Sus pantalones no eran de mezclilla, sino de tela de algodón de color café deslavado por los años. En los pies tenía un par de zapatos negros muy usados, pero que se veía que boleaba con esmero.
-¿A qué se refiere, señor? -inquirió Sergio, para luego dar un sorbo a la pajita del refresco.
-En primera, mi nombre no es señor, es Eliseo. Y en segunda, has de creer que a pesar de mis años soy nada más que un pinche alcohólico ignorante, ¿no es así? -exclamó el viejo, acomodándose en su asiento.
-No, señor Eliseo, para nada -insistió Sergio, echando un vistazo por el rabillo del ojo. El propietario del bar se había ido a la parte trasera del local, y no había manera de saber cuanto tardaría en volver.
-Deja el señor, me haces sentir más viejo de lo que soy -ordenó Eliseo, para luego tomar un sorbo de su cerveza. -Y harías bien en oír mi advertencia.
-¿Y de qué me advierte, Eliseo? -preguntó el joven, impaciente porque el propietario volviera. -¿Acaso me encuentro en peligro?
-No, todavía no, chamaco. Pero lo estarás, si decides seguir con tu actual curso, como un barco que no ve las rocas que lo hundirán hasta que es demasiado tarde -dijo Eliseo, levantando un poco la voz.
Sergio todavía se sentía algo incómodo, pero de pronto empezó a sentir interés por lo que decía el viejo Eliseo. Había algo en la manera en que decía las cosas, una cierta intensidad en su voz que a Sergio se le hacía familiar en alguna manera, y atrayente como el metal a un imán.
-Puede que este país no sea mucho, pero es tu hogar, y en el peor de los casos es mejor que nada -comenzó Eliseo. -No vayas al Norte, ahí no hay nada que no puedas conseguir aquí.
-Pues es muy fácil para usted decirlo, Eliseo -respondió Sergio, un tanto sorprendido por hacerlo. -A veces a uno no le queda de otra.
-¡Esas son chingaderas, niño! -exclamó Eliseo, apretando su botella de cerveza hasta que los nudillos de la mano casi esquelética se pusieron blancos. -Hay muchos buenos trabajos de este lado, pero no los consideras porque no pagan en dólares, ¿a qué no?
-Si pudiera arreglármelas con uno de esos trabajos, no me importaría el que fuera, incluso si tuviera que nadar en mierda todos los días -dijo Sergio. Luego tomó otro sorbo de refresco. Comenzaba a sentirse un poco molesto con el viejo.
-Claro, claro. Pero siwmpre hay alguna excusa, ¿no? ¿Cuál es la tuya, chamaco? -inquirió el viejo, con un tono entre acusatorio y curioso.
-Si tanto quiere saber, tengo una hermana menor -mencionó Sergio, dejando el refresco a medio beber sobre la mesa de plástico.
El viejo se reclinó en su asiento, tratando de sentarse de una manera aún más cómoda. Al final, quedó con las piernas extendidas bajo la mesa, y medio cuerpo hundido sobre la silla. Pero esto no afectó el volumen de su voz, ni la intensidad que había detrás de ella.
-Hay mucha gente con hermanas menores, pero no todos se van al otro lado. Deberías pensarlo mejor, sobre todo por ella -insistió Eliseo. -¿Tienes idea de los peligros a los que te expones?
-De hecho, sí, la tengo. Ya había cruzado en una ocasión, hace siete años, con mi papá y sus amigos -dijo Sergio, esperando que la conversación ya estuviera llegando a su fin.
El viejo movió la cabeza de un lado a otro, en un gesto de negación.
-Mucho ha cambiado en estos siete años. Ya no solo se trata de que te agarre la patrulla fronteriza y te regresen. Ahora es casi imposible irte sin que los carteles tengan algo que ver, y eso si tienes la suerte de que no te agarren de menso y para cosas... desagradables -comenzó el viejo. -También están los peligros del desierto, como la sed y los animales salvajes. Y otras cosas...
El viejo comenzó a temblar, como si sintiera mucho frío. Sergio iba a preguntarle si sentía bien, pero continuó hablando antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo.
-Recuerdo como era ser joven como tú, chamaco, aunque ya han pasado más décadas de las que tú llevas vivo. Pensaba que lo sabía todo, y que no había nada en el mundo que pudiera hacerme daño -rememoró Eliseo, con un tono de nostalgia en la voz aguardientosa.
-¿Pero a qué se refiere con otras cosas? -preguntó Sergio, inclinándose un poco sobre la mesa.
Si había algún peligro del que no estuviera enterado, él quería saber todo lo posible antes de verlo cara a cara cuando cruzara la frontera.
-En la Biblia dice que Jesús nuestro señor pasó cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, en ayuno. Tuvo que enfrentar solo la naturaleza implacable, y las tentaciones de Lucifer, el príncipe de las mentiras -inició Eliseo.
-¿Y eso qué tiene que ver conmigo? -soltó Sergio, con impaciencia.
-¡Calla y escucha! Porque la naturaleza salvaje es la morada de los seres impíos -dijo Eliseo, incorporándose de un salto. -Es ahí dónde las fronteras entre el Cielo y el Infierno se confunden con mayor facilidad, se vuelven más fáciles de cruzar para los seres que medran en la oscuridad. ¡Ten cuidado, chamaco!
Sergio comenzó a sentir como si una mano invisible le estuviera rodeando el corazón, apresándolo con garras de hielo. La actuación del viejo era muy dramática, pero tenía una intensidad en la voz que hacía que Sergio comenzara a creer poco a poco en sus advertencias.
Eliseo iba a continuar con su perorata, pero fue interrumpido por el propietario del bar, quién quitó la botella de cerveza vacía de su mesa.
-Está bien, ya fue todo por hoy -dijo el grueso hombre, para luego limpiar la superficie de la mesa con el trapo húmedo. -Cuando te pones a predicar de nuevo, es señal de que ya tomaste demasiado, padre Eliseo.
-¿Él es un padrecito? -preguntó Sergio, con algo de incredulidad. En todo caso, eso explicaba el que tuviera tanta intensidad al predicar.
-Lo era, pero comenzó a preferir pasar más tiempo aquí que en la iglesia, ¿o no, Eliseo? -comentó el propietario, con una sonrisa irónica en el rostro.
-Está bien, nomás dame otra para el camino, y me voy -respondió Eliseo, tratando de volver a sentarse sin caer al suelo.
-Cuando digo que ni una más, es ni una más, Eliseo. Mejor vete a dormir a tu casa un rato -ordenó el calvo, mientras le ponía una manaza en el hombro izquierdo. -Ya te veré mañana a la misma hora.
-Muy bien, muy bien, Roberto. Mandas a un pobre sediento a la calle -lamentó Eliseo, pero luego volvió a clavar la mirada en Sergio. -¡Recuerda lo que te dije! ¡Porque no hay peor ciego que el que no quiere ver!
Eliseo salió del bar sin armar más escándalo. El propietario vio como cerraba la puerta deslizante con alivio.
-Siento mucho que hayas tenido que oírlo -se disculpó el hombre, mientras acomodaba la silla en que el viejo había estado sentado desde que el bar había abierto.
-Está bien, no hay cuidado. Ese tipo es todo un personaje -comentó Sergio, relajándose un poco.
Sin darse cuenta, todo su cuerpo se había ido tensando poco a poco durante el improvisado discurso de ese viejo.
¿O acaso no había sido tan improvisado?, pensó él. De inmediato bajó la mirada a dónde había dejado su mochila, a un lado de la silla, y sintió un gran alivio al ver que seguía en su lugar.
-Felipe ya está por llegar. ¿No quieres algo más fuerte en lo que esperas? -sugirió el propietario, señalando hacia el refresco casi vacío que Sergio tenía enfrente.
-No, así estoy bien -dijo Sergio.
El propietario volvió a ponerse detrás de la barra, y acomodó la botella vacía que había quitado de la mesa de Eliseo. Sus pensamientos se tornaron en recuerdos, acerca de ese pobre viejo.
Era una maldita pena lo que le había pasado al padre Eliseo, consideró Roberto. Durante varios años fue el párroco más querido de aquel barrio de Nogales, pero poco después de cumplir cuarenta y tres años se le había botado la canica.
La iglesia lo expulsó después de oír que ya no predicaba la enseñanzas de Cristo como se debía. Pero la verdadera razón, era que había trabajado con los polleros durante años para pasar a varias personas al otro lado de la frontera.
Aquello no le gustó al obispado, y cuando le dieron la opción de dejar los hábitos o sus actividades criminales, eligió lo primero.
Los siguientes años fueron algo raros para Eliseo. A veces insistió en cruzar la frontera con algún grupo, que decían que el padre se perdía de vista a poco de saltar la barda. en cada ocasión temieron que ya no volviera, pero siempre volvía después de un par de semanas.
La última ocasión había vuelto muerto de sed y hambre, cubierto con varias heridas extrañas, y murmurando incoherencias, como en sus peores momentos de locura. En medio de su delirio, el viejo hablaba de la oscuridad, y una infestación que consumiría lo que quedaría del mundo.
Eso había pasado hace veinte años. Desde entonces, el antiguo párroco se pasaba los días bebiendo, y las noches en la inconsciencia sin sueños de la borrachera.
Aún a los ochenta años, Eliseo exhibía una fuerza interior que seguía sorprendiendo a muchos en el barrio. No pasaba semana sin que pensaran que sería la última que seguiría con vida, y cada semana los seguía sorprendiendo.
Roberto dejó de lado los recuerdos. La tarde estaba empezando, y pronto llegarían los clientes que tomarían unas cervezas para aguantar en lo que acababan sus turno, y así poder disfrutar mejor cuando llegara la noche.
Paul and the others had arrived at the ranch just as the last rays of sunlight were dissapearing on the horizon. The terrain all around was pretty rough, except for the improvised road that lead to the ranch house, just a couple of miles from the main road.
The ranch house was quite nicer than he had expected. It was a one-floor construction, but still quite big, with a nice layout. It looked more than one of those fancy houses in the hills of San Diego than a proper ranch.
-Hey, Rich, wake up. We're here -Paul said, while nudging his passenger. Nick was busy in the backseat, trying to fold back the map they had been trying to decipher for the last two hours.
Rich's snoring was cut short as he woke up. The fat man rubbed his open right palm all over his face, and let out a big yawn.
-At least that's what we hope. We've been going through many backroads, thanks to you falling asleep -Nick complained, popping his head between the two front seats.
-Yeah, this is the place -confirmed Rich, looking at the well-lit house. -C'mon, let's get down, and don't make any sudden movements.
Paul thought it was a bit strange that Rich had said that, but had no time to question him about it, since the fat man had already gone out the truck, followed by Nick. Paul turned off the truck's engine, and followed them.
A short figure appeared in the doorframe, it's features darkened as it stood against the light. Even though he could see little about that person, it was obvious it was carrying a hunting rifle in a ready position.
-Hello, Mike! It's me, Rich, and some friends! Don't shoot! -yelled Rich, while lifting both hands into the air. -C'mon you two, rise them up.
The two younger men exhanged a puzzled and worried look in the ever-growing darkness, but they did as Rich ordered.
Mike took two steps into the porch of the house, keeping the gut at the ready. Suddenly, Paul and the others were bathed in the strong light of a reflector.
-Rich Mikkelsen, you're late! -said Mike, in a high-pitched voiced.
The glare of the reflector had blinded him, but Paul's vision returned back to normal after a few moments.
Mike was a woman, dressed in camouflage, and with an orange baseball cap over her medium length dirty blonde hair. She looked to be in her forties, yet her face still retained some of the energy of her youth.
-Sorry, Mike! We got a bit lost on the way here -Rich apologized, while lowering his hands.
-Don't give me that. You've been here four times already, you should know damn well your way around here -the woman complained, while resting her rifle on her left shoulder. -Who are the kids?
-This one's Nick, and this guy is Paul, I told you about them when I called you, remember? -Rich said, tilting his head at them.
-Well, grab your stuff and come on in. The other guys will be back in a while -Mike said, while turning to go back inside the house.
Paul and the others went back to the truck, and grabbed their backpacks. Rich had also brought with him a large attaché case, made of hard-wood. Nick was carrying a much smaller one, made of high-impact black plastic.
The interior of the house was quite comfortable. There was a large rug over the floor, colored in earth tones. There was a large sofá in the main room, wich also worked as a dining room, with a large round table made of pine and six chairs of the same material.
The walls were decorated with many photographs, some of them in black and white. The most recent showed Mike in various hunting trips. Some of her trophies were also hanging up on the walls, most of them deers and does, but also a couple of squirrels, and even a bunny with antlers like a deer.
-You can put your stuff over there, then come and help me with tonight's chow -indicated Mike, pointing at a guest room.
Paul felt the left leg a bit sore. He hadn't much of a chance to move around during the trip, and even while driving Nick's truck, his righ leg had been the one who did all the work.
Nick and Rich left their things in a corner of the room, where other backpacks were stored for the moment. Paul saw that there were also some rifles next to them, kept in place by hooks and straps.
That solved the mistery of what Rich and Nick had in those cases. Paul felt a bit weird by not bringing a gun, like a house guest who shows up to a party without a gift.
-I thought we were just doing vigilance -Paul commented. He left his backpack next to Rich's.
-Of course we are, Paul. But remember, "it's better to have something and not need it, than needing it and not having it" -Rich answered. -Besides, you know some of those people crossing are not coming just to take our jobs.
-Rich is right -Nick added, leaving his gun case in a small table next to the bed. -Just tell him what happened two years ago, Rich.
Rich was about to start his remembrance, when they were interrupted. Mike had opened the door and stuck her head half-way into the room.
-C'mon, ladies! If you want to eat a hot dinner tonight, you better come help us -she insisted.
The guys went out of the guest room and past the living room, into the kitchen. Inside there was another woman, tending to a large stove. She had auburn colored hair, was a bit taller than Mike, and just a couple less pounds on her frame.
—You kids grab those plates and glasses, and set them in the table back there - Mike pointed at them, and then turned towards the other woman. -By the way, this lady here is Helen. Helen, you remember Rich, and these are Nick and Paul.
While the two younger guys set the tableware, Rich went to the back deck and grabbed some green plastic chairs that Mike had out there.
-Man, I thought we were going to do some real fun stuff -complained Nick, half-joking.
-You guys should've arrived on time, then. The others waited for a bit, but had to use the last of the sunlight to do some reconnaisance near the fence -said Mike, coming out of the kitchen. -Besides, cooking is fun, and if I'm going to have one last hot meal before the weekend, it better be something edible.
She was carrying a big pot full of pasta by the handles, wearing green and white oven mittens. Helen was right behind her, carrying a smaller pot.
-It's because Paul didn't made up his mind about coming with us until the last damn minute -Rich explained, making sure the chairs were evenly distributed.
-Hey, now, it also didn't help that you slept half the way here. -Paul said, trying to defend himself. -Nick just had a vague idea of where we were supposed to drive to.
-It's alright, guys, tomorrow there will be plenty of shit to do for everyone -Mike mentioned. She put the big pot in the middle of the table.
-Remember last year when Mark and Dave drew the short straw and had to cook dinner? -Helen asked, smiling, while leaving hew own pot in the table.
She was wearing a red cotton shirt with a print of a bald eagle. The eagle's wing looked like the bars and stars from the flag, with the words "Never Forget" just underneath it. The orange oven mittens were too big for her small hands, and she took them off with ease.
-Geez, now that was a disaster! I thought a bomb had gone off in the kitchen, and even after all that, their fish croquettes were still undercooked -Mike recalled. -Come, guys, help me with the rest of the food.
Paul's reservations about the trip were almost gone. Now there, in the middle of Mike's kitchen, he felt glad to be there. Instead of having to carry a big bowl of salad, and meeting nice people, he would've been at Josie's, drinking beer alone and wondering what song to put next on the jukebox.
Maybe the whole trip wasn't such a bad idea, after all.
El bar "El Gallo Dorado" estaba en un local algo pequeño. El frente estaba en la esquina de una cuadra, pintado de color blanco y azul, con varias partes en que la pintura se había descarapelado. A ambos lados de las puertas de aluminio gris, estaba el nombre del local, acompañados con un dibujo de un gallo, cantando a todo pulmón.
El interior no era mucho más animado. Tenía apenas el espacio suficiente para unas diez mesas de plástico blanco, adornadas con los logotipos de distintas marcas de cerveza. Las paredes estaban pintadas de un color verde en tono muy claro, que se veía casi enfermizo bajo las luces fluorescentes.
Pegada a la pared trasera, a un lado de los baños, estaba una máquina tocadiscos, todo luces de neón y botones brillantes, que parecía tener solo música de banda. Algún listillo había metido cincuenta pesos, y la máquina reproducía una y otra vez la misma canción de la Sonora Santanera.
A Sergio le había costado un poco de trabajo volver a encontrar el lugar. Estaba a veinte minutos del centro de Nogales, pero escondido tras una variedad de callejuelas serpenteantes y calles sin nombre.
El lugar casi no había cambiado nada en siete años. Esperaba que no fuera lo único que mantuviera igual.
El joven se acomodó la mochila al hombro, y entró al bar. Eran poco más de las dos y media de la tarde, pero ya había un par de clientes en sendas mesas, cada uno con una botella de cerveza de a cuarto.
Sergio caminó hacia el propietario, que se encontraba detrás de la barra, metiendo varias botellas de cerveza en la nevera de plástico que tenía a un lado.
-Un momento -pidió el hombre, mientras acomodaba las últimas botellas del cartón. Estaba casi calvo, con un cuerpo grueso y bronceado. Llevaba puesta una vieja playera de las Chivas del Guadalajara, y las rayas verticales mostraban el contorno de su abultado estómago.
-Quiero ver al tío Graciano, para hablar viaje -soltó Sergio, una vez que el propietario se volvió a verlo.
-Uy, el tío Graciano ya se retiró -explicó el hombre, mientras que se secaba las manos con un trapo que había dejado en la barra. -Hace unos tres años, ya. Pero puede hablar con su sobrino, si quiere.
-Sí, claro, no hay pedo -aceptó Sergio, sintiéndose un poco aliviado.
-Tome asiento, va a tardar un poco en llegar -indicó el propietario, señalando una de las mesas que estaban cerca de la pared, junto a uno de los otros clientes. -¿Va a querer algo en lo que espera?
-Una Coca, por favor -pidió el joven, para luego ir a sentarse a dónde le habían indicado.
Sergio se sentó en la silla que estaba más cerca de la salida, solo por si acaso hubiera algún problema. Su asiento estaba justo de frente al de otro cliente, un viejo casi acostado sobre su mesa, que no parecía querer soltar su botella de cerveza, como un naúfrago en medio del mar que es la incertidumbre diaria de la vida.
