V
Sergio comenzó a sentirse un tanto entumido, tanto por el frío que producía el sistema de refrigeración del camión, como por el no poder estirar bien las piernas desde hace más de dos horas.
Pero no le quedaba de otra que aguantarse. Se dio un par de palmadas en los brazos para tratar de desentumirlos un poco.
El resto de sus compañeros de viaje no estaban en mejor forma. El grupo de tres mujeres estaban acurrucadas entre sí, tratando de compartir su calor. La más vieja había extendido un chal sobre ellas, para tratar de insularlas un poco del frío, pero la tela era tan delgada que no hacía ninguna diferencia.
Sergio trató de distraerse haciendo un cálculo mental de cuanto tiempo faltaba para que acabara aquél viaje. Hace solo hora y media, el camión se había detenido por un largo tiempo, luego avanzado un poco para detenerse por veinte minutos, y luego había reanudado su camino.
Ahí debió ser cuando cruzamos la frontera, pensó Sergio. Las pausas debieron ser cuando los agentes de ambos lados hicieron sus revisiones de rutina. Uno pensaría que habrían abierto las puertas traseras del camión, y visto con mayor atención el interior, pero al final solo era uno de los cientos que atravesaban la línea fronteriza cada día.
Acaso estuvieran también familiarizados con el conductor y su camión, así que no lo harían pasar por una revisión a fondo. Eso debía explicar el precio tan alto que Felipe les había hecho pagar a todos ellos, destinando una buena parte del dinero a pagar al conductor.
Desde entonces debía haber pasado poco menos de una hora desde que estuvieran en el lado de los Estados Unidos. Él sabía bien la hora, porque la había revisado en el reloj Casio de su padre, presionando el botón que iluminaba la pantalla.
Sergio trató de recordar la distancia de Tucson desde la frontera, pero no lo logró. La primera vez que cruzó con su padre, Miguel, y sus amigos, les había llevado cuatro días llegar a Tucson. Pero habían tenido que hacer la mayor parte del trayecto a pie, ocultándose de la policía, hasta que llegaron a las afueras de la ciudad americana de Nogales.
Bien mirado, el precio del viaje sí que había valido la pena. Una vez que estuviera en Tucson, Sergio tenía planeado ir a la estación de autobuses, y comprar el boleto más barato que lo acercara a California.
Todavía tenía la identificación falsa que su padre les había conseguido poco antes de que tuvieran que volver a México, una licencia de manejo a la que le quedaban cinco meses antes de la fecha de renovación que tenía impresa al frente.
Sergio volvió a revisar la hora. Eran poco más de las diez de la noche, y un bostezo surgió de su boca. Él estaba acostumbrado a estar durmiendo a esa hora, para poder levantarse antes de que el Sol saliera, pero se esforzaba para mantenerse despierto.
Algo le decía que no sería buena idea dormir en medio de aquél frío, ni siquiera por un par de horas.
Se acomodó un poco mejor contra la pared del camión. El metal estaba helado, y podía sentir el frío a través del suéter y la chaqueta de mezclilla.
-Aldo, Aldo, no te duermas -susurró una voz de hombre.
A Sergio le costó un poco distinguir quién estaba rompiendo el silencio. La luz roja del panel de control era apenas suficiente para ver las formas sentadas del resto de los inmigrantes. De acuerdo a la dirección de la voz, y haciendo memoria de cuando se subieron al camión, el que hablaba era el hombre que viajaba con su hijo.
El padre estaba sacudiendo a su hijo, que parecía estar muy desganado. Su padre estaba elevando la voz poco a poco, tratando de que su hijo no quedara inconsciente.
-¿Qué pasa? -preguntó Sergio, tratando de no elevar la voz. No tenía idea de si alguien podría oírlos en el exterior del camión, aunque a juzgar por lo bien aislado que estaba la parte trasera, tal vez podrían hasta gritar sin que nadie los oyera.
-Es mi hijo, lo siento demasiado helado -susurró el padre, con la voz llena de preocupación.
El muchacho se veía demasiado aletargado, no respondía a pesar de que su padre lo estaba sacudiendo con firmeza por los hombros.
-Vengan, acerquénse -susurró la mujer mayor, mientras indicaba a sus compañeras que se acercaran al muchacho.
Fue todo un esfuerzo el mover al muchacho para que quedara entre su padre, que lo tenía bien abrazado, y una de las mujeres, quedando cubierto con el chal. Se podía oír como sus dientes chocaban contra ellos mismos por el frío.
Sergio echó un vistazo al panel que indicaba la temperatura de la carga. No tenía ningún tipo de botón, solo las luces que mostraban si estaba en la temperatura elegida, y cuando lanzaba más aire frío al interior. Los controles debían estar en la cabina del camión, para que el conductor pudiera manipularlos sin parar el vehículo.
Uno de los hombres mayores estaba dando un par de golpes en la pared que estaba más cerca de la cabina, tratando de llamar la atención del conductor. Pero era en vano, ya que si acaso llegaba a notar los golpes, Felipe les había advertido que él solo los ignoraría, sin importar que pasara.
Sergio pensó que tal vez podrían tapar los conductos de aire frío, para tratar de evitar que la temperatura estuviera tan baja. Se puso a buscar las salidas del aire con la mirada, y encontró un par de tubos de metal que estaban pegados a las paredes del camión, pero no tenían ninguna salida de aire.
El sistema de refrigeración debía enfriar la bodega de carga de manera directa, sin salidas de aire al interior de la misma.
El hombre mayor había dejado de golpear en la pared. Los dos hombres hoscos no hacían nada más que mirar en silencio, como si no les importara lo que le pasara al muchacho.
¿Cuánto tiempo faltaba para que llegaran a la ciudad?, pensó Sergio. El chico no parecía que pudiera resistir al frío por mucho rato más.
El camión comenzó a bajar la velocidad. ¿Acaso el conductor los había oído después de todo, y quería revisar como estaban? ¿O tal vez el viaje había transcurrido más rápido de lo que calculaba? No tenía manera de saber a que velocidad habían avanzado, sin poder ver al exterior.
Los siguientes minutos se le hicieron eternos a Sergio. Lo peor era el no saber que pasaba en el exterior. Trató de escuchar con más atención, por encima del tiritar que todos sentían por el frío. Creyó oír varias voces que provenían del frente del camión, pero no les encontraba sentido a lo que decían, a pesar de que podía hablar inglés de manera pasable.
De repente, se oyó como la cadena de la parte de atrás era retirada, y las puertas comenzaron a abrirse. La luz de un par de linternas danzó por el techo y entre las cajas de cartón cubiertas de escarcha.
Puta madre, fue todo lo que pudo pensar Sergio.
Paul was sure that what they were going to do was a terrible idea, and he let the others know what he thought.
-Just think of it as some sort of voluntary work -Sam explained, while their truck was following Nick's down the road, heading south.
-We just stop the people to give them some advice, make sure that they won't give a ride to any illegals that they find on the road -Mark added. -Nothing wrong with telling people that.
-Besides, we'll properly identify ourselves, like the good, law-abiding citizens we are -Pete said, from the passenger seat at the front.
-And won't they think you're a law enforcement agent, Mark? -Paul asked, raising an eyebrow as he looked at his companion.
-Not my fault if people judge me by my appearance. Shame on them! -Mark laughed it off, and the others followed suit.
Paul started to practice in his mind what he would say to the real law enforcement when they came down on them.
-You worry too much, Paul. You think this is the first time we done this? -Sam talked to him, putting one of his large hands on his shoulder. -The sheriff is grateful for all the help they can get, and if anything happens, he's got our back.
They arrived at the place they were going to put up their checking point at shortly after eight. The plan was to stay there a couple of hours, then go back to camp, where they would drink some more, share stories and then get ready to repeat the same tomorrow Saturday.
Mark had also brought four orange plastic cones, like the ones that were used on road construction, and put them on a line parallel to the road. They parked their trucks on the side, with the lights on.
About an hour passed by, where all cars that drove North towards Tucson got stopped by their group. Mark was the one who did most of the talking, since he already looked the part of a police officer and was familiar with the proper terms. Two of the guys stood next to him, while other two walked around the vehicle, checking if anything was out of place.
They did this with five cars and four trucks, with nothing out of the ordinary. That part of the road didn't have heavy traffic at that time of the night, and soon no other cars came down their way.
Paul yawned a bit. This trip had been nothing like Rich and the rest of the guys had lead him to think. All in all, it seemed more like an excuse to go out on the desert, shoot their guns, drink beer and pretend they were on some kind of patriotic duty.
He walked a bit in front of Nick's truck. The leg was bothering him again, but it wasn't the dull pain of having to put half of his weight on top of a pile of metal and plastic. Sometimes, he could've swear that he felt an itch, coming from the foot he no longer had, and since he wasn't able to scratch it anymore, the feeling stayed in the back of his mind for a longer time.
-Ok, guys, let's wrap it up! -Sam yelled, walking towards Mark's truck. -We did good today, let's get back to camp!
Good, Paul thought. Still, it wasn't so bad being there. The night sky was full of stars, like the times that he and his father had spent on their hunting and fishing trips. It took him a couple of seconds, but he found the Polar Star, at the end of the constellation that looked like a big ladle.
He was going to turn around to get into Nick's truck, when he saw a pair of lights coming their way. Judging by the size, it should be a cargo truck, going at the top of the speed limit.
-Alright, everyone, just one more time. Remember to be on guard -Mark ordered, then stood in the middle of the road making signs to the driver with the big lantern that he carried around in his belt.
He also carried some other stuff: a nightstick, pepper spray, stun gun, plastic zip-ties, and a swiss knife with green plastic covers.
The truck started to slow down, and the group got back into their positions. Paul grabbed the rifle that he'd left in the back of Nick's truck, and walked to reunite with the others.
The truck driver had lowered his window, and put the engine on neutral gear.
-Hello. Is there any problem, officer? -the big man said, trying to sound as non-chalant as possible, while Mark got right next to him.
-Good evening, sir. We're a group of concerned citizens, just taking this chance to remind you that you shouldn't pick-up any people you find on the road, since there's a high chance of them being illegal immigrants -Mark recited from memory the little speech, one he had spent his idle time practicing while doing his rounds at the mall.
-Well, uh, no, sir, I haven't seen any. None at all, that's for sure -the driver answered, feeling a bit nervous, and praying that they just let him continue.
-We'll just do a safety revision of your truck, just to make sure everything's in working order -Mark continued. He signaled towards the group to indicate them to start with it.
Dan, Nick, George and Paul walked toward the truck, lanterns in hand. Paul stated to check the closest side with Nick, while George and Dan did the same on the other side. Nick crouched to check the truck's underside, while Paul looked at the cargo section.
The box had a refrigeration unit on the top, still running and keeping things inside frozen. The logo on the side of the truck said it was from Sunland Farms, and it was almost sure it carried some kind of fruits or vegetables inside.
When he got to the back of the truck, George was already checking it out.
-Everything seems fine -the bald man said, passing the light of his lantern over the seals and the locked chain. -What do you think, man?
-Yeah, seems that there's no problem -Paul agreed. It seemed like the truck had those seals put into place back at the warehouse, and these looked unbroken.
Paul put his hand on one of the doors. It was cold as ice, so the interior should've been even colder.
-Hey, look at this -George called him over.
The light of his lantern was falling right on top of one of the yellow and orange sticker seals. They looked quite big, and no doubt were very easy to break, so it could be easy to see if the doors got opened.
-What is it? -Paul asked, not sure what was so strange about it.
-It's not reflecting the light. It's just normal plastic tape! -George exclaimed, feeling excited. -They're supposed to be made of reflective material so they can be checked out during the night. I know because I've seen them on other trucks when driving my hog at night.
Paul looked again at the tape with more care. He could see that under the cheap plastic tape, there was a bit of th reflective one underneath, shining back the light.
He tried to think about in a logical manner. Maybe the warehouse had run out of the reflective tape, he thought. But if it was faulty, why did the border agents let the truck pass without a second look?
The darkness was the answer. The checks at the border were done under very bright lights, so the border agents wouldn't notice if the seals were reflective or not.
-We gotta call Mike, tell her to call the police to come check this out -Paul said, turning away to go to where Rich was with the radio.
George walked ran a couple of yards, to where Mark was talking with the driver, now out of his vehicle.
-Yeah, that LeBron guy is overrated... -Mark commented. He had found out he shared a common interest about NCAA basketball with the driver, whose name was Bill. -Hey, what's the matter, George?
-We might have found something -George said, pointing towards the back of the truck.
Mark took a quick glance at Bill. His demeanor went from relaxed to tense, as soon as George had finished that sentence.
This was it, he thought. The moment that he proved that he was cut out for law enforcement. Nothing he would love more than having his name on a news site, congratulating him for finding out and stopping criminal activity.
-Sir, please let us check the inside of the truck -Mark asked in a polite, yet firm tone of voice. He put the right hand on top of his taser, just in case he needed to use it, like he always had trained to.
-Oh, no, I can't do that, buddy. The regulations... -Bill started to explain, but his voice trailed off when he saw Mark had his hand on top of what looked like a side-arm. And to make it worse, the rest of the armed men were coming closer to him.