El propietario llegó casi en seguida con una botella fría de Coca Cola y un popote.
-Son quince pesos, joven -dijo el hombre, poniendo la botella con un sólido golpe en la mesa. -Feliciano llegará en veinte minutos.
Sergio buscó las monedas en el bolsillo de la chaqueta donde llevaba el cambio, y pagó por el refresco. El propietario tomó el dinero y volvió a su lugar detrás de la barra.
-Vas a morir allá afuera, chamaco -dijo una voz ronca por años de aguardiente.
El viejo había levantado un poco la cabeza, y la tenía apoyada sobre su brazo libre. Su rostro estaba más arrugado que una hoja de papel que alguien hubiera tirado a la basura. Tenía una cabellera plateada y despeinada, con algunas partes de calvicie cerca de las sienes y la coronilla.
El anciano usaba una camisa de manga larga, de color blanco. Sus pantalones no eran de mezclilla, sino de tela de algodón de color café deslavado por los años. En los pies tenía un par de zapatos negros muy usados, pero que se veía que boleaba con esmero.
-¿A qué se refiere, señor? -inquirió Sergio, para luego dar un sorbo a la pajita del refresco.
-En primera, mi nombre no es señor, es Eliseo. Y en segunda, has de creer que a pesar de mis años soy nada más que un pinche alcohólico ignorante, ¿no es así? -exclamó el viejo, acomodándose en su asiento.
-No, señor Eliseo, para nada -insistió Sergio, echando un vistazo por el rabillo del ojo. El propietario del bar se había ido a la parte trasera del local, y no había manera de saber cuanto tardaría en volver.
-Deja el señor, me haces sentir más viejo de lo que soy -ordenó Eliseo, para luego tomar un sorbo de su cerveza. -Y harías bien en oír mi advertencia.
-¿Y de qué me advierte, Eliseo? -preguntó el joven, impaciente porque el propietario volviera. -¿Acaso me encuentro en peligro?
-No, todavía no, chamaco. Pero lo estarás, si decides seguir con tu actual curso, como un barco que no ve las rocas que lo hundirán hasta que es demasiado tarde -dijo Eliseo, levantando un poco la voz.
Sergio todavía se sentía algo incómodo, pero de pronto empezó a sentir interés por lo que decía el viejo Eliseo. Había algo en la manera en que decía las cosas, una cierta intensidad en su voz que a Sergio se le hacía familiar en alguna manera, y atrayente como el metal a un imán.
-Puede que este país no sea mucho, pero es tu hogar, y en el peor de los casos es mejor que nada -comenzó Eliseo. -No vayas al Norte, ahí no hay nada que no puedas conseguir aquí.
-Pues es muy fácil para usted decirlo, Eliseo -respondió Sergio, un tanto sorprendido por hacerlo. -A veces a uno no le queda de otra.
-¡Esas son chingaderas, niño! -exclamó Eliseo, apretando su botella de cerveza hasta que los nudillos de la mano casi esquelética se pusieron blancos. -Hay muchos buenos trabajos de este lado, pero no los consideras porque no pagan en dólares, ¿a qué no?
-Si pudiera arreglármelas con uno de esos trabajos, no me importaría el que fuera, incluso si tuviera que nadar en mierda todos los días -dijo Sergio. Luego tomó otro sorbo de refresco. Comenzaba a sentirse un poco molesto con el viejo.
-Claro, claro. Pero siwmpre hay alguna excusa, ¿no? ¿Cuál es la tuya, chamaco? -inquirió el viejo, con un tono entre acusatorio y curioso.
-Si tanto quiere saber, tengo una hermana menor -mencionó Sergio, dejando el refresco a medio beber sobre la mesa de plástico.
El viejo se reclinó en su asiento, tratando de sentarse de una manera aún más cómoda. Al final, quedó con las piernas extendidas bajo la mesa, y medio cuerpo hundido sobre la silla. Pero esto no afectó el volumen de su voz, ni la intensidad que había detrás de ella.
-Hay mucha gente con hermanas menores, pero no todos se van al otro lado. Deberías pensarlo mejor, sobre todo por ella -insistió Eliseo. -¿Tienes idea de los peligros a los que te expones?
-De hecho, sí, la tengo. Ya había cruzado en una ocasión, hace siete años, con mi papá y sus amigos -dijo Sergio, esperando que la conversación ya estuviera llegando a su fin.
El viejo movió la cabeza de un lado a otro, en un gesto de negación.
-Mucho ha cambiado en estos siete años. Ya no solo se trata de que te agarre la patrulla fronteriza y te regresen. Ahora es casi imposible irte sin que los carteles tengan algo que ver, y eso si tienes la suerte de que no te agarren de menso y para cosas... desagradables -comenzó el viejo. -También están los peligros del desierto, como la sed y los animales salvajes. Y otras cosas...
El viejo comenzó a temblar, como si sintiera mucho frío. Sergio iba a preguntarle si sentía bien, pero continuó hablando antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo.
-Recuerdo como era ser joven como tú, chamaco, aunque ya han pasado más décadas de las que tú llevas vivo. Pensaba que lo sabía todo, y que no había nada en el mundo que pudiera hacerme daño -rememoró Eliseo, con un tono de nostalgia en la voz aguardientosa.
-¿Pero a qué se refiere con otras cosas? -preguntó Sergio, inclinándose un poco sobre la mesa.
Si había algún peligro del que no estuviera enterado, él quería saber todo lo posible antes de verlo cara a cara cuando cruzara la frontera.
-En la Biblia dice que Jesús nuestro señor pasó cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, en ayuno. Tuvo que enfrentar solo la naturaleza implacable, y las tentaciones de Lucifer, el príncipe de las mentiras -inició Eliseo.
-¿Y eso qué tiene que ver conmigo? -soltó Sergio, con impaciencia.
-¡Calla y escucha! Porque la naturaleza salvaje es la morada de los seres impíos -dijo Eliseo, incorporándose de un salto. -Es ahí dónde las fronteras entre el Cielo y el Infierno se confunden con mayor facilidad, se vuelven más fáciles de cruzar para los seres que medran en la oscuridad. ¡Ten cuidado, chamaco!
Sergio comenzó a sentir como si una mano invisible le estuviera rodeando el corazón, apresándolo con garras de hielo. La actuación del viejo era muy dramática, pero tenía una intensidad en la voz que hacía que Sergio comenzara a creer poco a poco en sus advertencias.
Eliseo iba a continuar con su perorata, pero fue interrumpido por el propietario del bar, quién quitó la botella de cerveza vacía de su mesa.
-Está bien, ya fue todo por hoy -dijo el grueso hombre, para luego limpiar la superficie de la mesa con el trapo húmedo. -Cuando te pones a predicar de nuevo, es señal de que ya tomaste demasiado, padre Eliseo.
-¿Él es un padrecito? -preguntó Sergio, con algo de incredulidad. En todo caso, eso explicaba el que tuviera tanta intensidad al predicar.
-Lo era, pero comenzó a preferir pasar más tiempo aquí que en la iglesia, ¿o no, Eliseo? -comentó el propietario, con una sonrisa irónica en el rostro.
-Está bien, nomás dame otra para el camino, y me voy -respondió Eliseo, tratando de volver a sentarse sin caer al suelo.
-Cuando digo que ni una más, es ni una más, Eliseo. Mejor vete a dormir a tu casa un rato -ordenó el calvo, mientras le ponía una manaza en el hombro izquierdo. -Ya te veré mañana a la misma hora.
-Muy bien, muy bien, Roberto. Mandas a un pobre sediento a la calle -lamentó Eliseo, pero luego volvió a clavar la mirada en Sergio. -¡Recuerda lo que te dije! ¡Porque no hay peor ciego que el que no quiere ver!
Eliseo salió del bar sin armar más escándalo. El propietario vio como cerraba la puerta deslizante con alivio.
-Siento mucho que hayas tenido que oírlo -se disculpó el hombre, mientras acomodaba la silla en que el viejo había estado sentado desde que el bar había abierto.
-Está bien, no hay cuidado. Ese tipo es todo un personaje -comentó Sergio, relajándose un poco.
Sin darse cuenta, todo su cuerpo se había ido tensando poco a poco durante el improvisado discurso de ese viejo.
¿O acaso no había sido tan improvisado?, pensó él. De inmediato bajó la mirada a dónde había dejado su mochila, a un lado de la silla, y sintió un gran alivio al ver que seguía en su lugar.
-Felipe ya está por llegar. ¿No quieres algo más fuerte en lo que esperas? -sugirió el propietario, señalando hacia el refresco casi vacío que Sergio tenía enfrente.
-No, así estoy bien -dijo Sergio.
El propietario volvió a ponerse detrás de la barra, y acomodó la botella vacía que había quitado de la mesa de Eliseo. Sus pensamientos se tornaron en recuerdos, acerca de ese pobre viejo.
Era una maldita pena lo que le había pasado al padre Eliseo, consideró Roberto. Durante varios años fue el párroco más querido de aquel barrio de Nogales, pero poco después de cumplir cuarenta y tres años se le había botado la canica.
La iglesia lo expulsó después de oír que ya no predicaba la enseñanzas de Cristo como se debía. Pero la verdadera razón, era que había trabajado con los polleros durante años para pasar a varias personas al otro lado de la frontera.
Aquello no le gustó al obispado, y cuando le dieron la opción de dejar los hábitos o sus actividades criminales, eligió lo primero.
Los siguientes años fueron algo raros para Eliseo. A veces insistió en cruzar la frontera con algún grupo, que decían que el padre se perdía de vista a poco de saltar la barda. en cada ocasión temieron que ya no volviera, pero siempre volvía después de un par de semanas.
La última ocasión había vuelto muerto de sed y hambre, cubierto con varias heridas extrañas, y murmurando incoherencias, como en sus peores momentos de locura. En medio de su delirio, el viejo hablaba de la oscuridad, y una infestación que consumiría lo que quedaría del mundo.
Eso había pasado hace veinte años. Desde entonces, el antiguo párroco se pasaba los días bebiendo, y las noches en la inconsciencia sin sueños de la borrachera.
Aún a los ochenta años, Eliseo exhibía una fuerza interior que seguía sorprendiendo a muchos en el barrio. No pasaba semana sin que pensaran que sería la última que seguiría con vida, y cada semana los seguía sorprendiendo.
Roberto dejó de lado los recuerdos. La tarde estaba empezando, y pronto llegarían los clientes que tomarían unas cervezas para aguantar en lo que acababan sus turno, y así poder disfrutar mejor cuando llegara la noche.
Paul and the others had arrived at the ranch just as the last rays of sunlight were dissapearing on the horizon. The terrain all around was pretty rough, except for the improvised road that lead to the ranch house, just a couple of miles from the main road.
The ranch house was quite nicer than he had expected. It was a one-floor construction, but still quite big, with a nice layout. It looked more than one of those fancy houses in the hills of San Diego than a proper ranch.
-Hey, Rich, wake up. We're here -Paul said, while nudging his passenger. Nick was busy in the backseat, trying to fold back the map they had been trying to decipher for the last two hours.
Rich's snoring was cut short as he woke up. The fat man rubbed his open right palm all over his face, and let out a big yawn.
-At least that's what we hope. We've been going through many backroads, thanks to you falling asleep -Nick complained, popping his head between the two front seats.
-Yeah, this is the place -confirmed Rich, looking at the well-lit house. -C'mon, let's get down, and don't make any sudden movements.
Paul thought it was a bit strange that Rich had said that, but had no time to question him about it, since the fat man had already gone out the truck, followed by Nick. Paul turned off the truck's engine, and followed them.
A short figure appeared in the doorframe, it's features darkened as it stood against the light. Even though he could see little about that person, it was obvious it was carrying a hunting rifle in a ready position.
-Hello, Mike! It's me, Rich, and some friends! Don't shoot! -yelled Rich, while lifting both hands into the air. -C'mon you two, rise them up.
The two younger men exhanged a puzzled and worried look in the ever-growing darkness, but they did as Rich ordered.
Mike took two steps into the porch of the house, keeping the gut at the ready. Suddenly, Paul and the others were bathed in the strong light of a reflector.
-Rich Mikkelsen, you're late! -said Mike, in a high-pitched voiced.
The glare of the reflector had blinded him, but Paul's vision returned back to normal after a few moments.
Mike was a woman, dressed in camouflage, and with an orange baseball cap over her medium length dirty blonde hair. She looked to be in her forties, yet her face still retained some of the energy of her youth.
-Sorry, Mike! We got a bit lost on the way here -Rich apologized, while lowering his hands.
-Don't give me that. You've been here four times already, you should know damn well your way around here -the woman complained, while resting her rifle on her left shoulder. -Who are the kids?
-This one's Nick, and this guy is Paul, I told you about them when I called you, remember? -Rich said, tilting his head at them.
-Well, grab your stuff and come on in. The other guys will be back in a while -Mike said, while turning to go back inside the house.
Paul and the others went back to the truck, and grabbed their backpacks. Rich had also brought with him a large attaché case, made of hard-wood. Nick was carrying a much smaller one, made of high-impact black plastic.
The interior of the house was quite comfortable. There was a large rug over the floor, colored in earth tones. There was a large sofá in the main room, wich also worked as a dining room, with a large round table made of pine and six chairs of the same material.
The walls were decorated with many photographs, some of them in black and white. The most recent showed Mike in various hunting trips. Some of her trophies were also hanging up on the walls, most of them deers and does, but also a couple of squirrels, and even a bunny with antlers like a deer.
-You can put your stuff over there, then come and help me with tonight's chow -indicated Mike, pointing at a guest room.
Paul felt the left leg a bit sore. He hadn't much of a chance to move around during the trip, and even while driving Nick's truck, his righ leg had been the one who did all the work.
Nick and Rich left their things in a corner of the room, where other backpacks were stored for the moment. Paul saw that there were also some rifles next to them, kept in place by hooks and straps.
That solved the mistery of what Rich and Nick had in those cases. Paul felt a bit weird by not bringing a gun, like a house guest who shows up to a party without a gift.
-I thought we were just doing vigilance -Paul commented. He left his backpack next to Rich's.
-Of course we are, Paul. But remember, "it's better to have something and not need it, than needing it and not having it" -Rich answered. -Besides, you know some of those people crossing are not coming just to take our jobs.
-Rich is right -Nick added, leaving his gun case in a small table next to the bed. -Just tell him what happened two years ago, Rich.
Rich was about to start his remembrance, when they were interrupted. Mike had opened the door and stuck her head half-way into the room.
-C'mon, ladies! If you want to eat a hot dinner tonight, you better come help us -she insisted.
The guys went out of the guest room and past the living room, into the kitchen. Inside there was another woman, tending to a large stove. She had auburn colored hair, was a bit taller than Mike, and just a couple less pounds on her frame.
—You kids grab those plates and glasses, and set them in the table back there - Mike pointed at them, and then turned towards the other woman. -By the way, this lady here is Helen. Helen, you remember Rich, and these are Nick and Paul.
While the two younger guys set the tableware, Rich went to the back deck and grabbed some green plastic chairs that Mike had out there.
-Man, I thought we were going to do some real fun stuff -complained Nick, half-joking.
-You guys should've arrived on time, then. The others waited for a bit, but had to use the last of the sunlight to do some reconnaisance near the fence -said Mike, coming out of the kitchen. -Besides, cooking is fun, and if I'm going to have one last hot meal before the weekend, it better be something edible.
She was carrying a big pot full of pasta by the handles, wearing green and white oven mittens. Helen was right behind her, carrying a smaller pot.
-It's because Paul didn't made up his mind about coming with us until the last damn minute -Rich explained, making sure the chairs were evenly distributed.
-Hey, now, it also didn't help that you slept half the way here. -Paul said, trying to defend himself. -Nick just had a vague idea of where we were supposed to drive to.
-It's alright, guys, tomorrow there will be plenty of shit to do for everyone -Mike mentioned. She put the big pot in the middle of the table.
-Remember last year when Mark and Dave drew the short straw and had to cook dinner? -Helen asked, smiling, while leaving hew own pot in the table.
She was wearing a red cotton shirt with a print of a bald eagle. The eagle's wing looked like the bars and stars from the flag, with the words "Never Forget" just underneath it. The orange oven mittens were too big for her small hands, and she took them off with ease.
-Geez, now that was a disaster! I thought a bomb had gone off in the kitchen, and even after all that, their fish croquettes were still undercooked -Mike recalled. -Come, guys, help me with the rest of the food.
Paul's reservations about the trip were almost gone. Now there, in the middle of Mike's kitchen, he felt glad to be there. Instead of having to carry a big bowl of salad, and meeting nice people, he would've been at Josie's, drinking beer alone and wondering what song to put next on the jukebox.
Maybe the whole trip wasn't such a bad idea, after all.
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Las Arenas Silenciosas/The Silent Sands Part II: Chapter I
Parte 2
"Pobre México. Tan cerca del cielo, y tan cerca de los Estados Unidos." -Nemesio García Naranjo.
"'Keep, ancient lands, your storied pomp!' cries she
With silent lips. 'Give me your tired, your poor,
Your huddled masses yearning to breathe free,
The wretched refuse of your teeming shore.
Send these, the homeless, tempest-tost to me,
I lift my lamp beside the golden door!'" -Emma Lazarus.
I
Sergio se llevó las manos a la cara, y se talló el rostro, tratando de quitarse de encima la pereza. A su alrededor, ya varios viajeros estaban de pie, bajando sus maletas y cajas de cartón llenas con sus pertenencias, de las rejas de metal arriba de los asientos.
El viaje en autobús había sido largo. Hubiera podido llegar a Nogales un par de días antes, pero Sergio prefirió tomar las corridas que hicieran la mayor parte del trayecto durante el día.
En un par de ocasiones, se había quedado en la parada de autobús, tomando café hasta que fuera la hora de subirse al camión. Una vez en su asiento, Sergio se acomodaba como podía, y se dejaba llevar por el sueño.
El clima del norte siempre le había parecido contradictorio: durante el día, un calor quemante y seco; en la noche, un frío que le calaba hasta los huesos, con un viento que se lo hacía sentir incluso debajo de su chaqueta de mezclilla deslavada.
La ciudad no había cambiado mucho en los siete años desde que el joven la había visitado, pero tenía que reconocer que su visita había sido muy breve. Apenas el tiempo suficiente para bajar del camión de redilas, buscar a un coyote que los llevara al otro lado, y comer algo para no hacer el viaje con el estómago vacío.