-Why are you so nervous, dude? Got something you don't want us to see? -Nick asked, getting behind Mark with his rifle at the ready.
-Of course I'm nervous, you have all these guns, and I... -the driver babbled, while he could feel the sweat rolling down his forehead, despite being a cool summer night at the desert.
And I'm alone, he thought, realizing how compromising was his current situation.
-Sir, I'm going to ask one more time. Please, let us see what's inside your truck -Mark repeated, in a firmer tone of voice. He undid the little strap that kept his stun gun in place, in case the driver tried to make a run for it.
Paul and Rich were the last ones to join the tense stand-off. Mike had been pretty happy at hearing the news, and was notifying the sheriff's department to come sort things out.
The last thing he expected was to see his companions acting in such a threatening manner towards the driver.
He didn't know what to do. Many tense seconds passed by, while the world seemed to stop to a stand-still.
-Ok, alright, I'll do it! Just don't shoot me, Jesus! -the driver relented, lifting his hands over his head.
Paul took a deep breath, full of relief. Now, he hoped that the driver was really guilty of something, because if he wasn't, all them would be in deep trouble, even if that sheriff tried to help them out.
George and Dan flanked the driver, and walked with him towards the back of the truck. Mark followed them, having taking his stun gun out and keeping it ready. Nick, Sam and Paul stayed by the front of the vehicle, with their rifles down. The others went back to see what had made the driver so nervous.
Bill fumbled with the keys a bit, his hands jittery from fear. He dropped them and was about to grab them, but Pete took them first.
-Which key is it? -he asked, his voice as relaxed as if he was asking what kind of beer he wanted to try.
-It's the silver one, then the one with the three edges -Bill answered. He was then grabbed by Gerge by the left arm, and made him take some steps back.
Pete found the keys with ease, and opened up the lock. He let the chain fall down to the floor, the steel links making a heavy sound against the hard asphalt of the road.
Then he introduced the three-sided key in a small lock near the partition of the doors. Before he turned it, he took a look back, to see if the others were ready. Everyone got their guns at the ready, except for George, who kept the drivers arm in his firm grip.
Dave got a hold of the other door, and as soon as he did, Pete turned the key, releasing the last lock. The two men opened the doors, and the others lighted up the interior of the truck with their flashlights.
-Is anyone in there? -Mark said, in a very loud voice.
jueves, 31 de diciembre de 2015
miércoles, 16 de diciembre de 2015
Las Arenas Silenciosas/The Silent Sands Parte II: Capítulo IV
IV
Sergio dio un vistazo al cuarto una última vez, asegurándose de no olvidar nada. Lo cual era fácil, ya que todo lo que llevaba cabía en la mochila negra que siempre llevaba consigo.
Se sintió un poco acalorado, ya que estaba usando el suéter negro debajo de la chaqueta de mezclilla, pero había recordado las palabras de Felipe acerca de estar abrigado. No sabía si tendría tiempo de ponérsela cuando estuviera en el lugar al que lo había citado, así que era mejor llevarla puesta de una vez.
Después de dejar la llave del cuarto con el encargado, salió a la calle. Eran las seis de la tarde, y la oscuridad comenzaba a avanzar entre las largas sombras que el Sol proyectaba conforme se ocultaba.
Tenía un par de horas antes de ir al lugar convenido. Él ya sabía dónde se encontraba, ya que había ido en la mañana a dar una vuelta por las cercanías.
La dirección estaba justo en medio de un área llena de bodegas y patios industriales, algunos con viejas máquinas de construcción en el interior, detrás de las bardas de malla metálica, protegidas con alambre de púas y candados más grandes que su mano.
Sergio camino con paso tranquilo por las calles de Nogales. Era una tranquila tarde de Viernes, y se notaba en algunos de los bares por los que pasó. En su interior podía oírse a la gente riendo y chocando sus copas, las melodías de la música norteña, y las luces de colores que parpadeaban y se movían por las paredes de los locales.
La música se fue volviendo más queda, hasta que el único ruido que Sergio podía oír era el de sus pasos sobre la grava de las calles sin pavimentar que había entre las bodegas. Aquí y allá se podía oír el sonido de la maquinaria pesada, de los camiones y grúas que entraban y salían de las bodegas, y del metal al ser soldado y cortado con sopletes.
Por fin llegó a la bodega que estaba indicada en el pedazo de papel. De acuerdo al reloj de su padre, había llegado quince minutos antes de la hora.
Sergio echó un par de vistazos a ambos lados, sintiéndose un poco intranquilo. Esa parte parecía desocupada. A lo lejos, en medio del camino de grava, un par de perros callejeros estaban acostados, tratando de guardar sus energías para ir a buscar entre los botes de basura a la mitad de la noche.
La bodega tenía una gran cortina de metal, por dónde debían pasar los vehículos. A un lado, había una puerta de metal, sin agarraderas, solo el agujero de la cerradura para meter la llave. Justo arriba de la puerta, había una esfera de plástico negro, con una cámara de seguridad que de seguro lo estaba viendo.
Sergio iba a golpear en la puerta, cuando escuchó de detrás de la puerta el sonido de varios seguros moverse, seguido por el de los mecanismos de la cerradura.
-¡Vamos, entra ya! -susurró Felipe de manera autoritaria.
Sergio hizo lo que le indicó. Una vez que estuvo adentro, vio que el interior de la bodega era muy diferente a su exterior.
Las paredes estaban bien pintadas de color blanco, y una franja de color arena que le llegaba casi a los hombros. En una de las esquinas más lejanas había varias cajas de cartón apiladas una sobre otra, casi al doble de su altura. A un lado, había varios tambores de metal, cubiertos de óxido.
Junto a la puerta había una pequeña oficina, con paredes de aluminio y grandes cristales. Adentro había un hombre de cabello cano, ocupado en leer el periódico, tratando de no poner atención a Sergio cuando entraba.
-¿Tienes el dinero? -preguntó Felipe, después de cerrar la puerta.
Sergio metió la mano en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, y sacó el fajo de billetes, bien contados y separados por denominación. Al recibirlos, Felipe los paso de una mano a otra, contándolos con rapidez. Satisfecho al ver que estaba la suma correcta, se metió el dinero en un bolsillo del pantalón, y señaló a Sergio que fuera hacia el fondo de la bodega.
-Espera allá. Todavía falta que lleguen algunos -indicó Felipe, mientras regresaba a la oficina.
En la pared de la izquierda, dos hombres estaban sentados en unas sillas de plástico verde oscuro, conversando entre sí en voz baja. Estaban igual de abrigados que Sergio, incluso con gorros de lana y guantes guardados en los bolsillos de sus chamarras.
-Hey -saludó Sergio, mientras se sentaba en una de las sillas que estaban libres.
Los dos hombres no respodieron al saludo. Solo le echaron un rápido vistazo de arriba a abajo, como si trataran de tomarle la medida. Luego volvieron a su conversación, bajando aún más el volumen.
Uno de ellos tenía una mochila casi igual a la de Sergio, aunque algo más nueva. Parecía estar tan llena como la suya, aunque parecía algo más pesada. Aparte de tener mochilas, también llevaban consigo un par de bolsos deportivos, también llenos.
Era raro ver a alguien que llevara tanto equipaje para intentar cruzar la frontera. Acaso tenían planeado viajar aún más lejos, quizá ir a Florida o Nueva York, pensó Sergio.
Los hombres dejaron de hablar. Uno de ellos había notado que Sergio miraba las maletas que tenían a su lado. Sergio voltéo, y sus ojos se cruzaron con los de esos hombres, que lo miraban de manera hosca.
-Vamos, vamos, pasen de una vez -se oyó la voz de Felipe, que dejaba entrar a un grupo de recién llegados.
Se trataba de un par de hombres de más de cuarenta años, vestidos con camisas y pantalón de vestir, rompevientos de color verde oscuro, y tenis muy usados. Detrás venían un grupo de 3 mujeres, la más joven tenía apenas veinte años, y la mayor tenía casi cincuenta. Iban vestidas con pantalones de mezclilla, y chamarras con capucha, de tela gruesa tejidas a mano, de colores rosa y morado.
Los dos hombres dejaron de ver a Sergio y se distrajeron en ver a los que habían entrado a la bodega.
-Muy bien, tenemos media hora. Si alguien quiere ir al baño, solo pasen a la oficina, a la puerta del fondo, y no hablen con el guardia para nada. Para él, ninguno de ustedes está aquí, y eso costó caro, ¿está bien? -explicó Felipe, como ya era su costumbre -Una vez que estén a bordo, la puerta no se abre hasta que lleguen al destino, así que si tienen hambre o se sienten mal, aguántense. El conductor también está pagado para ignorarlos, sin importar que pase.
La espera se le hizo eterna a Sergio. No podía dejar de mover la pierna derecha de arriba a abajo. Incluso tras visitar el baño, y echarse agua en la cara, se sentía ansioso por el viaje.
La puerta de la bodega se abrió otra vez. Esta vez los que seguían a Felipe eran un padre y su hijo. El hombre parecía estar apenas en la treintena, y su hijo tenía la mitad de su edad. Los dos llevaban Un par de suéteres grises, con el escudo del club América impreso en el pecho.
El padre llevaba una mochila deportiva grande de color azul colgándole del hombro. Su hijo llevaba una mochila de color rojo, y un par de bolsas de plástico. El chico también llevaba en la cabeza un gorro de lana de color negro.
-Bien, ya son todos y están todos los que son -manifestó Felipe, mientras echaba un vistazo al reloj. -Quedan cinco minutos, estén listos.
Mientras Felipe intercambiaba unas palabras con el padre y su hijo, los demás migrantes comenzaron a hablar con sus compañeros. Sergio aprovechó de elevar una plegaria silencioa, hacia la Virgen María y todos los santos, para que todo saliera bien en su viaje.
Al otro lado de la cortina metálica, se escuchó el pitido de un auto. Felipe fue a la oficina, dónde se podía ver el exterior de la bodega por medio de la cámara.
El guardia se levantó de su silla, y fue a dónde estaba el mecanismo para elevar la cortina. Felipe salió con paso presuroso de la oficina hasta dónde estaban sus clientes.
-¡Órale, ya es hora de irse! -dijo el pollero, haciendo ademanes para que se levantaran de sus sillas y del suelo de concreto.
Ya era hora. Sergio dejó de mover la pierna, y se levantó de un salto, agarrando su mochila y poniéndosela al hombro. Los demás migrantes también fueron poniéndose de pie, agarrando sus cosas, dirigiéndose hacia el camión.
El camión era de tamaño mediano, con una caja de transporte bastante alta. El conductor bajó de la cabina, y se dirigió a abrir la puerta trasera. Era americano a todas luces, con una gran panza, cabello rubio algo largo bajo su gorra de color verde de los tractores John Deere, y una barba de dos días en su rostro cansado.
La caja de transporte tenía varias etiquetas en la unión de las puertas, además de una gran cadena con candado. El conductor sacó una llave de sus deslavados pantalones y abrió el candado, quitó la cadena, y abrió las puertas de par en par, rompiendo las etiquetas.
Felipe estaba al lado del camión, y mientras hacía ademanes a los otros para que subieran, sacó un juego de etiquetas que parecían casi idénticas a las que se habían roto.
-Vayan al fondo, ahí hay lugar, detrás de las cajas -informó Felipe, ayudando a que subieran las mujeres primero. -Nada de hablar, ni moverse durante el viaje. Si se les duermen las piernas se aguantan.
Sergio subió después de los dos hombres mayores. Al agarrarse de la caja del camión, se dio cuenta del porqué tenían que ir todos tan abrigados. El frío debía estar por debajo del punto de congelación, incluso varias de las cajas de cartón tenían algo de escarcha sobre su superficie.
El joven se las arregló para caminar entre las cajas amontonadas. Estaban ordenadas de tal manera que se podía avanzar de manera lenta entre ellas, con un espacio apenas lo bastante grande para que todos estuvieran sentados hasta el fondo de la cabina.
Al sentarse, Sergio quitó un poco de la escarcha de una las cajas con su mano. Las cajas llevaban "frozen vegetables", de acuerdo a la impresión en inglés. Se preguntó que tipos de vegetales, pero de seguro que al conductor no le gustaría que estuviera de curioso.
Los últimos en subir fueron los dos hombres de mirada hosca, cargando consigo sus pesadas maletas. Se acomodaron entre los demás, con las espaldas apoyadas contra las paredes del camión, dejando su equipaje en el espacio que quedaba en el centro, con el de los demás.
-¡Buena suerte! -se despidió Felipe, su voz llegando por encima de los montones de cajas.
Las puertas del camión se cerraron. Sergio oyó como la cadena era corrida de nuevo, y el sonido de varios golpes en la unión de las puertas.
El camión comenzó a moverse, dando algunos tumbos por el camino de grava y tierra. Dejó atrás la zona de bodegas, y se integró al resto del tráfico normal, dirigiéndose hacia la frontera.