Su mochila negra le pesaba en los brazos mientras bajaba del autobús. La había llenado con una variedad de cosas que pensaba que le serían necesarias: un par de jabones, un cepillo de dientes con un tubo de pasta dental a medio usar, un encendedor de plástico rojo transparente, una cajetilla de cigarros medio vacía, un par de cambios de ropa y calcetines, cinco latas de atún fáciles de abrir, y dos botellas de refresco que llenaba con agua cada vez que podía.
Su padre le había dicho que era mejor tener algo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo. Un buen consejo, que les había resultado muy útil cuando estuvieron a punto de morir hace siete años.
Sergio dejó atrás la parada del autobús, y se perdió entre la gente que caminaba por las calles de la ciudad. Eran las ocho de la mañana, de acuerdo al reloj Casio de su padre.
Él vio una tienda de conveniencia en la esquina opuesta, justo al lado de un negocio de cerrajería con una vieja cortina oxidada, y de una tienda que vendía todo tipo de productos de plástico.
Buscó en uno de los bolsillos del frente de su chaqueta, dónde llevaba el cambio, y sacó un par de monedas de diez. El resto de su dinero lo llevaba en varias partes del cuerpo, con la mayor parte oculta entre la suela y las plantillas de sus viejos tenis.
Minutos más tarde, con un vaso lleno de café caliente barato en una mano, y un paquete azul de galletas en la otra, Sergio encontró un pequeño parque donde podría esperar a que fuera la hora de abrir del bar al que iría, si recordaba bien dónde estaba.
Las bancas eran simples asientos de concreto sólido, con un respaldo del mismo material, duro y frío. Su superficie apenas estaba cubierto con algunos restos de pintura de brillantes colores, al igual que los juegos de metal para niños que había en el centro del parque.
No bien se hubo sentado, un niño de 10 años se levantó de uno de los viejos y oxidados columpios, y se acercó a él. El chico llevaba unas sandalias que parecían nuevas, a diferencia del resto de su ropa, con unos pantalones cortos de color verde y amarillo, y una vieja camisa con los colores del PRI, promoviendo a un candidato cuyo nombre no importaba.
-¿Me da una galleta por favor, señor? -preguntó el niño, mientras señalaba al paquete que Sergio tenía en la mano.
-Bueno -accedió Sergio, dejando el café a medio tomar sobre la banca. Tomó una galleta y se la dio al niño, que la comió con prisa, casi sin saborearla. -¿Cómo te llamas?
-Daniel -dijo el pequeño, mirando a Sergio con algo de desconfianza.
-¿No te han dicho tus papás que no hables con extraños? -inquirió Sergio, tomando de nuevo su vaso de café con la mano derecha.
-No, solo que me callara y los dejara estar en paz -respondió Daniel, su expresión volviéndose un poco más triste.
-¿Y dónde están ellos? -dijo Sergio, con curiosidad. Era un Viernes por la mañana, y no había nadie más en el parque a esa hora.
-Mi mamá se quedó en Hermosillo, dijo que me alcanzaría luego -relató Daniel, bajando la mirada. -Y papá no tengo.
-Ya veo -mencionó Sergio. No necesitaba saber más.
Recordaba haber visto otros niños como él, hace años. Incluso un par les habían acompañado, junto con otros migrantes, cuando habían saltado la barda en la frontera. Era un grupo de quince personas, con unas cuantas mujeres muy jóvenes o muy viejas.
Pero casi todos se habían separado tratando de evitar a los vigilantes fronterizos, y nunca supo nada de ninguno de ellos.
-¡Hey Daniel, vente!- gritó una voz infantil, a la entrada del parque.
Un grupo de tres niños, liderado por uno que era algo mayor, hacía señas a Daniel para que se les uniera.
-Gracias. Adiós- se despidió el niño, para luego correr hacia donde estaban sus compañeros.
Sergio se quedó mirando como se alejaban calle abajo, perdiéndose al dar vuelta en la esquina. Así habia sido él, hace ya muchos años, durante una infancia que ahora le parecía casi un idilio.
Volvió a mirar el reloj. Todavía faltaba un buen rato para que pudiera ir al bar.
Se quedó sentado en la banca, pensando en su hermana Julia, y en qué estaría haciendo ella en ese momento. De seguro estaría en clases en la telesecundaria, igual de preocupada por su hermano que él por ella.
Sergio se acomodó lo mejor que pudo sobre el duro concreto, y se perdió en sus pensamientos.
Paul was checking his watch for the eleventh time in just half an hour. He started to wonder if Nick and Rich had forgotten about him, when he heard the horn of Nick's pick-up truck, coming up the street.
The white Ford truck stopped right in front of Henry's store. The truck had been a bit old and beat-up by the time that Nick had bought it, just a year ago, but in that time it had picked up some new dents near the back.
Henry had asked Paul to work just half a day on Friday, since he had asked for the free time in such a short notice, unlike Nick. So Paul had to help Henry sort through a shipment of hunting supplies, and what looked like box after box of plastic duck calls, having to sort them through color, unlike what the supplier had promised to do.
-Come on, Paul, we are already behind schedule! -Nick yelled, while hitting the side of the truck a couple of times with an open palm.
He opened the backdoor, threw in his blue backpack, and took a seat right behind Nick.
-Hey, man, here you go! -said Rich, handing him a can of cold beer. He had a six-pack right in his lap, with half of the cans already gone.
-Are you sure you should be drinking in the car? -Paul asked.
-Relax, Paul. Nick lost the coin-flip. So now he's the desigmana... desigme... the guy who'll be doing all the driving! -Rich then laughed.
Paul grabbed the beer can and opened it. The first two hours of driving were pretty uneventful, with Rich finishing the rest of the beer by himself.
-You know what really makes me angry? -the fat man blurted, just after they were on the intestate.
-Oh, no... -Nick said, shaking his head a bit. -C'mon, Rich, just let me listen to the radio, please!
-Too late Nick. I can hear him dragging his soap box across the floor! -joked Paul, then giving Nick a high-five.
-Yeah, yeah, laugh it up, you guys. But like my uncle used to say, there's no better time to educate people than when they don't want to be educated -he retorted, and then drank the last sip of the beer.
-Just promise you'll make it quick -Paul pleaded, before laying down in the back seat. If he was going to hear one of Rich's rants, he at least wanted to be as comfortable as he could.
-All right, here we go... What really makes you angry, Rich? -Nick said, hoping that they'd come across some gas station where they could buy some more beer to shut his friend up.
-What makes me angry, it's how liberals and leftists insist of making hills out of ant-hills, and then claim that a real problem is not a problem at all - Rich started, crumpling the aluminum can in his fat hand.
-Like what kind of problems, Rich? -Paul interjected, not because he wanted to know, but because he knew well that, if they didn't keep Rich on track, he would start to disert about all kinds of stuff.
His divagations and dissertations included, but were not limited to: the loss of values in today's youth, the best way to solve international conflicts, what to do with those damn Russians, how America could be great again, the differences between white people and people of any other color, why Protestan Christianity was the best religion of all, how the government should stop molly-coddling the poor, and in a surprise twist, that corporate America should do more for the environment, of America of course.
-Like the immigration problem, that's what, boys -started Rich. He threw the crushed can into the convenience store plastic bag he had near his legs, with all the other ones. -Just think, every day there's ton of people coming through our borders, people who we know nothing about, but just one thing!
-And what's that thing, Rich? -asked Nick, while fantasizing about crashing the truck in just the right way to knock out his annoying passenger, but not damaging his ride too much.
-That they're criminals, the whole lot of them. People who think so highly of themselves, that they don't want rules to apply to them -explained Rich, pointing at the others with his index finger.
-That's true, they just go ahead and break our laws, and still want to not be punished -Nick agreed, almost by reflex. He and Rich didn't see eye to eye in many issues, but that was one they always agreed in.
-If you commit a crime, you must do the time -Paul added, his gaze lost beyond the roof of the truck.
-Sure, but not here! And I hate how they always claim they just want a job, like, are there not any good jobs back in Mexico, is it? -Rich said. He was just starting to warm up.
-Yeah, fuck that! It's our country, the jobs should be ours! -yelled Nick in response, hoping that it would serve as an end to the rant.
-And we have all these laws for a good reason, isn't it, Paul? -asked Rich, turning his head toward the back of the truck.
-Yes, we do -Paul concurred. -A law is a law because otherwise people would be in danger.
-Exactly! -Rich slapped his right knee, then turned his head back. -That's another thing, the danger that we are exposed to, with all those people we know nothing about all around us.
-I don't like the idea of being afraid of strangers in my own land, that's for sure -Nick said, feeling less annoyed. At this time his friend was ranting about something they all agreed on.
-Hear, hear -Paul added, feeling more and more sleepy. He was ready to take a short nap.
-You don't let an stranger get into your house, do whatever they please, take your money, and make a mess of things -Rich carried on, his hate fueling itself by this point.
-So, are you saying you don't like plumbers either? -Paul interjected, then moved a bit to try to get more comfortable.
-Ha! Good one, man! -Nick exclaimed, laughing for a bit. Meanwhile, Rich had stopped his rant for a moment.
-Laugh it up, you two. But you'll see. -Rich again pointed at them with his finger, trying to give more emphasis to his words. -There will come a day when we will look all around us, and it will turn out we will be the strangers on our own country, trying to get by with whatever scraps they leave us.
-You're preaching to the choir, man. We already going to help with the border patrol, aren't we? -Paul mentioned, while crossing his arms.
-I just want you two to understand the importance of what we are doing. One day, when the people wake up, they realize that the only ones who cared about the country were guys like us -Rich finished. The seat creaked a bit as he laid back on it, his face a bit red for all the talking he had done.
-You're right, Rich. We'll be serious about this, I promise -Paul said.
-Yah, man, don't worry. This will just be the first of many trips, isn't it, Paul? -Nick agreed.
-Well, that's settled. I'm gonna catch some z's, but tell me when you want to switch, Nick -Paul finished, then turned towards the seat.
-Sure, rest while you can. That's one of the things that are wrong with today's youth, they just don't want to put their backs into anything... -Rich started again, to Nick's chagrin.
Paul now understood a little better why Rich's son didn't came back to visit him often. If they were already tired of hearing him rant, it would be hell to have to stay and listen to Rich at anytime 24/7.
He went to sleep, trying to pretend that Rich's voice was as relaxing as the sound of waves crashing against the beach, without success.
"Pobre México. Tan cerca del cielo, y tan cerca de los Estados Unidos." -Nemesio García Naranjo.
"'Keep, ancient lands, your storied pomp!' cries she
With silent lips. 'Give me your tired, your poor,
Your huddled masses yearning to breathe free,
The wretched refuse of your teeming shore.
Send these, the homeless, tempest-tost to me,
I lift my lamp beside the golden door!'" -Emma Lazarus.
I
Sergio se llevó las manos a la cara, y se talló el rostro, tratando de quitarse de encima la pereza. A su alrededor, ya varios viajeros estaban de pie, bajando sus maletas y cajas de cartón llenas con sus pertenencias, de las rejas de metal arriba de los asientos.
El viaje en autobús había sido largo. Hubiera podido llegar a Nogales un par de días antes, pero Sergio prefirió tomar las corridas que hicieran la mayor parte del trayecto durante el día.
En un par de ocasiones, se había quedado en la parada de autobús, tomando café hasta que fuera la hora de subirse al camión. Una vez en su asiento, Sergio se acomodaba como podía, y se dejaba llevar por el sueño.
El clima del norte siempre le había parecido contradictorio: durante el día, un calor quemante y seco; en la noche, un frío que le calaba hasta los huesos, con un viento que se lo hacía sentir incluso debajo de su chaqueta de mezclilla deslavada.
La ciudad no había cambiado mucho en los siete años desde que el joven la había visitado, pero tenía que reconocer que su visita había sido muy breve. Apenas el tiempo suficiente para bajar del camión de redilas, buscar a un coyote que los llevara al otro lado, y comer algo para no hacer el viaje con el estómago vacío.
Su mochila negra le pesaba en los brazos mientras bajaba del autobús. La había llenado con una variedad de cosas que pensaba que le serían necesarias: un par de jabones, un cepillo de dientes con un tubo de pasta dental a medio usar, un encendedor de plástico rojo transparente, una cajetilla de cigarros medio vacía, un par de cambios de ropa y calcetines, cinco latas de atún fáciles de abrir, y dos botellas de refresco que llenaba con agua cada vez que podía.
Su padre le había dicho que era mejor tener algo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo. Un buen consejo, que les había resultado muy útil cuando estuvieron a punto de morir hace siete años.
Sergio dejó atrás la parada del autobús, y se perdió entre la gente que caminaba por las calles de la ciudad. Eran las ocho de la mañana, de acuerdo al reloj Casio de su padre.
Él vio una tienda de conveniencia en la esquina opuesta, justo al lado de un negocio de cerrajería con una vieja cortina oxidada, y de una tienda que vendía todo tipo de productos de plástico.
Buscó en uno de los bolsillos del frente de su chaqueta, dónde llevaba el cambio, y sacó un par de monedas de diez. El resto de su dinero lo llevaba en varias partes del cuerpo, con la mayor parte oculta entre la suela y las plantillas de sus viejos tenis.
Minutos más tarde, con un vaso lleno de café caliente barato en una mano, y un paquete azul de galletas en la otra, Sergio encontró un pequeño parque donde podría esperar a que fuera la hora de abrir del bar al que iría, si recordaba bien dónde estaba.
Las bancas eran simples asientos de concreto sólido, con un respaldo del mismo material, duro y frío. Su superficie apenas estaba cubierto con algunos restos de pintura de brillantes colores, al igual que los juegos de metal para niños que había en el centro del parque.
No bien se hubo sentado, un niño de 10 años se levantó de uno de los viejos y oxidados columpios, y se acercó a él. El chico llevaba unas sandalias que parecían nuevas, a diferencia del resto de su ropa, con unos pantalones cortos de color verde y amarillo, y una vieja camisa con los colores del PRI, promoviendo a un candidato cuyo nombre no importaba.
-¿Me da una galleta por favor, señor? -preguntó el niño, mientras señalaba al paquete que Sergio tenía en la mano.
-Bueno -accedió Sergio, dejando el café a medio tomar sobre la banca. Tomó una galleta y se la dio al niño, que la comió con prisa, casi sin saborearla. -¿Cómo te llamas?
-Daniel -dijo el pequeño, mirando a Sergio con algo de desconfianza.
-¿No te han dicho tus papás que no hables con extraños? -inquirió Sergio, tomando de nuevo su vaso de café con la mano derecha.
-No, solo que me callara y los dejara estar en paz -respondió Daniel, su expresión volviéndose un poco más triste.
-¿Y dónde están ellos? -dijo Sergio, con curiosidad. Era un Viernes por la mañana, y no había nadie más en el parque a esa hora.
-Mi mamá se quedó en Hermosillo, dijo que me alcanzaría luego -relató Daniel, bajando la mirada. -Y papá no tengo.
-Ya veo -mencionó Sergio. No necesitaba saber más.
Recordaba haber visto otros niños como él, hace años. Incluso un par les habían acompañado, junto con otros migrantes, cuando habían saltado la barda en la frontera. Era un grupo de quince personas, con unas cuantas mujeres muy jóvenes o muy viejas.
Pero casi todos se habían separado tratando de evitar a los vigilantes fronterizos, y nunca supo nada de ninguno de ellos.
-¡Hey Daniel, vente!- gritó una voz infantil, a la entrada del parque.
Un grupo de tres niños, liderado por uno que era algo mayor, hacía señas a Daniel para que se les uniera.
-Gracias. Adiós- se despidió el niño, para luego correr hacia donde estaban sus compañeros.
Sergio se quedó mirando como se alejaban calle abajo, perdiéndose al dar vuelta en la esquina. Así habia sido él, hace ya muchos años, durante una infancia que ahora le parecía casi un idilio.
Volvió a mirar el reloj. Todavía faltaba un buen rato para que pudiera ir al bar.
Se quedó sentado en la banca, pensando en su hermana Julia, y en qué estaría haciendo ella en ese momento. De seguro estaría en clases en la telesecundaria, igual de preocupada por su hermano que él por ella.
Sergio se acomodó lo mejor que pudo sobre el duro concreto, y se perdió en sus pensamientos.
Paul was checking his watch for the eleventh time in just half an hour. He started to wonder if Nick and Rich had forgotten about him, when he heard the horn of Nick's pick-up truck, coming up the street.
The white Ford truck stopped right in front of Henry's store. The truck had been a bit old and beat-up by the time that Nick had bought it, just a year ago, but in that time it had picked up some new dents near the back.
Henry had asked Paul to work just half a day on Friday, since he had asked for the free time in such a short notice, unlike Nick. So Paul had to help Henry sort through a shipment of hunting supplies, and what looked like box after box of plastic duck calls, having to sort them through color, unlike what the supplier had promised to do.
-Come on, Paul, we are already behind schedule! -Nick yelled, while hitting the side of the truck a couple of times with an open palm.
He opened the backdoor, threw in his blue backpack, and took a seat right behind Nick.
-Hey, man, here you go! -said Rich, handing him a can of cold beer. He had a six-pack right in his lap, with half of the cans already gone.
-Are you sure you should be drinking in the car? -Paul asked.
-Relax, Paul. Nick lost the coin-flip. So now he's the desigmana... desigme... the guy who'll be doing all the driving! -Rich then laughed.
Paul grabbed the beer can and opened it. The first two hours of driving were pretty uneventful, with Rich finishing the rest of the beer by himself.
-You know what really makes me angry? -the fat man blurted, just after they were on the intestate.
-Oh, no... -Nick said, shaking his head a bit. -C'mon, Rich, just let me listen to the radio, please!
-Too late Nick. I can hear him dragging his soap box across the floor! -joked Paul, then giving Nick a high-five.
-Yeah, yeah, laugh it up, you guys. But like my uncle used to say, there's no better time to educate people than when they don't want to be educated -he retorted, and then drank the last sip of the beer.
-Just promise you'll make it quick -Paul pleaded, before laying down in the back seat. If he was going to hear one of Rich's rants, he at least wanted to be as comfortable as he could.
-All right, here we go... What really makes you angry, Rich? -Nick said, hoping that they'd come across some gas station where they could buy some more beer to shut his friend up.
-What makes me angry, it's how liberals and leftists insist of making hills out of ant-hills, and then claim that a real problem is not a problem at all - Rich started, crumpling the aluminum can in his fat hand.
-Like what kind of problems, Rich? -Paul interjected, not because he wanted to know, but because he knew well that, if they didn't keep Rich on track, he would start to disert about all kinds of stuff.