En la caja el frío era muy duro. Sergio podía ver su aliento condensandose al salir de su boca, gracias a la luz roja que provenía de un panel de control en una de las paredes del camión.
Era algo tétrico, el ver a los demás bañados por esa pobre luz monocroma, y sintiendo ese frío intenso. Por un momento pensó que tal vez así sería el limbo del que tanto había oído en los sermones de la iglesia, un lugar sin tiempo ni forma, hasta que se decidiera si su alma iría al cielo o al infierno.
Sergio sintió las manos heladas. Las metió dentro de la chaqueta, justo debajo de sus axilas, para tratar de calentarlas un poco. Los otros migrantes también trataban de mantenerse lo más cálido posibles, juntándose con sus compañeros.
Solo tenía que resistir aquel frío unas horas, y la parte difícil habría terminado.
Paul was feeling a bit bothered by what happened in the morning. He didn't talk much while the others were talking and joking around, eating the food they had brought with along with them.
The group was next to an old, but well-maintained blue Dodge Ram pick-up truck. It was Mark's ride, and Nick's truck was parked right next to it. Helen, George and Dave had gone on another recon patrol, southwest of their current position.
Paul was sitting on the bed of Nick's truck, eating a half-soggy tuna salad sandwich made by Dan and Pete. They had also brought some potato chips, and a couple cases of Pabst Blue Ribbon to wash it all down.
Nick and Rich walked over to where Paul was. He just kept nibbling at the sandwich, trying to bite just enough to not feel sick.
-Hey, Paul, how you doing? -asked Nick, leaning back against his truck.
Paul didn't answer. He just kept taking small bites from the sandwich and taking a drink from his beer in between.
-You did the right thing, Paul, there's nothing to feel bad about -said Rich, standing right next to his young friend.
Paul sighed. If that was the right thing, he sure as hell didn't want to know what doing the wrong thing felt like.
Paul had accompanied Sam, Mark and Dan on their patrol. They went to the East, to an area where it was mostly sand all over a rough terrain, and almost no plants around, except for a few rachitic trees and some cacti.
They were all wearing camouflaged green clothes, except for Mark, who looked more like a SWAT agent in his dark blue clothes. He even had a black baseball cap with a police star on it.
When Paul questioned him about it, Mark said that he had tried to join the Oregon police department, but had failed in some test. The guy almost talked Paul's ears off by going into a rant about how he suspected that the real reason was that diversity quotas were the real reason for him not getting hired.
Most of the reconnaisance consisted on them getting about five miles from the border, stand in the middle of nowhere, and look all around by using binoculars. Then Sam, who was in charge of the radio, sent a report back to the others saying that everything was clear so far.
They did that at what looked to Paul like random intervals, just stopping whenever Dan and Sam decided to. After the tenth time, he was getting bored, and was just looking outside the window, hoping to at least see some wildlife around.
-Hey, what's that? -Paul asked, pointing at a small group of trees just North of their route.
Sam put down the map he had been scribbling marks in, motioned Dan to stop, and grabbed his binoculars. The old man looked outside his side window, right towards Paul was pointing at.
-Motherfucker! -exclaimed Sam. Then he turned around and faced Dan. -Take us there. Good catch, Paul!
Paul had no idea what he had found. He just happened to see something bright, shining intermittently beneeath the trees.
They arrived there just five minutes later. Dan parked the truck just a few yards from the trees.
-Everyone, grab your guns. Be prepared for trouble -Sam ordered, after grabbing his own.
Everyone else had a hunting rifle, but Sam had broguth along a twelve-gauge shotgun, all black steel and high-grade polymers. He had the extra ammo on a bandolier that hung from his left shoulder and ran around his chest.
Paul grabbed his gun, which was a loan from Mike's own. Unlike the ones from his companions, the only notable thing was that the stock was painted in an intrinctae camouflage pattern, and had a medium-sized scope on the top.
-Paul, Mark, you two keep an eye out -Sam indicated. -Dan, you come with me.
The two men approached the trees with care, looking around them like they were expecting some kind of ambush. Their attitude made Paul feel tense, while hoping that they wouldn't find anything troublesome.
Mike and the others had explained to him that the mexican drug cartels sometimes used these routes to try and smuggle in their product.Just that year, had been a couple of incidents where the criminals had shoot against the border patrol agents, before retreating to the other side of the border.
That was the main reason all of them were carrying their guns around. Paul was no stranger to using one, having been on hunting trips with his father since he was a teenager, but he didn't want to be in a shoot-out for his life, like out of the Wild West.
His father had felt a bit dissapointed that Paul didn't want to go tot he police academy. And now here he was, trying to enforce the law with a gun at his side. The irony was not lost on him.
A shot broke the silence around them. Paul and Mark got their guns at the ready, pointing towards the trees. That had come from Sam's shotgun, and another followed it soon.
The two men ran towards the trees, gripping their guns tight. When they arrived , they saw that Dan was pointing his rifle towards something in the ground. He pulled the trigger, and shot his target in a perfect way.
Paul saw several plastic bottles and a couple of large plastic barrels, all shot up and broken. In the ground, there was a large puddle of water that came form the bottles.
-It's okay guys, we just wanted to do some target practice -Sam said, while doing a great effor to bend over and pick up the expended shells he had shot.
-It's also faster than using a knife -Dan said. He took a brand new package of cigarrettes from a pocket inside his jacket, and lighted one up.
The gleaming thing that had catched Paul's attention was hanging from one of the lower branches of the largest tree. It was one of many wide strips of aluminum foil, hanging like some kind of misplaced Christmas decoration.
-Wanna shoot one, guys? -Dan asked, pointing with the barrel of his gun towards the last, untouched plastic barrel. It had a black plasstic lid on, screwed on in a tight manner.
-What are those? -Paul said, intrigued.
-It's an immigrant watering hole, that's what it is -Sam answered, while reloading his shotgun. -It's so they have an easier time crossing through the desert.
-Some bleeding-heart type must've left them here. We find a couple of those every time we are in the area -Mark added. He kicked around some of the plastic bottles laying in the ground, to check if there were no intact ones.
-Don't go feeling bad about these people, Paul -Sam mentioned, after seeing Paul's face. -They're criminals who have made their choice.
-Yeah, you don't just leave your keys hanging from the front door just so thieves don't cut themselves breaking a window -Dan added, taking a long drag from his cigarrette.
Paul knew that they were right. The persons who had left there must've done it with the best of intentions, but it only helped people that broke the law.
His father used to say that the road to hell is paved with good intentions, that people often did things that they knew were bad only because they somehow justify it to themselves as neccesary for something good down the road.
Paul lifted his gun, took aim at the lower part of the barrel, and squeezed the trigger. A large chunk of the barrel broke off, and the water jetted out with great force at first, but soon it was just a lazy stream.
-Nice shot! -Mark said, putting his left hand on Paul's shoulder.
-Let's wrap it up, guys. We should look around the area, see if there isn't any more of these water holes near -Sam indicated. He grabbed the radio he had hanging from a clip on his belt, and started talking into it. -Base, we found us an illegal well. Over.
The base was in Mike's house, with Mike as their operator. She had drawn the short straw earlier that day, before everyone headed out. This suited her well, since even though he loved going out on patrol duty, she had found it more and more difficult to rest well in the cold, hard ground instead of her comfy bed.
The duties of the person who was at the base included keeping a record in their movements by drawing in a large, old map that was kept at the dining table, making sure every team made updates about their condition ever hour, and making sure someone could call 911 in case of an emergency.
They also had the very important duty of keeping everyone out of trouble with official law enforcement. They were supposed to do their watching out for illegal immigrants within the limits of Mike's property and the nearby national park area, and just inform the proper authorities when they spotted someone.
Mark always brought his police scanner, and the person at the base used it to be informed of the border patrol movements. That way they could cover the areas that the understaffed border forces couldn't, and be more effective about their activities.
Paul was about to get back inside the truck, when Mark pointed at something behind his back.
-Look at that -Mark said. He was pointing towards a small figure in the hills that were some distance from them. -Didn't know there were any coyotes around.
When Paul turned to see him, all he could catch was a glimpse of the animal running away, hiding behind some large rocks.
-It's so weird that the shots didn't scare him away -Mark added. He was already sitting down in the backseat of the truck.
Paul remained silent all during the rest of the patrol. They didn't find any more spots with water drums and bottles. While the others felt a bit dissapointed, Paul felt a bit glad. Even though he knew that shooting them was the right thing to do, the whole thing was bothering him some.
It was almost one o'clock in the afternoon when they went back to the meeting spot to eat with the others, and Rich and Nick heard about his deed.
-I just didn't came to shoot drums full of water, guys -Paul said, after finishing the soggy sandwich.
-Well, we have some good news, then. Tonight we will do something much, much better than that -Nick announced, smiling like a child full of anticipation.
-We'll be doing some proper law enforcement, that's what -Rich revealed, clapping once with his hands with excitement. -Try and get some rest, we need to be sharp, and I mean SHARP for tonight.
-Great -Paul commented. He wondered what the plan would be, but before he could ask them about it, his friends had gone back to trying to make sense of the instructions for their tent.
Whatever it would be, he hoped it would be good.
Sergio dio un vistazo al cuarto una última vez, asegurándose de no olvidar nada. Lo cual era fácil, ya que todo lo que llevaba cabía en la mochila negra que siempre llevaba consigo.
Se sintió un poco acalorado, ya que estaba usando el suéter negro debajo de la chaqueta de mezclilla, pero había recordado las palabras de Felipe acerca de estar abrigado. No sabía si tendría tiempo de ponérsela cuando estuviera en el lugar al que lo había citado, así que era mejor llevarla puesta de una vez.
Después de dejar la llave del cuarto con el encargado, salió a la calle. Eran las seis de la tarde, y la oscuridad comenzaba a avanzar entre las largas sombras que el Sol proyectaba conforme se ocultaba.
Tenía un par de horas antes de ir al lugar convenido. Él ya sabía dónde se encontraba, ya que había ido en la mañana a dar una vuelta por las cercanías.
La dirección estaba justo en medio de un área llena de bodegas y patios industriales, algunos con viejas máquinas de construcción en el interior, detrás de las bardas de malla metálica, protegidas con alambre de púas y candados más grandes que su mano.
Sergio camino con paso tranquilo por las calles de Nogales. Era una tranquila tarde de Viernes, y se notaba en algunos de los bares por los que pasó. En su interior podía oírse a la gente riendo y chocando sus copas, las melodías de la música norteña, y las luces de colores que parpadeaban y se movían por las paredes de los locales.
La música se fue volviendo más queda, hasta que el único ruido que Sergio podía oír era el de sus pasos sobre la grava de las calles sin pavimentar que había entre las bodegas. Aquí y allá se podía oír el sonido de la maquinaria pesada, de los camiones y grúas que entraban y salían de las bodegas, y del metal al ser soldado y cortado con sopletes.
Por fin llegó a la bodega que estaba indicada en el pedazo de papel. De acuerdo al reloj de su padre, había llegado quince minutos antes de la hora.
Sergio echó un par de vistazos a ambos lados, sintiéndose un poco intranquilo. Esa parte parecía desocupada. A lo lejos, en medio del camino de grava, un par de perros callejeros estaban acostados, tratando de guardar sus energías para ir a buscar entre los botes de basura a la mitad de la noche.
La bodega tenía una gran cortina de metal, por dónde debían pasar los vehículos. A un lado, había una puerta de metal, sin agarraderas, solo el agujero de la cerradura para meter la llave. Justo arriba de la puerta, había una esfera de plástico negro, con una cámara de seguridad que de seguro lo estaba viendo.
Sergio iba a golpear en la puerta, cuando escuchó de detrás de la puerta el sonido de varios seguros moverse, seguido por el de los mecanismos de la cerradura.
-¡Vamos, entra ya! -susurró Felipe de manera autoritaria.
Sergio hizo lo que le indicó. Una vez que estuvo adentro, vio que el interior de la bodega era muy diferente a su exterior.
Las paredes estaban bien pintadas de color blanco, y una franja de color arena que le llegaba casi a los hombros. En una de las esquinas más lejanas había varias cajas de cartón apiladas una sobre otra, casi al doble de su altura. A un lado, había varios tambores de metal, cubiertos de óxido.
Junto a la puerta había una pequeña oficina, con paredes de aluminio y grandes cristales. Adentro había un hombre de cabello cano, ocupado en leer el periódico, tratando de no poner atención a Sergio cuando entraba.
-¿Tienes el dinero? -preguntó Felipe, después de cerrar la puerta.
Sergio metió la mano en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, y sacó el fajo de billetes, bien contados y separados por denominación. Al recibirlos, Felipe los paso de una mano a otra, contándolos con rapidez. Satisfecho al ver que estaba la suma correcta, se metió el dinero en un bolsillo del pantalón, y señaló a Sergio que fuera hacia el fondo de la bodega.
-Espera allá. Todavía falta que lleguen algunos -indicó Felipe, mientras regresaba a la oficina.
En la pared de la izquierda, dos hombres estaban sentados en unas sillas de plástico verde oscuro, conversando entre sí en voz baja. Estaban igual de abrigados que Sergio, incluso con gorros de lana y guantes guardados en los bolsillos de sus chamarras.