His divagations and dissertations included, but were not limited to: the loss of values in today's youth, the best way to solve international conflicts, what to do with those damn Russians, how America could be great again, the differences between white people and people of any other color, why Protestan Christianity was the best religion of all, how the government should stop molly-coddling the poor, and in a surprise twist, that corporate America should do more for the environment, of America of course.
-Like the immigration problem, that's what, boys -started Rich. He threw the crushed can into the convenience store plastic bag he had near his legs, with all the other ones. -Just think, every day there's ton of people coming through our borders, people who we know nothing about, but just one thing!
-And what's that thing, Rich? -asked Nick, while fantasizing about crashing the truck in just the right way to knock out his annoying passenger, but not damaging his ride too much.
-That they're criminals, the whole lot of them. People who think so highly of themselves, that they don't want rules to apply to them -explained Rich, pointing at the others with his index finger.
-That's true, they just go ahead and break our laws, and still want to not be punished -Nick agreed, almost by reflex. He and Rich didn't see eye to eye in many issues, but that was one they always agreed in.
-If you commit a crime, you must do the time -Paul added, his gaze lost beyond the roof of the truck.
-Sure, but not here! And I hate how they always claim they just want a job, like, are there not any good jobs back in Mexico, is it? -Rich said. He was just starting to warm up.
-Yeah, fuck that! It's our country, the jobs should be ours! -yelled Nick in response, hoping that it would serve as an end to the rant.
-And we have all these laws for a good reason, isn't it, Paul? -asked Rich, turning his head toward the back of the truck.
-Yes, we do -Paul concurred. -A law is a law because otherwise people would be in danger.
-Exactly! -Rich slapped his right knee, then turned his head back. -That's another thing, the danger that we are exposed to, with all those people we know nothing about all around us.
-I don't like the idea of being afraid of strangers in my own land, that's for sure -Nick said, feeling less annoyed. At this time his friend was ranting about something they all agreed on.
-Hear, hear -Paul added, feeling more and more sleepy. He was ready to take a short nap.
-You don't let an stranger get into your house, do whatever they please, take your money, and make a mess of things -Rich carried on, his hate fueling itself by this point.
-So, are you saying you don't like plumbers either? -Paul interjected, then moved a bit to try to get more comfortable.
-Ha! Good one, man! -Nick exclaimed, laughing for a bit. Meanwhile, Rich had stopped his rant for a moment.
-Laugh it up, you two. But you'll see. -Rich again pointed at them with his finger, trying to give more emphasis to his words. -There will come a day when we will look all around us, and it will turn out we will be the strangers on our own country, trying to get by with whatever scraps they leave us.
-You're preaching to the choir, man. We already going to help with the border patrol, aren't we? -Paul mentioned, while crossing his arms.
-I just want you two to understand the importance of what we are doing. One day, when the people wake up, they realize that the only ones who cared about the country were guys like us -Rich finished. The seat creaked a bit as he laid back on it, his face a bit red for all the talking he had done.
-You're right, Rich. We'll be serious about this, I promise -Paul said.
-Yah, man, don't worry. This will just be the first of many trips, isn't it, Paul? -Nick agreed.
-Well, that's settled. I'm gonna catch some z's, but tell me when you want to switch, Nick -Paul finished, then turned towards the seat.
-Sure, rest while you can. That's one of the things that are wrong with today's youth, they just don't want to put their backs into anything... -Rich started again, to Nick's chagrin.
Paul now understood a little better why Rich's son didn't came back to visit him often. If they were already tired of hearing him rant, it would be hell to have to stay and listen to Rich at anytime 24/7.
He went to sleep, trying to pretend that Rich's voice was as relaxing as the sound of waves crashing against the beach, without success.
Las Arenas Silenciosas/The Silent Sands: Intermedio I
El Coyote y La Serpiente.
"I hate and fear snakes, because if you look into the eyes of any snake you will see that it knows all and more of the mystery of man's fall, and that it feels all the contempt that the Devil felt when Adam was evicted from Eden." -Rudyard Kipling.
"El Coyote está allá afuera, y siempre tiene hambre."-Proverbio Navajo.
I
The Arizona desert was cold and miserable, just like it always was before sunrise, when it became hot and unbearable.
The coyote was sitting in the middle of nowhere, just looking at the horizon. Soon, the Sun would come up, and the stars would be hidden behind its supreme light. He was a bit skinny, its coat looking a little less nicer than when he was a young pup, a long time ago.
Coming from behind a rock, a shadow crept on the ground, getting closer to the coyote. Slithering along the ground, black like obsidian.
La Serpiente se detuvo al lado del coyote, y sacó la lengua a manera de saludo. El coyote giro la cabeza, y miró al ofidio con ojos llenos de estrellas.
Nadie más se dignaba a hablar con la serpiente, todos la evitaban: los gigantes que quedaban, la antigua mujer, incluso el Pájaro Trueno no le dedicaba más que una mirada de desprecio, cada vez que surcaba el cielo llevando las tormentas en sus alas.
The Snake had come long ago, with the men beyond the ocean. It had needed a new audience, ones who didn't knew of its tricks and lies, the prices to pay to be a part of its great show.
The Coyote was the closest thing it had to a friend. Unlike others, he loved tricks and jokes, the illusion and the magic. In a world where there was so little real magic, he brought some color to the brief lives of men and women.
The light raced along the ground, as the Sun rised in the horizon. That was the agreed upon signal.
El Gran Juego iba a empezar. Sus piezas llegarían pronto, y comenzarían una vez que estuvieran en posición.
A la Serpiente no le gustaba esa tierra. Había demasiadas cosas procedentes de la Oscuridad Cósmica, de antes de que existiera la primera luz, que encendió todas las demás en el cielo, en esos últimos años.
El Hroj'or Uxtam había intentado consumir el color de ese mundo, y el Ovoac Uzzant tenía siempre la mirada fija con uno de sus infinitos ojos que atravesaban toda sombra y materia.
Pero el mundo no fue consumido, y continuó girando. Y mientras los seres humanos existieran, también lo haría la Serpiente.
Still, the Snake didn't care much about humans. They were too caught up in their simple concepts, drawing lines around things and giving them names just so they could put them in this or that category. They were too busy marveling at their so-called cleverness to understand the true mistery and wonder of the universe.
Coyote had more of a soft-spot for humans, those children of wonder. Always looking for the truth, yet so dumb that he had always to present it in some way their small, limited minds could comprehend it.
Esos humanos siempre desconfiaban de la verdad, a menos que primero montara algún pequeño show, hacerlos creer que la descubrían tras recorrer un tortuoso camino, en vez de aceptarla sin problemas.
A veces le costaba trabajo creer lo que la serpiente le decía, que su más grande logro fue que aprendieran sobre el bien y el mal. Pero la serpiente era tan mentirosa como él mismo, si no es que un poco menos.
Y la Serpiente sabía cosas, como lo que había más allá de la bóveda celeste en la que el coyote una vez había colgado las estrellas, y de los seres que moraban ahí, lejos de toda luz.
Some of those things had been busy in the last few months, on the edge of his desert. But the gears had been put into motion, and soon they would been taken care of, those winged insects that walked like humans and their little bug-hounds.
Coyote and Snake looked at each other, lost in an exchange that no words could do justice. Then, in a sudden manner, they started their journey, keeping the Sun to their left.
Su destino era uno de esos límites que tanto gustaban a los humanos. Ahí sería dónde empezaría el Gran Juego, y dónde se ganaría el premio de la Apuesta.
Coyote se preguntaba si los humanos volverían a sorprenderlo.
Serpiente sabía que los humanos no la decepcionarían.
"I hate and fear snakes, because if you look into the eyes of any snake you will see that it knows all and more of the mystery of man's fall, and that it feels all the contempt that the Devil felt when Adam was evicted from Eden." -Rudyard Kipling.
"El Coyote está allá afuera, y siempre tiene hambre."-Proverbio Navajo.
I
The Arizona desert was cold and miserable, just like it always was before sunrise, when it became hot and unbearable.
The coyote was sitting in the middle of nowhere, just looking at the horizon. Soon, the Sun would come up, and the stars would be hidden behind its supreme light. He was a bit skinny, its coat looking a little less nicer than when he was a young pup, a long time ago.
Coming from behind a rock, a shadow crept on the ground, getting closer to the coyote. Slithering along the ground, black like obsidian.
La Serpiente se detuvo al lado del coyote, y sacó la lengua a manera de saludo. El coyote giro la cabeza, y miró al ofidio con ojos llenos de estrellas.
Nadie más se dignaba a hablar con la serpiente, todos la evitaban: los gigantes que quedaban, la antigua mujer, incluso el Pájaro Trueno no le dedicaba más que una mirada de desprecio, cada vez que surcaba el cielo llevando las tormentas en sus alas.
The Snake had come long ago, with the men beyond the ocean. It had needed a new audience, ones who didn't knew of its tricks and lies, the prices to pay to be a part of its great show.
The Coyote was the closest thing it had to a friend. Unlike others, he loved tricks and jokes, the illusion and the magic. In a world where there was so little real magic, he brought some color to the brief lives of men and women.
The light raced along the ground, as the Sun rised in the horizon. That was the agreed upon signal.
El Gran Juego iba a empezar. Sus piezas llegarían pronto, y comenzarían una vez que estuvieran en posición.
A la Serpiente no le gustaba esa tierra. Había demasiadas cosas procedentes de la Oscuridad Cósmica, de antes de que existiera la primera luz, que encendió todas las demás en el cielo, en esos últimos años.
El Hroj'or Uxtam había intentado consumir el color de ese mundo, y el Ovoac Uzzant tenía siempre la mirada fija con uno de sus infinitos ojos que atravesaban toda sombra y materia.
Pero el mundo no fue consumido, y continuó girando. Y mientras los seres humanos existieran, también lo haría la Serpiente.
Still, the Snake didn't care much about humans. They were too caught up in their simple concepts, drawing lines around things and giving them names just so they could put them in this or that category. They were too busy marveling at their so-called cleverness to understand the true mistery and wonder of the universe.
Coyote had more of a soft-spot for humans, those children of wonder. Always looking for the truth, yet so dumb that he had always to present it in some way their small, limited minds could comprehend it.
Esos humanos siempre desconfiaban de la verdad, a menos que primero montara algún pequeño show, hacerlos creer que la descubrían tras recorrer un tortuoso camino, en vez de aceptarla sin problemas.
A veces le costaba trabajo creer lo que la serpiente le decía, que su más grande logro fue que aprendieran sobre el bien y el mal. Pero la serpiente era tan mentirosa como él mismo, si no es que un poco menos.
Y la Serpiente sabía cosas, como lo que había más allá de la bóveda celeste en la que el coyote una vez había colgado las estrellas, y de los seres que moraban ahí, lejos de toda luz.
Some of those things had been busy in the last few months, on the edge of his desert. But the gears had been put into motion, and soon they would been taken care of, those winged insects that walked like humans and their little bug-hounds.
Coyote and Snake looked at each other, lost in an exchange that no words could do justice. Then, in a sudden manner, they started their journey, keeping the Sun to their left.
Su destino era uno de esos límites que tanto gustaban a los humanos. Ahí sería dónde empezaría el Gran Juego, y dónde se ganaría el premio de la Apuesta.
Coyote se preguntaba si los humanos volverían a sorprenderlo.
Serpiente sabía que los humanos no la decepcionarían.
domingo, 15 de noviembre de 2015
The Silent Sands: Chapter 3
Side B
III
Paul checked the hunting rifle one more time. It had been a gift from his father, for his seventeenth birthday. It had been a long time since he had pulled it out of the case, so he had made sure he had cleaned it in a very thorough manner.
-Never point a gun, unless you intend to use it -had said his father, during one of the times Paul had accompanied him in his job.
Les had been a deputy for the local police department. While it sounded like a pretty important job, the reality of it was that he spent almost all his days hanging around the roads that lead to and away from the town, making sure that people drived in a safe manner.
It had been a hot afternoon in the middle of the summer. Paul was eleven years old, and was trying to read his Batman comic-book for the third time.
Les was reclined on the driver seat of the police car, his eyes closed behind the dark-tinted sunglasses. Even though he tried to be as relaxed as he could, he kept himself alert enough to listen to the radio chatter.
The car was just behind big sign next to the road, parked in a nice spot to be in the cool shade of it.
Just as Paul had finished the comic-book, and was trying to read the letters section, a blue car passed right in front of them, its engine roaring in a savage manner, like an animal of steel trying to catch a prey.
-Paul, put on your seatbelt -ordered his father, while he turned on the patrol car's engine.
The kid did as instructed. Les went after the car, switching on the turret lights.
-Dispatch, here's car 04. I'm currently of pursuit of a blue Camaro, for a speed limit violation -reported Les through the radio.
-Yeah! -Paul yelled with excitement. They were in pursuit of a criminal, just like he had seen in the movies and tv. Most probably an escaped convict, big like a mountain and his arms covered in tattoos.
He had been accompanying his dad since he was ten years old, and this was the first time that anything interesting had happened. Most of the time they just stayed inside the car, waiting for the end of Les's shift.
After a short pursuit, the Camaro pulled over the side of the road. They were in the middle of nowhere, surrounded by vast grazing fields, delimited by wooden fences with barbed wire.
-Stay here, and don't get out, no matter what -said Les with a stern voice.
Paul nodded, and saw his father get out of the patrol car. Les walked towards the Camaro with a slow and careful pace.
He got right next to the driver's side, and Paul was surprised to see that the heinous criminal they had pursued was a young blonde woman, wearing sunglasses so large they covered half her face.
The woman took of her sunglasses, and smiled at Les.
-Hello officer, what seems to be the problem? -she asked, with an innocent and playful tone in her voice.
-License and registration, please ma'am -said Les, his face a stern mask.
The young woman complied, and Les checked the documents in a very careful manner.
-Ma'am, you were over fifteen miles the speed limit in this part of the road -Les informed her.
-Well, I'm sorry, I've must missed the speed limit sign -said the young woman, still smiling.
-I'm gonna have to write you a ticket for that -Les added, while reaching for the notepad and pen.
-Can't you just, like, let me go with a warning? -she mentioned. -I'd be very grateful.
Les stopped writing the ticket. He looked at the young woman. She was probably in her early twenties, with a pretty face and what must been a nice, fit body beneath her half-buttoned shirt.
-Is that so? -Les asked, while taking off his sunglasses.
-Yes -answered the young woman, her smile becoming a little more seductive.
Les finished writing the ticket, and handed it to her.
-Then be grateful that I'm just giving you the ticket, and not taking you in for attempted bribery -the officer said, handing the paper note to the woman.
Even from inside the patrol car, Paul saw how the woman's expression changed in the most radical way. The smile turned into a frown, and she took the ticket away with barely contained disgust.
-Please drive more carefully, ma'am -Les warned her, but the woman had already started the car's engine again.
The blue Camaro returned to the road, but this time at a more sensible speed. Les just stood there for a moment more, seeing how the car got lost in the distance.
It wouldn't be until a couple of years later that his father told him the complete story.
-But why didn't you accept her offer? -Paul had asked, while the two of them were sitting in the ugly orange couch.
-Because rules exist for a reason, son. They are a shield that protect us from all the bad people out there -explained Les, then he took another sip from his bottle of beer. -I like to think that, by giving her that ticket, I made sure she didn't end up crashing against a cow, or worse, running over a kid like you.
Paul remembered that moment as the one where he started to respect his father, not like a son does, but as a man. That was a feeling that would endure for the rest of his life.
It was almost closing time, when Paul approached Henry. As usual, he was busy cleaning up one of the counters, making sure there was no dust over the glass display.
-Henry, I'm gonna need next weekend off -blurted Paul out.
His boss stopped rubbing the rag, and turned towards him, with an expression of mild annoyance on his face.
-Well, first Nick and now you, too -the fat man said. -I don't care much about him, but you're my best employee.
-You only have two employees, Henry -Paul answered back, half-jokingly.
-Yeah, and now I won't have any for next weekend -Henry complained. -What gives?
-I've thought it over, and have decided to go with the guys, over to Arizona -said Paul, feeling a bit anxious about Henry's reaction to the news.
-Oh. Oh!- Henry reacted, then a big smile appeared on his rotund face. -Now that's some good news.
Paul felt relieved. He didn't know what he would've done if Henry had reacted otherwise. Maybe risk being fired for not going to work during the weekend, even given his situation.
-I only wish I could go with you, too. But I'm too old to camp in the middle of goddamn nowhere, and I gotta keep an eye on the store -Henry commented, with a bit of sadness in his voice.
-Well, Rich is going -Paul added.
-That guy couldn't find his ass if you told him to use both hands and that it was next to his wallet -Henry said, snorting with contempt. -At least he won't go easy on those damn mexicans.
-Thought there were people from those countries down under, too -Paul mentioned.
He had learned a lot since meeting the guys, over two years ago. Back when no one had offered answers to his troubles, just the same tired simpathy and useless platitudes.
-Potato, Potayto. They come from Mexico, then to me they're all mexicans -Henry said, rolling his eyeswith a bit of impatience.
-Hey, doesn't make any difference to me, either. They want to get in here illegaly, they are all the same to me -Paul explained.
-Criminals, Paul. If they're breaking the law, then they're just criminals, don't ever forget that -Henry insisted, his voice becoming a low growl at the last part. -Your dad surely knew a thing or two about that, that's for sure.
Paul nodded in agreement. While he was growing up, he sometimes had heard people complain about other police officers in the town. Too lazy, they said of Jackie Smith; or corrupted, like Mike Smith turned out to be. That one had been a real shock to everyone in the county.
But the only word that ever came out of people's mouths when talking about Les Jackson was that he was fair. Harsh, but fair in the end. Just like the laws that he was supposed to uphold, doing a much better job than most officers in the force.
-Yes, you're right, boss. In any case, I doubt we even will come across a single one of them out there -Paul said, while shifting his weight from his bad leg to the other one. -It's a big border, after all.
-At least I will rest a bit easier this weekend knowing you guys are out there, keeping an eye for us good folk -Henry commented, then he grab the rag again and went back to cleaning the glass counter. -Do me a favor, and see if we have enough boxes of .22 ammo, will ya?
-Sure thing, boss -Paul then went back to the warehouse, with his usual slow pace.
Henry's mention of his father had stirred the feelings in his heart. Paul hoped that he could see that, even if it was in a small way, his son was also trying to make the world a better place, his country a little safer.
Paul tried to concentrate in the task at hand. There was still some stuff he had to do for the upcoming trip, and less than a week to get it done.
III
Paul checked the hunting rifle one more time. It had been a gift from his father, for his seventeenth birthday. It had been a long time since he had pulled it out of the case, so he had made sure he had cleaned it in a very thorough manner.
-Never point a gun, unless you intend to use it -had said his father, during one of the times Paul had accompanied him in his job.
Les had been a deputy for the local police department. While it sounded like a pretty important job, the reality of it was that he spent almost all his days hanging around the roads that lead to and away from the town, making sure that people drived in a safe manner.
It had been a hot afternoon in the middle of the summer. Paul was eleven years old, and was trying to read his Batman comic-book for the third time.
Les was reclined on the driver seat of the police car, his eyes closed behind the dark-tinted sunglasses. Even though he tried to be as relaxed as he could, he kept himself alert enough to listen to the radio chatter.
The car was just behind big sign next to the road, parked in a nice spot to be in the cool shade of it.
Just as Paul had finished the comic-book, and was trying to read the letters section, a blue car passed right in front of them, its engine roaring in a savage manner, like an animal of steel trying to catch a prey.
-Paul, put on your seatbelt -ordered his father, while he turned on the patrol car's engine.
The kid did as instructed. Les went after the car, switching on the turret lights.
-Dispatch, here's car 04. I'm currently of pursuit of a blue Camaro, for a speed limit violation -reported Les through the radio.
-Yeah! -Paul yelled with excitement. They were in pursuit of a criminal, just like he had seen in the movies and tv. Most probably an escaped convict, big like a mountain and his arms covered in tattoos.
He had been accompanying his dad since he was ten years old, and this was the first time that anything interesting had happened. Most of the time they just stayed inside the car, waiting for the end of Les's shift.
After a short pursuit, the Camaro pulled over the side of the road. They were in the middle of nowhere, surrounded by vast grazing fields, delimited by wooden fences with barbed wire.
-Stay here, and don't get out, no matter what -said Les with a stern voice.
Paul nodded, and saw his father get out of the patrol car. Les walked towards the Camaro with a slow and careful pace.
He got right next to the driver's side, and Paul was surprised to see that the heinous criminal they had pursued was a young blonde woman, wearing sunglasses so large they covered half her face.
The woman took of her sunglasses, and smiled at Les.
-Hello officer, what seems to be the problem? -she asked, with an innocent and playful tone in her voice.
-License and registration, please ma'am -said Les, his face a stern mask.
The young woman complied, and Les checked the documents in a very careful manner.
-Ma'am, you were over fifteen miles the speed limit in this part of the road -Les informed her.
-Well, I'm sorry, I've must missed the speed limit sign -said the young woman, still smiling.
-I'm gonna have to write you a ticket for that -Les added, while reaching for the notepad and pen.
-Can't you just, like, let me go with a warning? -she mentioned. -I'd be very grateful.
Les stopped writing the ticket. He looked at the young woman. She was probably in her early twenties, with a pretty face and what must been a nice, fit body beneath her half-buttoned shirt.
-Is that so? -Les asked, while taking off his sunglasses.
-Yes -answered the young woman, her smile becoming a little more seductive.
Les finished writing the ticket, and handed it to her.
-Then be grateful that I'm just giving you the ticket, and not taking you in for attempted bribery -the officer said, handing the paper note to the woman.
Even from inside the patrol car, Paul saw how the woman's expression changed in the most radical way. The smile turned into a frown, and she took the ticket away with barely contained disgust.
-Please drive more carefully, ma'am -Les warned her, but the woman had already started the car's engine again.
The blue Camaro returned to the road, but this time at a more sensible speed. Les just stood there for a moment more, seeing how the car got lost in the distance.
It wouldn't be until a couple of years later that his father told him the complete story.
-But why didn't you accept her offer? -Paul had asked, while the two of them were sitting in the ugly orange couch.
-Because rules exist for a reason, son. They are a shield that protect us from all the bad people out there -explained Les, then he took another sip from his bottle of beer. -I like to think that, by giving her that ticket, I made sure she didn't end up crashing against a cow, or worse, running over a kid like you.
Paul remembered that moment as the one where he started to respect his father, not like a son does, but as a man. That was a feeling that would endure for the rest of his life.
It was almost closing time, when Paul approached Henry. As usual, he was busy cleaning up one of the counters, making sure there was no dust over the glass display.
-Henry, I'm gonna need next weekend off -blurted Paul out.
His boss stopped rubbing the rag, and turned towards him, with an expression of mild annoyance on his face.
-Well, first Nick and now you, too -the fat man said. -I don't care much about him, but you're my best employee.
-You only have two employees, Henry -Paul answered back, half-jokingly.
-Yeah, and now I won't have any for next weekend -Henry complained. -What gives?
-I've thought it over, and have decided to go with the guys, over to Arizona -said Paul, feeling a bit anxious about Henry's reaction to the news.
-Oh. Oh!- Henry reacted, then a big smile appeared on his rotund face. -Now that's some good news.
Paul felt relieved. He didn't know what he would've done if Henry had reacted otherwise. Maybe risk being fired for not going to work during the weekend, even given his situation.
-I only wish I could go with you, too. But I'm too old to camp in the middle of goddamn nowhere, and I gotta keep an eye on the store -Henry commented, with a bit of sadness in his voice.
-Well, Rich is going -Paul added.
-That guy couldn't find his ass if you told him to use both hands and that it was next to his wallet -Henry said, snorting with contempt. -At least he won't go easy on those damn mexicans.
-Thought there were people from those countries down under, too -Paul mentioned.
He had learned a lot since meeting the guys, over two years ago. Back when no one had offered answers to his troubles, just the same tired simpathy and useless platitudes.
-Potato, Potayto. They come from Mexico, then to me they're all mexicans -Henry said, rolling his eyeswith a bit of impatience.
-Hey, doesn't make any difference to me, either. They want to get in here illegaly, they are all the same to me -Paul explained.
-Criminals, Paul. If they're breaking the law, then they're just criminals, don't ever forget that -Henry insisted, his voice becoming a low growl at the last part. -Your dad surely knew a thing or two about that, that's for sure.
Paul nodded in agreement. While he was growing up, he sometimes had heard people complain about other police officers in the town. Too lazy, they said of Jackie Smith; or corrupted, like Mike Smith turned out to be. That one had been a real shock to everyone in the county.
But the only word that ever came out of people's mouths when talking about Les Jackson was that he was fair. Harsh, but fair in the end. Just like the laws that he was supposed to uphold, doing a much better job than most officers in the force.
-Yes, you're right, boss. In any case, I doubt we even will come across a single one of them out there -Paul said, while shifting his weight from his bad leg to the other one. -It's a big border, after all.
-At least I will rest a bit easier this weekend knowing you guys are out there, keeping an eye for us good folk -Henry commented, then he grab the rag again and went back to cleaning the glass counter. -Do me a favor, and see if we have enough boxes of .22 ammo, will ya?
-Sure thing, boss -Paul then went back to the warehouse, with his usual slow pace.
Henry's mention of his father had stirred the feelings in his heart. Paul hoped that he could see that, even if it was in a small way, his son was also trying to make the world a better place, his country a little safer.
Paul tried to concentrate in the task at hand. There was still some stuff he had to do for the upcoming trip, and less than a week to get it done.
Las Arenas Silenciosas: Capítulo 3
Lado A
III
Sergio aparentó que estaba pensando de manera muy seria en la propuesta del viejo Alfonso.
Le había sorprendido que vender la lancha hubiera resultado tan fácil. El joven pescador había pensado que tendría que esperar al menos un par de meses, teniendo en cuenta lo difícil que se había vuelto sobrevivir de la pesca. Lo mejor que había esperado era al menos vender el motor fuera de borda.
-Vamos, no lo pienses tanto. Aún si te niegas, la venta ya está asegurada -mencionó Alfonso.
El anciano hincó el diente a un volován de atún, uno de varios que su nuera hacía de vez en cuando.
Era un día excelente, con una suave brisa que arrastraba con ella el olor a sal del océano. El reflejo del Sol danzaba entre las olas, y las gaviotas volaban por un cielo claro y despejado.
El día hubiera sido perfecto para que Sergio intentara salir de pesca, pero ya había tomado su decisión. Pescar era su pasado, y tenía que enfocarse en el presente.
-No, lo siento mucho -respondió Sergio, sintiéndose un poco decepcionado de su respuesta.
Alfonso se limitó a asentir, mientras daba otra mordida al volován.
-Ni modo, pero igual le aseguré que te iba a preguntar -dijo el viejo. -Entonces le diré que te traiga el dinero pasado mañana.
-¿Y qué hay de las redes? -preguntó Sergio.
-Esas te las compro yo. Voy a usarlas para adornar un poco las paredes de este lugar -compartió Alfonso, para luego acabar con el último mordisco del volován.
Sergio volvió a ver hacia dónde estaba la lancha sobre la arena de la playa, a unos metros de la palapa. Rubén y Graciano lo habían ayudado a empujarla, antes de irse a vender la pesca del día al mercado municipal.
La lancha medía cerca de cuatro metros, con un cuerpo de fibra de vidrio pintado con color blanco en el exterior y azul cielo en el interior. Su padre la había comprado un par de días después de que tuvieron que regresar al pueblo, para tratar de complementar los gastos médicos de su esposa.
sergio se sentía un poco culpable por tener que venderla, pero no le quedaba de otra. Necesitaba el dinero para dejarle algo a Julia, para que ella estuviera bien mientras él encontraba otro trabajo seguro en los Estados Unidos.
-No te preocupes, estará bien -comentó Alfonso, sacudiéndose las migajas de las manos. -Mi sobrino sabe como mantener las lanchas en buen estado.
El joven se limitó a asentir, mientras la brisa acariciaba su rostro y revolvía su pelo.
-Siempre supe que te irías de vuelta -dijo el anciano, levántandose para tomar un refresco de la nevera de plástico.
Con cuidado revolvió entre las botellas y los pedazos de hielo que flotaban en el agua helada, y tomó un refresco Titán de manzana. Luego puso la botella contra el destapador montado en una esquina, y con un firme movimiento de muñeca lo destapó.
-No podía dejar sola a Julia -respondió Sergio, mientras se volvía y ponía los brazos sobre la mesa de plástico blanco.
-Pero la vas a dejar ahora. Claro que no sola, yo también le echaré un ojo de vez en cuando -añadió el anciano. Tomó un popote de los varios que había en un vaso de vidrio en medio de la mesa, y lo introdujo en la botella.
-Mi papá siempre me decía que ibamos a regresar aquí. O al menos él, cuando tuviera ahorrado lo suficiente -el joven recordó, su mirada perdida en el pasado.
Nunca pudo entender el porque su padre quería regresar a México. En los Estados Unidos había todo lo que necesitaban: trabajo que pagaba mejor, más seguridad, y la esperanza de que sus vidas por fin podrían mejorar.
Pero Miguel siempre hablaba todo el tiempo de regresar. Un buen día, cuando estaban a punto de dormir en el departamento que compartían con dos hermanos salvadoreños, Sergio le pidió que le explicara la razón.
-Porque nuestro hogar es allá, no aquí. Todavía estás chamaco, pero puedes ver que aquí siempre nos tratan como extraños -dijo el hombre, sentado sobre el colchón de hule espuma tendido sobre el suelo. -En un verdadero hogar, nunca eres un extraño.
Sergio si que se había sentido un extraño cuando volvieron. Tuvieron que viajar en autobús por cuatro días, pero era mucho mejor que andar saltando a los vagones del tren en medio de la noche.
El cáncer había estado consumiendo a su madre por largos meses. Julia les explicó que Rosa le había prohibido decírselos durante sus llamadas semanales por teléfono, hasta que no pudo seguir actuando como si no fuera nada.
El dinero que Miguel había ahorrado para poner un negocio propio se fue gastando en visitas al médico, pasajes de autobús, y medicinas para aliviar el dolor cada vez más grande de su esposa.
Algunas veces, cuando estaba solo en la lancha en medio del mar, Sergio pensaba que el accidente de autobús había sido una bendición. Su madre había muerto sin seguir sufriendo, y su padre no tuvo que ver como su amada esposa se iba consumiendo hasta morir.
Julia y él tuvieron que lidiar con el dolor, pero siguieron adelante, gracias al apoyo de los amigos que sus padres habían hecho en su vida.
Fue entonces que Sergio pudo entender porque su padre quería tanto el regresar al pueblo, lo que en verdad significaba el tener un hogar.
Pero eso estaba en el pasado.
-Aquí no hay nada para mí, don Alfonso. Pero quise intentarlo, porque es lo que mi papá quería -explicó Sergio. -Gracias por todo, don Alfonso.
-Buena suerte, hijo, sepas que aquí te vamos a extrañar un chingo -dijo el anciano, con la voz a punto de quebrarse.
-Gracias, yo también los extrañaré -respondió el joven, sintiéndose más triste de lo que esperaba al decirlo. -Entonces vendré el martes por el dinero, don Alfonso.
El joven y el anciano se dieron la mano, la penúltima vez que lo harían en su vida.
Sergio había caminado por la playa, cuando se detuvo a medio camino hacia la carretera.
El joven pescador echó un vistazo a la playa, al mar, a la palapa. Se le hacía difícil despedirse de todo eso, tras cuatro años como pescador. Cuatro años de levantarse antes que el sol, y quedarse en el mar hasta juntar la pesca suficiente.
Se quedó mirando la escena por largos minutos, tratando de llevarse aunque fuera en la memoria un pedazo de su hogar. Luego se fue, caminando con paso lento, pero determinado.
III
Sergio aparentó que estaba pensando de manera muy seria en la propuesta del viejo Alfonso.
Le había sorprendido que vender la lancha hubiera resultado tan fácil. El joven pescador había pensado que tendría que esperar al menos un par de meses, teniendo en cuenta lo difícil que se había vuelto sobrevivir de la pesca. Lo mejor que había esperado era al menos vender el motor fuera de borda.
-Vamos, no lo pienses tanto. Aún si te niegas, la venta ya está asegurada -mencionó Alfonso.
El anciano hincó el diente a un volován de atún, uno de varios que su nuera hacía de vez en cuando.
Era un día excelente, con una suave brisa que arrastraba con ella el olor a sal del océano. El reflejo del Sol danzaba entre las olas, y las gaviotas volaban por un cielo claro y despejado.
El día hubiera sido perfecto para que Sergio intentara salir de pesca, pero ya había tomado su decisión. Pescar era su pasado, y tenía que enfocarse en el presente.
-No, lo siento mucho -respondió Sergio, sintiéndose un poco decepcionado de su respuesta.
Alfonso se limitó a asentir, mientras daba otra mordida al volován.
-Ni modo, pero igual le aseguré que te iba a preguntar -dijo el viejo. -Entonces le diré que te traiga el dinero pasado mañana.
-¿Y qué hay de las redes? -preguntó Sergio.
-Esas te las compro yo. Voy a usarlas para adornar un poco las paredes de este lugar -compartió Alfonso, para luego acabar con el último mordisco del volován.
Sergio volvió a ver hacia dónde estaba la lancha sobre la arena de la playa, a unos metros de la palapa. Rubén y Graciano lo habían ayudado a empujarla, antes de irse a vender la pesca del día al mercado municipal.
La lancha medía cerca de cuatro metros, con un cuerpo de fibra de vidrio pintado con color blanco en el exterior y azul cielo en el interior. Su padre la había comprado un par de días después de que tuvieron que regresar al pueblo, para tratar de complementar los gastos médicos de su esposa.
sergio se sentía un poco culpable por tener que venderla, pero no le quedaba de otra. Necesitaba el dinero para dejarle algo a Julia, para que ella estuviera bien mientras él encontraba otro trabajo seguro en los Estados Unidos.
-No te preocupes, estará bien -comentó Alfonso, sacudiéndose las migajas de las manos. -Mi sobrino sabe como mantener las lanchas en buen estado.
El joven se limitó a asentir, mientras la brisa acariciaba su rostro y revolvía su pelo.
-Siempre supe que te irías de vuelta -dijo el anciano, levántandose para tomar un refresco de la nevera de plástico.
Con cuidado revolvió entre las botellas y los pedazos de hielo que flotaban en el agua helada, y tomó un refresco Titán de manzana. Luego puso la botella contra el destapador montado en una esquina, y con un firme movimiento de muñeca lo destapó.
-No podía dejar sola a Julia -respondió Sergio, mientras se volvía y ponía los brazos sobre la mesa de plástico blanco.
-Pero la vas a dejar ahora. Claro que no sola, yo también le echaré un ojo de vez en cuando -añadió el anciano. Tomó un popote de los varios que había en un vaso de vidrio en medio de la mesa, y lo introdujo en la botella.
-Mi papá siempre me decía que ibamos a regresar aquí. O al menos él, cuando tuviera ahorrado lo suficiente -el joven recordó, su mirada perdida en el pasado.
Nunca pudo entender el porque su padre quería regresar a México. En los Estados Unidos había todo lo que necesitaban: trabajo que pagaba mejor, más seguridad, y la esperanza de que sus vidas por fin podrían mejorar.
Pero Miguel siempre hablaba todo el tiempo de regresar. Un buen día, cuando estaban a punto de dormir en el departamento que compartían con dos hermanos salvadoreños, Sergio le pidió que le explicara la razón.
-Porque nuestro hogar es allá, no aquí. Todavía estás chamaco, pero puedes ver que aquí siempre nos tratan como extraños -dijo el hombre, sentado sobre el colchón de hule espuma tendido sobre el suelo. -En un verdadero hogar, nunca eres un extraño.
Sergio si que se había sentido un extraño cuando volvieron. Tuvieron que viajar en autobús por cuatro días, pero era mucho mejor que andar saltando a los vagones del tren en medio de la noche.
El cáncer había estado consumiendo a su madre por largos meses. Julia les explicó que Rosa le había prohibido decírselos durante sus llamadas semanales por teléfono, hasta que no pudo seguir actuando como si no fuera nada.
El dinero que Miguel había ahorrado para poner un negocio propio se fue gastando en visitas al médico, pasajes de autobús, y medicinas para aliviar el dolor cada vez más grande de su esposa.
Algunas veces, cuando estaba solo en la lancha en medio del mar, Sergio pensaba que el accidente de autobús había sido una bendición. Su madre había muerto sin seguir sufriendo, y su padre no tuvo que ver como su amada esposa se iba consumiendo hasta morir.
Julia y él tuvieron que lidiar con el dolor, pero siguieron adelante, gracias al apoyo de los amigos que sus padres habían hecho en su vida.
Fue entonces que Sergio pudo entender porque su padre quería tanto el regresar al pueblo, lo que en verdad significaba el tener un hogar.
Pero eso estaba en el pasado.
-Aquí no hay nada para mí, don Alfonso. Pero quise intentarlo, porque es lo que mi papá quería -explicó Sergio. -Gracias por todo, don Alfonso.
-Buena suerte, hijo, sepas que aquí te vamos a extrañar un chingo -dijo el anciano, con la voz a punto de quebrarse.