-Hey -saludó Sergio, mientras se sentaba en una de las sillas que estaban libres.
Los dos hombres no respodieron al saludo. Solo le echaron un rápido vistazo de arriba a abajo, como si trataran de tomarle la medida. Luego volvieron a su conversación, bajando aún más el volumen.
Uno de ellos tenía una mochila casi igual a la de Sergio, aunque algo más nueva. Parecía estar tan llena como la suya, aunque parecía algo más pesada. Aparte de tener mochilas, también llevaban consigo un par de bolsos deportivos, también llenos.
Era raro ver a alguien que llevara tanto equipaje para intentar cruzar la frontera. Acaso tenían planeado viajar aún más lejos, quizá ir a Florida o Nueva York, pensó Sergio.
Los hombres dejaron de hablar. Uno de ellos había notado que Sergio miraba las maletas que tenían a su lado. Sergio voltéo, y sus ojos se cruzaron con los de esos hombres, que lo miraban de manera hosca.
-Vamos, vamos, pasen de una vez -se oyó la voz de Felipe, que dejaba entrar a un grupo de recién llegados.
Se trataba de un par de hombres de más de cuarenta años, vestidos con camisas y pantalón de vestir, rompevientos de color verde oscuro, y tenis muy usados. Detrás venían un grupo de 3 mujeres, la más joven tenía apenas veinte años, y la mayor tenía casi cincuenta. Iban vestidas con pantalones de mezclilla, y chamarras con capucha, de tela gruesa tejidas a mano, de colores rosa y morado.
Los dos hombres dejaron de ver a Sergio y se distrajeron en ver a los que habían entrado a la bodega.
-Muy bien, tenemos media hora. Si alguien quiere ir al baño, solo pasen a la oficina, a la puerta del fondo, y no hablen con el guardia para nada. Para él, ninguno de ustedes está aquí, y eso costó caro, ¿está bien? -explicó Felipe, como ya era su costumbre -Una vez que estén a bordo, la puerta no se abre hasta que lleguen al destino, así que si tienen hambre o se sienten mal, aguántense. El conductor también está pagado para ignorarlos, sin importar que pase.
La espera se le hizo eterna a Sergio. No podía dejar de mover la pierna derecha de arriba a abajo. Incluso tras visitar el baño, y echarse agua en la cara, se sentía ansioso por el viaje.
La puerta de la bodega se abrió otra vez. Esta vez los que seguían a Felipe eran un padre y su hijo. El hombre parecía estar apenas en la treintena, y su hijo tenía la mitad de su edad. Los dos llevaban Un par de suéteres grises, con el escudo del club América impreso en el pecho.
El padre llevaba una mochila deportiva grande de color azul colgándole del hombro. Su hijo llevaba una mochila de color rojo, y un par de bolsas de plástico. El chico también llevaba en la cabeza un gorro de lana de color negro.
-Bien, ya son todos y están todos los que son -manifestó Felipe, mientras echaba un vistazo al reloj. -Quedan cinco minutos, estén listos.
Mientras Felipe intercambiaba unas palabras con el padre y su hijo, los demás migrantes comenzaron a hablar con sus compañeros. Sergio aprovechó de elevar una plegaria silencioa, hacia la Virgen María y todos los santos, para que todo saliera bien en su viaje.
Al otro lado de la cortina metálica, se escuchó el pitido de un auto. Felipe fue a la oficina, dónde se podía ver el exterior de la bodega por medio de la cámara.
El guardia se levantó de su silla, y fue a dónde estaba el mecanismo para elevar la cortina. Felipe salió con paso presuroso de la oficina hasta dónde estaban sus clientes.
-¡Órale, ya es hora de irse! -dijo el pollero, haciendo ademanes para que se levantaran de sus sillas y del suelo de concreto.
Ya era hora. Sergio dejó de mover la pierna, y se levantó de un salto, agarrando su mochila y poniéndosela al hombro. Los demás migrantes también fueron poniéndose de pie, agarrando sus cosas, dirigiéndose hacia el camión.
El camión era de tamaño mediano, con una caja de transporte bastante alta. El conductor bajó de la cabina, y se dirigió a abrir la puerta trasera. Era americano a todas luces, con una gran panza, cabello rubio algo largo bajo su gorra de color verde de los tractores John Deere, y una barba de dos días en su rostro cansado.
La caja de transporte tenía varias etiquetas en la unión de las puertas, además de una gran cadena con candado. El conductor sacó una llave de sus deslavados pantalones y abrió el candado, quitó la cadena, y abrió las puertas de par en par, rompiendo las etiquetas.
Felipe estaba al lado del camión, y mientras hacía ademanes a los otros para que subieran, sacó un juego de etiquetas que parecían casi idénticas a las que se habían roto.
-Vayan al fondo, ahí hay lugar, detrás de las cajas -informó Felipe, ayudando a que subieran las mujeres primero. -Nada de hablar, ni moverse durante el viaje. Si se les duermen las piernas se aguantan.
Sergio subió después de los dos hombres mayores. Al agarrarse de la caja del camión, se dio cuenta del porqué tenían que ir todos tan abrigados. El frío debía estar por debajo del punto de congelación, incluso varias de las cajas de cartón tenían algo de escarcha sobre su superficie.
El joven se las arregló para caminar entre las cajas amontonadas. Estaban ordenadas de tal manera que se podía avanzar de manera lenta entre ellas, con un espacio apenas lo bastante grande para que todos estuvieran sentados hasta el fondo de la cabina.
Al sentarse, Sergio quitó un poco de la escarcha de una las cajas con su mano. Las cajas llevaban "frozen vegetables", de acuerdo a la impresión en inglés. Se preguntó que tipos de vegetales, pero de seguro que al conductor no le gustaría que estuviera de curioso.
Los últimos en subir fueron los dos hombres de mirada hosca, cargando consigo sus pesadas maletas. Se acomodaron entre los demás, con las espaldas apoyadas contra las paredes del camión, dejando su equipaje en el espacio que quedaba en el centro, con el de los demás.
-¡Buena suerte! -se despidió Felipe, su voz llegando por encima de los montones de cajas.
Las puertas del camión se cerraron. Sergio oyó como la cadena era corrida de nuevo, y el sonido de varios golpes en la unión de las puertas.
El camión comenzó a moverse, dando algunos tumbos por el camino de grava y tierra. Dejó atrás la zona de bodegas, y se integró al resto del tráfico normal, dirigiéndose hacia la frontera.
En la caja el frío era muy duro. Sergio podía ver su aliento condensandose al salir de su boca, gracias a la luz roja que provenía de un panel de control en una de las paredes del camión.