-Gracias, yo también los extrañaré -respondió el joven, sintiéndose más triste de lo que esperaba al decirlo. -Entonces vendré el martes por el dinero, don Alfonso.
El joven y el anciano se dieron la mano, la penúltima vez que lo harían en su vida.
Sergio había caminado por la playa, cuando se detuvo a medio camino hacia la carretera.
El joven pescador echó un vistazo a la playa, al mar, a la palapa. Se le hacía difícil despedirse de todo eso, tras cuatro años como pescador. Cuatro años de levantarse antes que el sol, y quedarse en el mar hasta juntar la pesca suficiente.
Se quedó mirando la escena por largos minutos, tratando de llevarse aunque fuera en la memoria un pedazo de su hogar. Luego se fue, caminando con paso lento, pero determinado.
jueves, 12 de noviembre de 2015
The Silent Sands: Chapter 2
Side B
II
Paul opened the dark pine door with some effort. The bar used to have a much lighter door, made of polished aluminum and glass, but after the third time it got broken in a brawl, Josie had replaced it with the the heavy wooden door.
Flanking it at both sides, there were two large windows that faced the parking lot. The windows had been covered with a plastic film to prevent them from being smashed. As a result, they were covered in many cracks, large and small, like sharp spider webs hanging in the air.
Josie's wasn't the kind of place that would be described as "popular". It was close to the edge of town, just a few blocks from the exit to the insterstate highway.
Most young people preferred to take the one hour drive to San Diego every weekend, which was fine for the regulars at Josie's. They didn't discourage new people from coming in, unlike a couple of the roughest, nearby bars, but it also didn't need them.
Its clientele was mainly people who were thirty years and older, who had no other place to go to enjoy a cold beer, greasy fries and wanted to feel as comfortable as in their own living room.
Built with pine wood that had turned black by decades of grime and cigarrette smoke, it was more like a large cabin with a bar at the back, with all kinds of bottles adorning the back wall. A big mirror was hung right in the middle, with some old photos along the edges.
Paul had visited it a couple of times when he was younger, a couple of years before his father's death. Despite having that tube in his throat, Les still had wanted to smoke like a chimney, drink a whole pitcher of beer and shove all the onion rings he could in his mouth.
-I don't want to die wanting just one more of these - he'd said, pointing with a gaunt finger at the fried onion rings.
By then, Paul knew better than to try to change how his father acted. His mother had tried for almost twenty two years, and it had taken a heart attack while driving back home to stop her.
-¡Paul, over here! -called a familiar voice, deep and gruff.
Paul walked slowly to where he was called. At that time there weren't many people inside the bar, just a couple of old men sitting apart in the round wooden tables in the big area in the middle. One of them had a half-empty bottle of Jack Daniels in front of him, along with an ashtray full of cigarrette butts.
The boys were sitting around a table, close to the right wall, and under a bunch of vintage posters of music shows: Rock and Roll mostly, but some Jazz ones, and even a couple advertising Frank Sinatra's shows in Las Vegas.
-What took you so long? Dan and Pete were about to leave -said Rich. The large man then poured the last beer in the pitcher. -¡Blonde Josie, bring us another, please!
Paul took a seat next to Rich. He was almost as wide as he was tall, just a bit taller than Paul, who was almost six feet himself. His unkempt beard was barely enough to cover his many chins, the same tone of brown as the hair that was covered by an old red and white trucker hat.
He was wearing faded blue jeans with a dark green t-shirt. The back had the words "Rich's Landscaping service" in large yellow silk-screened letters.
Blonde Josie brought a new pitcher full of dark beer to the table. Just as she replaced the empty one on the table, Nick got out of the bathroom, rubbing his hands along his pant's legs to dry them.
Nick sat down next to Dan and Pete. The two brothers looked like carbon copies of each other, two men with wispy black hair with lots of white on the side, thin as Rich was fat. Pete was four years older, and Dan had a mustache he tried to keep well groomed, but failing at that task.
The two were dressed in dark blue over-alls, with many colored paint stains all over them. Pete had unzipped his a bit, showing the Pink Floyd t-shirt that was below,a nd was taking a red box of Marlboro from the front pocket.
-Good to see you, Paul -greeted Nick, while pouring some beer in his glass. -We were getting tired of hearing Dan complain about his daughter's new boyfriend.
-That girl, I don't know what she's thinking -repeated Dan, while his brother lighted a new cigarrette. -You try to educate your children well, make sure they know what's right and what's...
-Yeah, yeah, you already complained for half an hour, Dan. She's only doing it because she knows you don't like it -interrupted Rich, hitting the table with an open palm.
-Now that Paul's here we can plan the trip. And let's do it quick, I want to go home and catch the baseball game while I can -said Pete.
-Actually... -started Paul, but he got cut before he could continue.
-Paul is not going -intervened Nick, putting down his glass, and grabbing some fried onion rings from the bowl in the middle of the table. He seemed like he had drank a bit more beer than the others, judging by the redness of his face.
-Is that true? I thought Nick was tryin to pull my leg -said Rich, turning his big round face towards Paul.
Paul could feel how his friend's eyes were looking straight at him, almost with almost the same intensity of a concentrated laser.
-Yeah, I'm not going - he announced, feeling a bit bad as the words left his mouth. -Sorry, guys.
The table came alive with expressions of incredulity. Paul just served himself a glass of beer, and waited until they all calmed down, and drank some of their beer.
-It's not going to be the same without you, you know? - asked Pete, flicking the ash of his cigarrette into the glass ashtray.
-C'mon Paul, why are you leaving us hanging dry? -insisted Dan, leaning a bit over the table.
-I just don't see the point of going all the way over there, that's all -answered Paul, but almost regretting being too frank.
-He doesn't see the point -repeated Nick, in a mocking manner.
Rich saw that the pitcher was almost empty, and motioned towards Brunette Josie to bring them a new one.
It was a tradition to call any waitress that worked at the bar by the name of Josie, even if that wasn't their name. Sometimes there were some trouble, when the patrons couldn't think of any good descriptor to add to the name, like the time there were two blonde Josies, until someone noticed one had blue eyes and the other had greenish eyes.
Much better than the time someone tried to call them Old and Young Josie, thought Rich.
-Well, it's a free country. For a little while longer, at least -said Dan.
-Settle down, guys -Rich ordered, with a serious tone in his voice. -We all know that Paul already did more than most. If he wants to sit this one out then he's earned it.
Dan and Pete lowered their heads, suddenly very interested in their own beers. Nick just laid back on his chair, crossing his arms.
Paul took another sip of beer. He hated when people made a big deal of what had happened to him. And he hated it even more when people didn't even bother to acknowledge it.
The sun was high in the sky, it's light scorching the arid ground below.
A large convoy of trucks, thirty of many sizes, tried to follow a road that only existed in the markings of their GPS screens.
The truck jumped all over the uneven road, even more since Paul was keeping the speed as fast as he could, trying to not fall behind and delay the other vehicles.
Even though he had been in Iraq for three months already, he still couldn't remember well the names of every province he had drove through while in a convoy. And outside the military bases, it looked all the same to him: the same box-like houses, the same narrow streets, the same people who yelled at him for not speeding down when they were in the middle of the roads.
-Too bad we can't put some nice rock'n roll to pass the time -said Donald, while eyes darted all over the horizon.
-Did they even had Rock stations here? Before it was all bombed to hell, I mean -asked Paul, with genuine curiosity.
-I doubt it, man. Saddam hated America, and there's nothing more american than some good, hard Rock'n Roll- mentioned Donald, trying not to get distracted.
-Maybe when they find those WMDs it'll turn out they're a large cache of western songs -joked Paul, trying to not feel so anxious.
Donald laughed a little, while he again confirmed that they were following the correct route on the GPS screen.
These convoy runs were always tense. Not single day passed without the drivers hearing about some attack with rocket launchers, a suspicious object in the middle of the road or a guy throwing a grenade at the trucks.
And the best the bosses had come up with was to tell them to keep the pedal to the metal, and to not stop under any circumstance, no matter what. Not even if one of the trucks suddenly became a bunch of fire and twisted metal, lying on its side.
Paul looked at the route just in front of him, trying to scrutinize even the smallest rock he could see through his sunglasses, holding his breath every time the truck jumped a bit too high.
-Man, this isn't nearly as fun as what my uncle told me it was for him, the first time around -Donald complained, while wiping the big drops of sweat from his dark skin.
-What, to him it was like summer camp? Did they find the one place with a nice lake where everyone could just chill all day? -said the driver.
He and Donald had become good friends very quickly. Even though Paul was from California, and Donald from East San Louis, they shared the same love for baseball, Vin Diesel movies and yes, Rock and Roll.
It was good to have someone he liked being around during those long drives inside the Iraqi cities and the countryside. Even at top speed, every run took about one to two and a half hours to complete, not even counting the return trip.
-Well, they did have to spend many weeks sleeping in their tents under this sun, while not going anywhere - started Donald, smiling a bit. -But my uncle, Rob, told me about the ice-cream truck.
It took all of Paul's willpower not to turn his head, even for an instant, and look at his pal to make sure the heat inside the cabin hadn't fried his brain. Even with the air conditioner at full blast, it was quite balmy inside the truck.
-An ice-cream truck. In the middle of the desert, far away from any city, is that right? -he stated, trying to make sure it sounded as non-sensical as he thought.
-You don't believe me? -said his friend, in a sardonic tone, trying to sound like he was a little hurt.
-No, I'm sure there's plenty of ice-cream trucks all over the place. I just not pure of heart enough to see them, is it something like that? -Paul expressed, hoping that the punchline to that joke would be a good one. -Are they driven by Playboy models, too?
-Nah, it was just some crazy-ass dude who thought all those soldiers in the middle of the desert would like some ice cream, or burguers and fries, or a nice cold soda - Donald remembered.
-Wish I could be driving that truck instead of this one -Paul said. -Bet he made a fortune that way.
Donald was about to say something, but the words didn't even get out of his mouth.
All that Paul could remember later, was that he felt like the truck had crashed against a concrete wall, and then the inside of the cabin was full of smoke and fire.
The bomb had exploded just below the engine, next to the right wheel, and it had been strong enough to crumple the steel like paper. The truck just behind him called for help through the radio, but couldn't stop to see if they were still alive. It could've been the set-up for an ambush, so the best they could do was go on and pray they wouldn't be the next to explode.
Paul had woken up a week later in the hospital back at the camp. He had so many painkillers inside, that he could barely notice that part of his left leg was gone. Or the five cracked ribs, three broken vertebrae, a couple more fractures in his hip bone, a broken hand and ruptured ear-drums.
But he had been lucky. At least he was still in one piece, unlike Donald. From what the other drivers told him, the soldiers only managed to find enough of him to account for half of his weight.
It was almost midnight before Paul returned home. The small apartment was on the other side of town, near a small undeveloped lot encircled by a concrete sidewalk. Most of the other residents had already gone to sleep, or were outside working the graveyard shift.
Paul turned on the lights, and then slumped in the couch. It was the only piece of furniture he had kept after selling his father's house. His family had kept that orange couch since he was two, and it had so many memories attached to it that he couldn't just part with it.
His father had taught him so many life lessons when they were sitting on it. They had sit there for hours, not saying anything, the day that they had returned from his mother's funeral. He did it again when he returned from his dad's funeral.
Les had always tried to teach his son about right and wrong. That for a man of true character it wasn't difficult to know which one was what.
They both had been furious at how the insurance company had tried to weasel away from doing right by his son, trying to shield behind more rules and regulations that contradicted the ones that mattered.
It was around that time that Paul had met Rich and the others. In the middle of all those troubles, they had been the only ones who had helped him.
At first, he didn't align too much with their beliefs, but little by little he had come to see that at their core, they were just trying to keep the world from blurring the line between what was right and wrong.
-Now, hear me well. Always remember to do right to everyone, even more to your friends -Les had said to him during his childhood.
It had been one of his favorite bits of wisdom, and was fond of saying it out of the blue, no matter what he and his son were doing.
Inside Paul there was a growing discomfort, that had been bothering since leaving the guys at Josie´s a bit earlier. They hadn't said anything else to him, but he knew that his negative to go with them was disappointing.
The guys had been so excited about the trip. To them, it was a chance to something good, something that made a difference. Paul could see it in their faces, a plain and honest feeling.
Paul went to his bedroom, and started to undress. He then sat on the bed, took off the prosthetic leg and put it right next to the bed. As he slowly slipped into sleep, he kept thinking about his friends.
II
Paul opened the dark pine door with some effort. The bar used to have a much lighter door, made of polished aluminum and glass, but after the third time it got broken in a brawl, Josie had replaced it with the the heavy wooden door.
Flanking it at both sides, there were two large windows that faced the parking lot. The windows had been covered with a plastic film to prevent them from being smashed. As a result, they were covered in many cracks, large and small, like sharp spider webs hanging in the air.
Josie's wasn't the kind of place that would be described as "popular". It was close to the edge of town, just a few blocks from the exit to the insterstate highway.
Most young people preferred to take the one hour drive to San Diego every weekend, which was fine for the regulars at Josie's. They didn't discourage new people from coming in, unlike a couple of the roughest, nearby bars, but it also didn't need them.
Its clientele was mainly people who were thirty years and older, who had no other place to go to enjoy a cold beer, greasy fries and wanted to feel as comfortable as in their own living room.
Built with pine wood that had turned black by decades of grime and cigarrette smoke, it was more like a large cabin with a bar at the back, with all kinds of bottles adorning the back wall. A big mirror was hung right in the middle, with some old photos along the edges.
Paul had visited it a couple of times when he was younger, a couple of years before his father's death. Despite having that tube in his throat, Les still had wanted to smoke like a chimney, drink a whole pitcher of beer and shove all the onion rings he could in his mouth.
-I don't want to die wanting just one more of these - he'd said, pointing with a gaunt finger at the fried onion rings.
By then, Paul knew better than to try to change how his father acted. His mother had tried for almost twenty two years, and it had taken a heart attack while driving back home to stop her.
-¡Paul, over here! -called a familiar voice, deep and gruff.
Paul walked slowly to where he was called. At that time there weren't many people inside the bar, just a couple of old men sitting apart in the round wooden tables in the big area in the middle. One of them had a half-empty bottle of Jack Daniels in front of him, along with an ashtray full of cigarrette butts.
The boys were sitting around a table, close to the right wall, and under a bunch of vintage posters of music shows: Rock and Roll mostly, but some Jazz ones, and even a couple advertising Frank Sinatra's shows in Las Vegas.
-What took you so long? Dan and Pete were about to leave -said Rich. The large man then poured the last beer in the pitcher. -¡Blonde Josie, bring us another, please!
Paul took a seat next to Rich. He was almost as wide as he was tall, just a bit taller than Paul, who was almost six feet himself. His unkempt beard was barely enough to cover his many chins, the same tone of brown as the hair that was covered by an old red and white trucker hat.
He was wearing faded blue jeans with a dark green t-shirt. The back had the words "Rich's Landscaping service" in large yellow silk-screened letters.
Blonde Josie brought a new pitcher full of dark beer to the table. Just as she replaced the empty one on the table, Nick got out of the bathroom, rubbing his hands along his pant's legs to dry them.
Nick sat down next to Dan and Pete. The two brothers looked like carbon copies of each other, two men with wispy black hair with lots of white on the side, thin as Rich was fat. Pete was four years older, and Dan had a mustache he tried to keep well groomed, but failing at that task.
The two were dressed in dark blue over-alls, with many colored paint stains all over them. Pete had unzipped his a bit, showing the Pink Floyd t-shirt that was below,a nd was taking a red box of Marlboro from the front pocket.
-Good to see you, Paul -greeted Nick, while pouring some beer in his glass. -We were getting tired of hearing Dan complain about his daughter's new boyfriend.
-That girl, I don't know what she's thinking -repeated Dan, while his brother lighted a new cigarrette. -You try to educate your children well, make sure they know what's right and what's...
-Yeah, yeah, you already complained for half an hour, Dan. She's only doing it because she knows you don't like it -interrupted Rich, hitting the table with an open palm.
-Now that Paul's here we can plan the trip. And let's do it quick, I want to go home and catch the baseball game while I can -said Pete.
-Actually... -started Paul, but he got cut before he could continue.
-Paul is not going -intervened Nick, putting down his glass, and grabbing some fried onion rings from the bowl in the middle of the table. He seemed like he had drank a bit more beer than the others, judging by the redness of his face.
-Is that true? I thought Nick was tryin to pull my leg -said Rich, turning his big round face towards Paul.
Paul could feel how his friend's eyes were looking straight at him, almost with almost the same intensity of a concentrated laser.
-Yeah, I'm not going - he announced, feeling a bit bad as the words left his mouth. -Sorry, guys.
The table came alive with expressions of incredulity. Paul just served himself a glass of beer, and waited until they all calmed down, and drank some of their beer.
-It's not going to be the same without you, you know? - asked Pete, flicking the ash of his cigarrette into the glass ashtray.
-C'mon Paul, why are you leaving us hanging dry? -insisted Dan, leaning a bit over the table.
-I just don't see the point of going all the way over there, that's all -answered Paul, but almost regretting being too frank.
-He doesn't see the point -repeated Nick, in a mocking manner.
Rich saw that the pitcher was almost empty, and motioned towards Brunette Josie to bring them a new one.
It was a tradition to call any waitress that worked at the bar by the name of Josie, even if that wasn't their name. Sometimes there were some trouble, when the patrons couldn't think of any good descriptor to add to the name, like the time there were two blonde Josies, until someone noticed one had blue eyes and the other had greenish eyes.
Much better than the time someone tried to call them Old and Young Josie, thought Rich.
-Well, it's a free country. For a little while longer, at least -said Dan.
-Settle down, guys -Rich ordered, with a serious tone in his voice. -We all know that Paul already did more than most. If he wants to sit this one out then he's earned it.
Dan and Pete lowered their heads, suddenly very interested in their own beers. Nick just laid back on his chair, crossing his arms.
Paul took another sip of beer. He hated when people made a big deal of what had happened to him. And he hated it even more when people didn't even bother to acknowledge it.
The sun was high in the sky, it's light scorching the arid ground below.
A large convoy of trucks, thirty of many sizes, tried to follow a road that only existed in the markings of their GPS screens.
The truck jumped all over the uneven road, even more since Paul was keeping the speed as fast as he could, trying to not fall behind and delay the other vehicles.
Even though he had been in Iraq for three months already, he still couldn't remember well the names of every province he had drove through while in a convoy. And outside the military bases, it looked all the same to him: the same box-like houses, the same narrow streets, the same people who yelled at him for not speeding down when they were in the middle of the roads.
-Too bad we can't put some nice rock'n roll to pass the time -said Donald, while eyes darted all over the horizon.
-Did they even had Rock stations here? Before it was all bombed to hell, I mean -asked Paul, with genuine curiosity.
-I doubt it, man. Saddam hated America, and there's nothing more american than some good, hard Rock'n Roll- mentioned Donald, trying not to get distracted.
-Maybe when they find those WMDs it'll turn out they're a large cache of western songs -joked Paul, trying to not feel so anxious.
Donald laughed a little, while he again confirmed that they were following the correct route on the GPS screen.
These convoy runs were always tense. Not single day passed without the drivers hearing about some attack with rocket launchers, a suspicious object in the middle of the road or a guy throwing a grenade at the trucks.
And the best the bosses had come up with was to tell them to keep the pedal to the metal, and to not stop under any circumstance, no matter what. Not even if one of the trucks suddenly became a bunch of fire and twisted metal, lying on its side.
Paul looked at the route just in front of him, trying to scrutinize even the smallest rock he could see through his sunglasses, holding his breath every time the truck jumped a bit too high.
-Man, this isn't nearly as fun as what my uncle told me it was for him, the first time around -Donald complained, while wiping the big drops of sweat from his dark skin.
-What, to him it was like summer camp? Did they find the one place with a nice lake where everyone could just chill all day? -said the driver.
He and Donald had become good friends very quickly. Even though Paul was from California, and Donald from East San Louis, they shared the same love for baseball, Vin Diesel movies and yes, Rock and Roll.
It was good to have someone he liked being around during those long drives inside the Iraqi cities and the countryside. Even at top speed, every run took about one to two and a half hours to complete, not even counting the return trip.
-Well, they did have to spend many weeks sleeping in their tents under this sun, while not going anywhere - started Donald, smiling a bit. -But my uncle, Rob, told me about the ice-cream truck.
It took all of Paul's willpower not to turn his head, even for an instant, and look at his pal to make sure the heat inside the cabin hadn't fried his brain. Even with the air conditioner at full blast, it was quite balmy inside the truck.
-An ice-cream truck. In the middle of the desert, far away from any city, is that right? -he stated, trying to make sure it sounded as non-sensical as he thought.
-You don't believe me? -said his friend, in a sardonic tone, trying to sound like he was a little hurt.
-No, I'm sure there's plenty of ice-cream trucks all over the place. I just not pure of heart enough to see them, is it something like that? -Paul expressed, hoping that the punchline to that joke would be a good one. -Are they driven by Playboy models, too?
-Nah, it was just some crazy-ass dude who thought all those soldiers in the middle of the desert would like some ice cream, or burguers and fries, or a nice cold soda - Donald remembered.
-Wish I could be driving that truck instead of this one -Paul said. -Bet he made a fortune that way.
Donald was about to say something, but the words didn't even get out of his mouth.
All that Paul could remember later, was that he felt like the truck had crashed against a concrete wall, and then the inside of the cabin was full of smoke and fire.
The bomb had exploded just below the engine, next to the right wheel, and it had been strong enough to crumple the steel like paper. The truck just behind him called for help through the radio, but couldn't stop to see if they were still alive. It could've been the set-up for an ambush, so the best they could do was go on and pray they wouldn't be the next to explode.
Paul had woken up a week later in the hospital back at the camp. He had so many painkillers inside, that he could barely notice that part of his left leg was gone. Or the five cracked ribs, three broken vertebrae, a couple more fractures in his hip bone, a broken hand and ruptured ear-drums.
But he had been lucky. At least he was still in one piece, unlike Donald. From what the other drivers told him, the soldiers only managed to find enough of him to account for half of his weight.
It was almost midnight before Paul returned home. The small apartment was on the other side of town, near a small undeveloped lot encircled by a concrete sidewalk. Most of the other residents had already gone to sleep, or were outside working the graveyard shift.
Paul turned on the lights, and then slumped in the couch. It was the only piece of furniture he had kept after selling his father's house. His family had kept that orange couch since he was two, and it had so many memories attached to it that he couldn't just part with it.
His father had taught him so many life lessons when they were sitting on it. They had sit there for hours, not saying anything, the day that they had returned from his mother's funeral. He did it again when he returned from his dad's funeral.
Les had always tried to teach his son about right and wrong. That for a man of true character it wasn't difficult to know which one was what.
They both had been furious at how the insurance company had tried to weasel away from doing right by his son, trying to shield behind more rules and regulations that contradicted the ones that mattered.
It was around that time that Paul had met Rich and the others. In the middle of all those troubles, they had been the only ones who had helped him.
At first, he didn't align too much with their beliefs, but little by little he had come to see that at their core, they were just trying to keep the world from blurring the line between what was right and wrong.
-Now, hear me well. Always remember to do right to everyone, even more to your friends -Les had said to him during his childhood.
It had been one of his favorite bits of wisdom, and was fond of saying it out of the blue, no matter what he and his son were doing.
Inside Paul there was a growing discomfort, that had been bothering since leaving the guys at Josie´s a bit earlier. They hadn't said anything else to him, but he knew that his negative to go with them was disappointing.
The guys had been so excited about the trip. To them, it was a chance to something good, something that made a difference. Paul could see it in their faces, a plain and honest feeling.
Paul went to his bedroom, and started to undress. He then sat on the bed, took off the prosthetic leg and put it right next to the bed. As he slowly slipped into sleep, he kept thinking about his friends.
Las Arenas Silenciosas: Capítulo 2
Lado A
II
El silencio en la pequeña casa estaba a un nivel ensordecedor.
Lo único que se oía era el golpear de los cubiertos de acero contra la porcelana de los platos, mientras Sergio y Julia comían sin decir palabra.
La chica vestía unas viejas bermudas de color verde y amarillo, con un estampado de flores hawaiianas. Encima traía una vieja y despintada playera de color rojo, con el nombre de un restaurante de mariscos en letras blancas, y que cada año le quedaba más chica.
Iba calzada con un viejo par de sandalias negras y grises, apenas del tamaño de sus pies, casi iguales a las que Sergio traía puestas.
Julia fue la primera en acabar de comer. En las dos últimas semanas, sus comidas habían consistido en platos de puro arroz o puros frijoles. Un par de veces habían comido las lentejas sobrantes que les traía doña Pancha, pero nada más.
La adolescente levanto su plato, y sin decir palabra lo llevo hasta el fregadero, dónde los lavo con algo de agua procedente de un balde a medio llenar.
La casa era poco más que un cuarto grande, con paredes y suelo de concreto, con un techo de madera y lámina. La única división entre espacios era una simple sábana de color gris colgada de un mecate, justo a la mitad de la casa.
Detrás estaba el dormitorio de los hermanos. En la pared del lado izquierdo, la cama de Julia, que un par de años antes había sido la de sus padres. En el lado derecho, Sergio había juntado los dos colchones que habían sido las camas de él y de Julia, para hacer una en que el borde dejaba sus pies colgando al aire.
Y aún así, era mucho mejor que la casa anterior, si a eso se le podía llamar casa. Sergio todavía la recordaba, como un simple cuarto grande construido con pedazos de madera, y con pedazos de cartón por techo.
Sergio recordaba como el techo se deshacía poco a poco, cada vez que había una tormenta con mucha lluvia. Y era peor si les llegaba el viento de una tormenta tropical. En esas ocasiones siempre temía que el viento terminara por arrancar la casa del suelo, dejándolos a él y a sus padres sin un hogar.
Su hermana había vivido allí solo hasta los siete años. Sergio había estado ahí hasta los 17, cuando su padre y él partieron en su largo y azaroso viaje.
-¿Pero cómo se te ocurre dejarme aquí sola? -soltó Julia, cortando de tajo los recuerdos de su hermano mayor.
-Ya te lo dije, no te vas a quedar sola -repitió Sergio, acabando lo último del arroz. -Doña Pancha te echará un ojo todos los días, y si hay mucha necesidad, puedes pedirle a Alfonso que te deje trabajar con él en los fines de semana.
-Pero tú te irás, y me dejas aquí -insistió la chica, con una cara de exasperación.
-Solo por un rato, un año a lo mucho, en lo que me vuelvo a establecer del otro lado -explicó el joven, mientras dejaba a un lado el plato ya vacío.
Julia no se dejó convencer. Se cruzó de brazos, sin cambiar su expresión.
-Si crees que el viaje es difícil, cruzar la frontera lo es mucho más -comenzó a explicar Sergio, esperando convencer a su hermana de que su decisión era lo mejor. -Apenas me queda lo suficiente para el viaje de ida hasta Sonora, y para pagarle al que me vaya a pasar por la frontera. Si te llevo conmigo es doble gasto, y doble riesgo.
-Pues podemos ir con más calma, trabajando en lo que salga en el camino -dijo Julia.
-De ninguna manera. ¿Acaso vas a dejar la escuela? -preguntó su hermano, con la voz llena de preocupación.
-Pues la dejo y ya -respondió la joven adolescente, de manera inmediata. -Tú la dejaste casi a mi misma edad.
-Sí, y mira como me ha ido -reviró Sergio, dando un golpe en la mesa con el puño cerrado. -Ningún trabajo bueno quiere a alguien que no terminó la secu, y para los pocos que no, hay muchos burros como yo de dónde escoger.
-Pues entonces puedes quedarte otro año, ¿no? ¿Cuál es la prisa? -inquirió Julia, bajando la mirada, y poniendo las manos sobre la mesa.
-Si hago eso, se me va a ir lo poco que tengo ahorrado en que sobrevivamos los dos. Y entonces estaría más jodido irme -le explicó, mientras él también bajaba la mirada.
-Pero ya lo hiciste una vez, podríamos hacerlo otra vez, juntos tú y yo -suplicó Julia.
Sergio negó con la cabeza, sin levantar la mirada.
-¿Te crees que es tan sencillo? ¿Qué solo sería cuestión de pedir aventón en la carretera, y que nos van a dejar justo al lado de la barda? -soltó Sergio, levantando un poco la voz.
El joven suspiró. Si tan solo hubiera sido así de fácil la primera vez.
-Escucha, voy a contarte como nos fue hace años -indicó Sergio, mientras hacía un ademán a su hermana para que se sentara frente a él.
Julia se acomodó en la silla de plástico blanco, y Sergio comenzó su relato.
La primera vez que había cruzado la frontera con su padre, fue casi un milagro.
Sergio había dejado la escuela solo un par de meses antes. Ese había sido un año aún más malo para la pesca que el anterior. Y ni él y su padre parecían tener suerte tratando de encontrar alguna chamba en su pueblo o en los alrededores.
Mariano era un viejo amigo de su padre, Miguel, desde que eran un par de chavos. Miguel no había tenido hermanos, pero Mariano y sus primos Anastasio y Salvador eran casi lo mismo.
Había sido Mariano quién les propusiera acompañarlos a los Estados Unidos. Sus primos y él ya habían ido un par de veces, durante su juventud, para trabajar en el campo.
Sergio se había ido con su padre, porque razonó que entre los dos ganarían el doble de dinero, lo cual les haría más fácil el establecerse allá. Y una vez que todo estuviera dispuesto, su madre y su hermana se le unirían.
El joven recordaba como había pasado casi toda la noche entera, escondido entre las matas a un lado de las vías del ferrocarril, esperando a que llegara el tren.
A lo lejos apareció una luz que serpenteaba por entre las colinas. Habían elegido ese lugar porque el tren tendría que frenar a fuerzas para no descarrilarse, y tendrían un buen chance de saltar a los vagones.
El tren pasó frente a ellos. Visto así de cerca, parecía una enorme bestia de metal y madera, haciendo vibrar el suelo a su paso.
-¡Ya, vamos! -indicó Mariano, un poco más a la izquierda de Sergio.
Los seis hombres salieron de entre las matas, y comenzaron a correr para emparejarse al tren. Sergio se aseguró de tener bien puesta la mochila negra que su padre le había comprado en un mercado, llena con varias cosas esenciales para su viaje.
Pero no eran los únicos. De todas partes surgieron otras figuras, iluminadas apenas por la pálida luz menguante de la luna. Jóvenes, viejos, incluso algunas mujeres con niños pequeños a cuestas, todos hacían su mejor esfuerzo por subir al tren antes de que volviera a acelerar.
Sergio logró subir con facilidad a uno de los vagones vacíos, y ayudó a su padre a subir. Mariano y sus primos subieron al siguiente vagón, justo antes de que el tren volviera a subir la velocidad.
El chico se asomó por el costado del vagón. Varias personas ya habían dejado de correr, resignadas a tener que esperar a que pasara el siguiente tren, otros porque se habían tropezado al correr y ya no podían alcanzar los vagones.
-Ven, Sergio -ordenó su padre, ya sentado contra una de las paredes del vagón. -Tú duerme primero, y te despierto al amanecer. Ya luego me dejas dormir hasta que veas que todos se bajan.
-Sí, pá -respondió Sergio, sentándose al lado de Miguel.
En el vagón iban otras quince personas, además de Sergio y Miguel. La mayoría eran hombres ya maduros, algunos con el cabello cano por completo. Habían un par de muchachos un poco más jóvenes que él, que se mantenían apartados de todos los demás.
Sergio se durmió, arrullado por el vaivén del tren, apoyando la cabeza sobre su mochila.
No debieron pasar más que un par de horas, cuando sintió como su padre lo sacudía, tratando de despertarlo.
-¡Sergio! ¡Sergio! -dijo él con voz firme, casi a punto de dejar de ser un susurro.
El joven dio un bostezo. Luego miró alrededor del vagón, sus ojos acostumbrándose poco a poco a la oscuridad.
Las otras personas estaban despiertos, con una ansiedad que llenaba la atmósfera del interior del vagón.
Sergio iba a preguntar la razón, pero se dio cuenta de inmediato.
El tren estaba bajando la velocidad.
Afuera, todo seguía oscuro. Ni siquiera se veían las luces de algún pueblo cercano, o los pequeños puntos de luz dispersos de las rancherías. Era una oscuridad que parecía tener una sustancia casi sólida, dispuesta a tragarse a quién osara introducirse en ella.
Miguel se asomó por el costado del vagón. Esforzó la vista lo más que pudo, pero no pudo distinguir bien el suelo más allá de las vías, aunque podía oír como el viento producido por el tren rozaba contra la vegetación.
Tendrían que jugársela.
-Sergio, ven -ordenó Miguel, mientras le hacía señas con la mano. El resto de los migrantes ya habían empezado a moverse para bajarse del vagón, pero ninguno quería ser el primero.
Miguel trató de echar un último vistazo, en vano. El hombre se persinó, su mano rozando su bigote con el último movimiento, y luego saltó junto con su hijo.
Los dos cayeron contra la tierra endurecida, sus cuerpos golpeando contra las aristas expuestas de piedras de varios tamaños.
Sergio trató de recuperar el aliento. La caída le había sacado todo el aire de los pulmones, pero apenas se puso de pie, su padre lo jaló hacia la línea de árboles, tratando de moverse con la mayor rapidez posible.
El tren ya había avanzado un buen trecho para cuando llegaron a los árboles. Los ojos de Sergio ya se habían acostumbrado a la oscuridad, y pudo ver como varias formas humanas habían empezado a abandonar los vagones.
Mientras que Miguel trataba de encontrar a Mariano o a alguno de sus primos, Sergio estaba apoyado contra un árbol, mirando hacia el tren.
Una persona, quién sabe si hombre o mujer, había bajado ya casi que el tren se hubo detenido por completo. Comenzó a correr hacia la parte trasera, pero un disparo resonó por todos los alrededores.
La persona cayó como un títere al que le hubieran cortado los hilos. Las luces de varias linternas aparecieron de repente, cerca de dónde estaba la locomotora. Sergio oyó varios gritos que animaban a agarrar a los que pudieran, antes de que se perdieran entre la vegetación.
-¡Vámonos! -ordernó Miguel, tratando de mantener la voz lo más bajo posible. El hombre jaló a su hijo con firmeza, casi arrastrándolo.
Los dos caminaron entre los árboles y arbustos, tratando de dejar atrás a sus anónimos perseguidores, mientras oían el sonido de varios disparos más. Después de una hora de abrirse paso entre las ramas bajas y el follaje lleno de espinas, se arrastraron debajo de un grupo de arbustos.
Ahí se quedaron hasta la mañana siguiente, con los nervios en punta. El cansancio terminó por vencerlos, y se quedaron dormidos hasta entrada la tarde.
De acuerdo al reloj de Miguel, eran casi las cinco de la tarde cuando despertaron. Los dos comieron de una lata de atún y un par de paquetes de galletas saladas, mientras esperaban que el Sol terminara de ocultarse tras las montañas.
Los dos volvieron con cuidado de vuelta a las vías del tren. No había señal alguna de Mariano, Anastasio o Salvador, o al menos ninguna que pudieran ver mientras seguían ocultos detrás de los árboles.
Padre e hijo avanzaron con cuidado por el bosque, paralelos a las vías del tren. De vez en cuando se detenían al escuchar algún ruido cercano, temiendo que se tratara de los que habían emboscado al tren, pero siempre resultaba ser algún animal moviéndose al amparo de la oscuridad, al igual que ellos.
Sergio todavía no podía creer lo que había visto. Cuando su padre le había advertido de los peligros antes de iniciar el viaje, le habían parecido lejanos y abstractos, remotas posibilidades que de seguro no se materializarían.
Si hubieran tardado medio minuto más en saltar, habría sido a ellos quienes les habrían disparado. Acaso eso fuera lo que le paso a sus tíos, un temor que estaba seguro que su padre también compartía.
El muchacho tenía muchas preguntas que hacer a su padre, pero se las guardó por el momento. Por ahora, el silencio era lo único que había entre ellos y el peligro, y no se atrevía a romperlo por un segundo.
Avanzaron de esa manera por varios kilómetros, hasta que llegaron a las afueras de un pueblo pequeño, pudiendo ver las luces de algunas casas a la distancia.
Miguel echó de nuevo un vistazo a su reloj, un Casio de color negro y con carátula digital, que había comprado hace un par de años. Faltaba una hora y media para el amanecer.
-Ven, vamos -dijo Miguel, mientras se internaba de nuevo hacia el bosque. Habían pasado por un pequeño claro rodeado por varios árboles con ramas bajas hace varios minutos. Si las acomodaban bien, los cubrirían lo suficiente para ocultarlos mientras descansaban.
Miguel no sabía que es lo que harían luego. Mariano era el que sabía lo que hacían, pero ahora ya no estaba. Podría seguir adelante con su hijo, pero no sabía si ese peligro se volvería a repetir más adelante.
Hubiera sido más fácil si en ese momento se hubiera dado la media vuelta.
Sergio terminó de hacer las cuentas a la luz de la vela. Se habían quedado sin luz eléctrica hace dos meses, pero no la extrañaban mucho. Ya se habían desembarazado de la gran mayoría de los electrodomésticos en las semanas anteriores.
Al ya no tener la televisión, la licuadora, los ventiladores y la radio, se dieron cuenta de lo muy poco que en verdad los habían necesitado. Hacían la vida un poco más agradable, pero podían arreglárselas sin ellos.
Lo único que en verdad extrañaba era el refrigerador, y poder sacar los cubos de hielo del congelador cuando quisiera. Ahora estaba desconectado y casi vacío, guardando unas pocas sobras de comida para el desayuno del día siguiente.
Sergio agarró la latita de café donde guardaba lo que quedaba de sus ahorros, y apagó la vela con un soplo.
No le costó nada el llegar hasta su cama, caminando con paso seguro en la oscuridad. Por la ventana de la sala entraba algo de la luz de luna, mientras que podía oír a los insectos cantar cerca de los lotes baldíos. Más allá, llegaba el sonido de los automóviles que circulaban por la única carretera asfaltada del barrio.
Sergio se arrodilló al lado de la cama, y junto sus manos para orar.
-Padre nuestro, que estás en los cielos... -comenzó el joven con la oración que le habían enseñado desde los cinco años.
Pero en los últimos tiempos ya no oraba para que lo escuchara algún dios lejano del que no recibía ninguna respuesta. Él oraba para que sus padres supieran que ellos seguían en su corazón y en sus pensamientos, todos los días desde que partieron.
Después de terminar la oración y persinarse, Sergio se acostó en la cama. No se cubrió con la sábana, ya que era una noche calurosa.
Tendría que vender la lancha para completar el dinero necesario para el viaje. Si bien estaba lo bastante desesperado para repetir la experiencia de su adolescencia, no quería volver a hacerlo a menos que no le quedara de otra. Una cosa era subir a los trenes como parte de un grupo, otra hacerlo estando solo por completo, a merced de los otros migrantes que viajaran a su lado.
Y eso que viajar por las vías del tren se había vuelto aún más riesgoso en los últimos años. No quería acabar como un desaparecido más, no si podía evitarlo.
Además, no sabía cuál sería el precio para que los coyotes lo cruzaran al otro lado de la frontera. Estaba seguro de que ahora sería mucho más caro que hace siete años, cuando había varias maneras disponibles, y con algunos peligros menos que ahora.
Sergio solo tendría una oportunidad para cruzar, y quería asegurarse de tener todas las probabilidades que pudiera de su lado, por pocas que fueran.
Volvió a entrelazar sus manos, y oró una vez más, antes de sumirse en un descanso sin sueños.
II
El silencio en la pequeña casa estaba a un nivel ensordecedor.
Lo único que se oía era el golpear de los cubiertos de acero contra la porcelana de los platos, mientras Sergio y Julia comían sin decir palabra.
La chica vestía unas viejas bermudas de color verde y amarillo, con un estampado de flores hawaiianas. Encima traía una vieja y despintada playera de color rojo, con el nombre de un restaurante de mariscos en letras blancas, y que cada año le quedaba más chica.
Iba calzada con un viejo par de sandalias negras y grises, apenas del tamaño de sus pies, casi iguales a las que Sergio traía puestas.
Julia fue la primera en acabar de comer. En las dos últimas semanas, sus comidas habían consistido en platos de puro arroz o puros frijoles. Un par de veces habían comido las lentejas sobrantes que les traía doña Pancha, pero nada más.
La adolescente levanto su plato, y sin decir palabra lo llevo hasta el fregadero, dónde los lavo con algo de agua procedente de un balde a medio llenar.
La casa era poco más que un cuarto grande, con paredes y suelo de concreto, con un techo de madera y lámina. La única división entre espacios era una simple sábana de color gris colgada de un mecate, justo a la mitad de la casa.
Detrás estaba el dormitorio de los hermanos. En la pared del lado izquierdo, la cama de Julia, que un par de años antes había sido la de sus padres. En el lado derecho, Sergio había juntado los dos colchones que habían sido las camas de él y de Julia, para hacer una en que el borde dejaba sus pies colgando al aire.
Y aún así, era mucho mejor que la casa anterior, si a eso se le podía llamar casa. Sergio todavía la recordaba, como un simple cuarto grande construido con pedazos de madera, y con pedazos de cartón por techo.
Sergio recordaba como el techo se deshacía poco a poco, cada vez que había una tormenta con mucha lluvia. Y era peor si les llegaba el viento de una tormenta tropical. En esas ocasiones siempre temía que el viento terminara por arrancar la casa del suelo, dejándolos a él y a sus padres sin un hogar.
Su hermana había vivido allí solo hasta los siete años. Sergio había estado ahí hasta los 17, cuando su padre y él partieron en su largo y azaroso viaje.
-¿Pero cómo se te ocurre dejarme aquí sola? -soltó Julia, cortando de tajo los recuerdos de su hermano mayor.
-Ya te lo dije, no te vas a quedar sola -repitió Sergio, acabando lo último del arroz. -Doña Pancha te echará un ojo todos los días, y si hay mucha necesidad, puedes pedirle a Alfonso que te deje trabajar con él en los fines de semana.
-Pero tú te irás, y me dejas aquí -insistió la chica, con una cara de exasperación.
-Solo por un rato, un año a lo mucho, en lo que me vuelvo a establecer del otro lado -explicó el joven, mientras dejaba a un lado el plato ya vacío.
Julia no se dejó convencer. Se cruzó de brazos, sin cambiar su expresión.
-Si crees que el viaje es difícil, cruzar la frontera lo es mucho más -comenzó a explicar Sergio, esperando convencer a su hermana de que su decisión era lo mejor. -Apenas me queda lo suficiente para el viaje de ida hasta Sonora, y para pagarle al que me vaya a pasar por la frontera. Si te llevo conmigo es doble gasto, y doble riesgo.
-Pues podemos ir con más calma, trabajando en lo que salga en el camino -dijo Julia.
-De ninguna manera. ¿Acaso vas a dejar la escuela? -preguntó su hermano, con la voz llena de preocupación.
-Pues la dejo y ya -respondió la joven adolescente, de manera inmediata. -Tú la dejaste casi a mi misma edad.
-Sí, y mira como me ha ido -reviró Sergio, dando un golpe en la mesa con el puño cerrado. -Ningún trabajo bueno quiere a alguien que no terminó la secu, y para los pocos que no, hay muchos burros como yo de dónde escoger.
-Pues entonces puedes quedarte otro año, ¿no? ¿Cuál es la prisa? -inquirió Julia, bajando la mirada, y poniendo las manos sobre la mesa.
-Si hago eso, se me va a ir lo poco que tengo ahorrado en que sobrevivamos los dos. Y entonces estaría más jodido irme -le explicó, mientras él también bajaba la mirada.
-Pero ya lo hiciste una vez, podríamos hacerlo otra vez, juntos tú y yo -suplicó Julia.
Sergio negó con la cabeza, sin levantar la mirada.
-¿Te crees que es tan sencillo? ¿Qué solo sería cuestión de pedir aventón en la carretera, y que nos van a dejar justo al lado de la barda? -soltó Sergio, levantando un poco la voz.
El joven suspiró. Si tan solo hubiera sido así de fácil la primera vez.
-Escucha, voy a contarte como nos fue hace años -indicó Sergio, mientras hacía un ademán a su hermana para que se sentara frente a él.
Julia se acomodó en la silla de plástico blanco, y Sergio comenzó su relato.
La primera vez que había cruzado la frontera con su padre, fue casi un milagro.
Sergio había dejado la escuela solo un par de meses antes. Ese había sido un año aún más malo para la pesca que el anterior. Y ni él y su padre parecían tener suerte tratando de encontrar alguna chamba en su pueblo o en los alrededores.
Mariano era un viejo amigo de su padre, Miguel, desde que eran un par de chavos. Miguel no había tenido hermanos, pero Mariano y sus primos Anastasio y Salvador eran casi lo mismo.
Había sido Mariano quién les propusiera acompañarlos a los Estados Unidos. Sus primos y él ya habían ido un par de veces, durante su juventud, para trabajar en el campo.
Sergio se había ido con su padre, porque razonó que entre los dos ganarían el doble de dinero, lo cual les haría más fácil el establecerse allá. Y una vez que todo estuviera dispuesto, su madre y su hermana se le unirían.
El joven recordaba como había pasado casi toda la noche entera, escondido entre las matas a un lado de las vías del ferrocarril, esperando a que llegara el tren.
A lo lejos apareció una luz que serpenteaba por entre las colinas. Habían elegido ese lugar porque el tren tendría que frenar a fuerzas para no descarrilarse, y tendrían un buen chance de saltar a los vagones.
El tren pasó frente a ellos. Visto así de cerca, parecía una enorme bestia de metal y madera, haciendo vibrar el suelo a su paso.
-¡Ya, vamos! -indicó Mariano, un poco más a la izquierda de Sergio.
Los seis hombres salieron de entre las matas, y comenzaron a correr para emparejarse al tren. Sergio se aseguró de tener bien puesta la mochila negra que su padre le había comprado en un mercado, llena con varias cosas esenciales para su viaje.
Pero no eran los únicos. De todas partes surgieron otras figuras, iluminadas apenas por la pálida luz menguante de la luna. Jóvenes, viejos, incluso algunas mujeres con niños pequeños a cuestas, todos hacían su mejor esfuerzo por subir al tren antes de que volviera a acelerar.
Sergio logró subir con facilidad a uno de los vagones vacíos, y ayudó a su padre a subir. Mariano y sus primos subieron al siguiente vagón, justo antes de que el tren volviera a subir la velocidad.
El chico se asomó por el costado del vagón. Varias personas ya habían dejado de correr, resignadas a tener que esperar a que pasara el siguiente tren, otros porque se habían tropezado al correr y ya no podían alcanzar los vagones.
-Ven, Sergio -ordenó su padre, ya sentado contra una de las paredes del vagón. -Tú duerme primero, y te despierto al amanecer. Ya luego me dejas dormir hasta que veas que todos se bajan.
-Sí, pá -respondió Sergio, sentándose al lado de Miguel.
En el vagón iban otras quince personas, además de Sergio y Miguel. La mayoría eran hombres ya maduros, algunos con el cabello cano por completo. Habían un par de muchachos un poco más jóvenes que él, que se mantenían apartados de todos los demás.
Sergio se durmió, arrullado por el vaivén del tren, apoyando la cabeza sobre su mochila.
No debieron pasar más que un par de horas, cuando sintió como su padre lo sacudía, tratando de despertarlo.
-¡Sergio! ¡Sergio! -dijo él con voz firme, casi a punto de dejar de ser un susurro.
El joven dio un bostezo. Luego miró alrededor del vagón, sus ojos acostumbrándose poco a poco a la oscuridad.
Las otras personas estaban despiertos, con una ansiedad que llenaba la atmósfera del interior del vagón.
Sergio iba a preguntar la razón, pero se dio cuenta de inmediato.
El tren estaba bajando la velocidad.
Afuera, todo seguía oscuro. Ni siquiera se veían las luces de algún pueblo cercano, o los pequeños puntos de luz dispersos de las rancherías. Era una oscuridad que parecía tener una sustancia casi sólida, dispuesta a tragarse a quién osara introducirse en ella.
Miguel se asomó por el costado del vagón. Esforzó la vista lo más que pudo, pero no pudo distinguir bien el suelo más allá de las vías, aunque podía oír como el viento producido por el tren rozaba contra la vegetación.
Tendrían que jugársela.
-Sergio, ven -ordenó Miguel, mientras le hacía señas con la mano. El resto de los migrantes ya habían empezado a moverse para bajarse del vagón, pero ninguno quería ser el primero.
Miguel trató de echar un último vistazo, en vano. El hombre se persinó, su mano rozando su bigote con el último movimiento, y luego saltó junto con su hijo.
Los dos cayeron contra la tierra endurecida, sus cuerpos golpeando contra las aristas expuestas de piedras de varios tamaños.
Sergio trató de recuperar el aliento. La caída le había sacado todo el aire de los pulmones, pero apenas se puso de pie, su padre lo jaló hacia la línea de árboles, tratando de moverse con la mayor rapidez posible.
El tren ya había avanzado un buen trecho para cuando llegaron a los árboles. Los ojos de Sergio ya se habían acostumbrado a la oscuridad, y pudo ver como varias formas humanas habían empezado a abandonar los vagones.
Mientras que Miguel trataba de encontrar a Mariano o a alguno de sus primos, Sergio estaba apoyado contra un árbol, mirando hacia el tren.
Una persona, quién sabe si hombre o mujer, había bajado ya casi que el tren se hubo detenido por completo. Comenzó a correr hacia la parte trasera, pero un disparo resonó por todos los alrededores.
La persona cayó como un títere al que le hubieran cortado los hilos. Las luces de varias linternas aparecieron de repente, cerca de dónde estaba la locomotora. Sergio oyó varios gritos que animaban a agarrar a los que pudieran, antes de que se perdieran entre la vegetación.
-¡Vámonos! -ordernó Miguel, tratando de mantener la voz lo más bajo posible. El hombre jaló a su hijo con firmeza, casi arrastrándolo.
Los dos caminaron entre los árboles y arbustos, tratando de dejar atrás a sus anónimos perseguidores, mientras oían el sonido de varios disparos más. Después de una hora de abrirse paso entre las ramas bajas y el follaje lleno de espinas, se arrastraron debajo de un grupo de arbustos.
Ahí se quedaron hasta la mañana siguiente, con los nervios en punta. El cansancio terminó por vencerlos, y se quedaron dormidos hasta entrada la tarde.
De acuerdo al reloj de Miguel, eran casi las cinco de la tarde cuando despertaron. Los dos comieron de una lata de atún y un par de paquetes de galletas saladas, mientras esperaban que el Sol terminara de ocultarse tras las montañas.
Los dos volvieron con cuidado de vuelta a las vías del tren. No había señal alguna de Mariano, Anastasio o Salvador, o al menos ninguna que pudieran ver mientras seguían ocultos detrás de los árboles.
Padre e hijo avanzaron con cuidado por el bosque, paralelos a las vías del tren. De vez en cuando se detenían al escuchar algún ruido cercano, temiendo que se tratara de los que habían emboscado al tren, pero siempre resultaba ser algún animal moviéndose al amparo de la oscuridad, al igual que ellos.
Sergio todavía no podía creer lo que había visto. Cuando su padre le había advertido de los peligros antes de iniciar el viaje, le habían parecido lejanos y abstractos, remotas posibilidades que de seguro no se materializarían.
Si hubieran tardado medio minuto más en saltar, habría sido a ellos quienes les habrían disparado. Acaso eso fuera lo que le paso a sus tíos, un temor que estaba seguro que su padre también compartía.
El muchacho tenía muchas preguntas que hacer a su padre, pero se las guardó por el momento. Por ahora, el silencio era lo único que había entre ellos y el peligro, y no se atrevía a romperlo por un segundo.
Avanzaron de esa manera por varios kilómetros, hasta que llegaron a las afueras de un pueblo pequeño, pudiendo ver las luces de algunas casas a la distancia.
Miguel echó de nuevo un vistazo a su reloj, un Casio de color negro y con carátula digital, que había comprado hace un par de años. Faltaba una hora y media para el amanecer.
-Ven, vamos -dijo Miguel, mientras se internaba de nuevo hacia el bosque. Habían pasado por un pequeño claro rodeado por varios árboles con ramas bajas hace varios minutos. Si las acomodaban bien, los cubrirían lo suficiente para ocultarlos mientras descansaban.
Miguel no sabía que es lo que harían luego. Mariano era el que sabía lo que hacían, pero ahora ya no estaba. Podría seguir adelante con su hijo, pero no sabía si ese peligro se volvería a repetir más adelante.
Hubiera sido más fácil si en ese momento se hubiera dado la media vuelta.
Sergio terminó de hacer las cuentas a la luz de la vela. Se habían quedado sin luz eléctrica hace dos meses, pero no la extrañaban mucho. Ya se habían desembarazado de la gran mayoría de los electrodomésticos en las semanas anteriores.
Al ya no tener la televisión, la licuadora, los ventiladores y la radio, se dieron cuenta de lo muy poco que en verdad los habían necesitado. Hacían la vida un poco más agradable, pero podían arreglárselas sin ellos.
Lo único que en verdad extrañaba era el refrigerador, y poder sacar los cubos de hielo del congelador cuando quisiera. Ahora estaba desconectado y casi vacío, guardando unas pocas sobras de comida para el desayuno del día siguiente.
Sergio agarró la latita de café donde guardaba lo que quedaba de sus ahorros, y apagó la vela con un soplo.
No le costó nada el llegar hasta su cama, caminando con paso seguro en la oscuridad. Por la ventana de la sala entraba algo de la luz de luna, mientras que podía oír a los insectos cantar cerca de los lotes baldíos. Más allá, llegaba el sonido de los automóviles que circulaban por la única carretera asfaltada del barrio.
Sergio se arrodilló al lado de la cama, y junto sus manos para orar.
-Padre nuestro, que estás en los cielos... -comenzó el joven con la oración que le habían enseñado desde los cinco años.
Pero en los últimos tiempos ya no oraba para que lo escuchara algún dios lejano del que no recibía ninguna respuesta. Él oraba para que sus padres supieran que ellos seguían en su corazón y en sus pensamientos, todos los días desde que partieron.
Después de terminar la oración y persinarse, Sergio se acostó en la cama. No se cubrió con la sábana, ya que era una noche calurosa.
Tendría que vender la lancha para completar el dinero necesario para el viaje. Si bien estaba lo bastante desesperado para repetir la experiencia de su adolescencia, no quería volver a hacerlo a menos que no le quedara de otra. Una cosa era subir a los trenes como parte de un grupo, otra hacerlo estando solo por completo, a merced de los otros migrantes que viajaran a su lado.
Y eso que viajar por las vías del tren se había vuelto aún más riesgoso en los últimos años. No quería acabar como un desaparecido más, no si podía evitarlo.
Además, no sabía cuál sería el precio para que los coyotes lo cruzaran al otro lado de la frontera. Estaba seguro de que ahora sería mucho más caro que hace siete años, cuando había varias maneras disponibles, y con algunos peligros menos que ahora.
Sergio solo tendría una oportunidad para cruzar, y quería asegurarse de tener todas las probabilidades que pudiera de su lado, por pocas que fueran.
Volvió a entrelazar sus manos, y oró una vez más, antes de sumirse en un descanso sin sueños.
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