Era algo tétrico, el ver a los demás bañados por esa pobre luz monocroma, y sintiendo ese frío intenso. Por un momento pensó que tal vez así sería el limbo del que tanto había oído en los sermones de la iglesia, un lugar sin tiempo ni forma, hasta que se decidiera si su alma iría al cielo o al infierno.
Sergio sintió las manos heladas. Las metió dentro de la chaqueta, justo debajo de sus axilas, para tratar de calentarlas un poco. Los otros migrantes también trataban de mantenerse lo más cálido posibles, juntándose con sus compañeros.
Solo tenía que resistir aquel frío unas horas, y la parte difícil habría terminado.
Paul was feeling a bit bothered by what happened in the morning. He didn't talk much while the others were talking and joking around, eating the food they had brought with along with them.
The group was next to an old, but well-maintained blue Dodge Ram pick-up truck. It was Mark's ride, and Nick's truck was parked right next to it. Helen, George and Dave had gone on another recon patrol, southwest of their current position.
Paul was sitting on the bed of Nick's truck, eating a half-soggy tuna salad sandwich made by Dan and Pete. They had also brought some potato chips, and a couple cases of Pabst Blue Ribbon to wash it all down.
Nick and Rich walked over to where Paul was. He just kept nibbling at the sandwich, trying to bite just enough to not feel sick.
-Hey, Paul, how you doing? -asked Nick, leaning back against his truck.
Paul didn't answer. He just kept taking small bites from the sandwich and taking a drink from his beer in between.
-You did the right thing, Paul, there's nothing to feel bad about -said Rich, standing right next to his young friend.
Paul sighed. If that was the right thing, he sure as hell didn't want to know what doing the wrong thing felt like.
Paul had accompanied Sam, Mark and Dan on their patrol. They went to the East, to an area where it was mostly sand all over a rough terrain, and almost no plants around, except for a few rachitic trees and some cacti.
They were all wearing camouflaged green clothes, except for Mark, who looked more like a SWAT agent in his dark blue clothes. He even had a black baseball cap with a police star on it.
When Paul questioned him about it, Mark said that he had tried to join the Oregon police department, but had failed in some test. The guy almost talked Paul's ears off by going into a rant about how he suspected that the real reason was that diversity quotas were the real reason for him not getting hired.
Most of the reconnaisance consisted on them getting about five miles from the border, stand in the middle of nowhere, and look all around by using binoculars. Then Sam, who was in charge of the radio, sent a report back to the others saying that everything was clear so far.
They did that at what looked to Paul like random intervals, just stopping whenever Dan and Sam decided to. After the tenth time, he was getting bored, and was just looking outside the window, hoping to at least see some wildlife around.
-Hey, what's that? -Paul asked, pointing at a small group of trees just North of their route.
Sam put down the map he had been scribbling marks in, motioned Dan to stop, and grabbed his binoculars. The old man looked outside his side window, right towards Paul was pointing at.
-Motherfucker! -exclaimed Sam. Then he turned around and faced Dan. -Take us there. Good catch, Paul!
Paul had no idea what he had found. He just happened to see something bright, shining intermittently beneeath the trees.
They arrived there just five minutes later. Dan parked the truck just a few yards from the trees.
-Everyone, grab your guns. Be prepared for trouble -Sam ordered, after grabbing his own.
Everyone else had a hunting rifle, but Sam had broguth along a twelve-gauge shotgun, all black steel and high-grade polymers. He had the extra ammo on a bandolier that hung from his left shoulder and ran around his chest.
Paul grabbed his gun, which was a loan from Mike's own. Unlike the ones from his companions, the only notable thing was that the stock was painted in an intrinctae camouflage pattern, and had a medium-sized scope on the top.
-Paul, Mark, you two keep an eye out -Sam indicated. -Dan, you come with me.
The two men approached the trees with care, looking around them like they were expecting some kind of ambush. Their attitude made Paul feel tense, while hoping that they wouldn't find anything troublesome.
Mike and the others had explained to him that the mexican drug cartels sometimes used these routes to try and smuggle in their product.Just that year, had been a couple of incidents where the criminals had shoot against the border patrol agents, before retreating to the other side of the border.
That was the main reason all of them were carrying their guns around. Paul was no stranger to using one, having been on hunting trips with his father since he was a teenager, but he didn't want to be in a shoot-out for his life, like out of the Wild West.
His father had felt a bit dissapointed that Paul didn't want to go tot he police academy. And now here he was, trying to enforce the law with a gun at his side. The irony was not lost on him.
A shot broke the silence around them. Paul and Mark got their guns at the ready, pointing towards the trees. That had come from Sam's shotgun, and another followed it soon.
The two men ran towards the trees, gripping their guns tight. When they arrived , they saw that Dan was pointing his rifle towards something in the ground. He pulled the trigger, and shot his target in a perfect way.
Paul saw several plastic bottles and a couple of large plastic barrels, all shot up and broken. In the ground, there was a large puddle of water that came form the bottles.
-It's okay guys, we just wanted to do some target practice -Sam said, while doing a great effor to bend over and pick up the expended shells he had shot.
-It's also faster than using a knife -Dan said. He took a brand new package of cigarrettes from a pocket inside his jacket, and lighted one up.
The gleaming thing that had catched Paul's attention was hanging from one of the lower branches of the largest tree. It was one of many wide strips of aluminum foil, hanging like some kind of misplaced Christmas decoration.
-Wanna shoot one, guys? -Dan asked, pointing with the barrel of his gun towards the last, untouched plastic barrel. It had a black plasstic lid on, screwed on in a tight manner.
-What are those? -Paul said, intrigued.
-It's an immigrant watering hole, that's what it is -Sam answered, while reloading his shotgun. -It's so they have an easier time crossing through the desert.
-Some bleeding-heart type must've left them here. We find a couple of those every time we are in the area -Mark added. He kicked around some of the plastic bottles laying in the ground, to check if there were no intact ones.
-Don't go feeling bad about these people, Paul -Sam mentioned, after seeing Paul's face. -They're criminals who have made their choice.
-Yeah, you don't just leave your keys hanging from the front door just so thieves don't cut themselves breaking a window -Dan added, taking a long drag from his cigarrette.
Paul knew that they were right. The persons who had left there must've done it with the best of intentions, but it only helped people that broke the law.
His father used to say that the road to hell is paved with good intentions, that people often did things that they knew were bad only because they somehow justify it to themselves as neccesary for something good down the road.
Paul lifted his gun, took aim at the lower part of the barrel, and squeezed the trigger. A large chunk of the barrel broke off, and the water jetted out with great force at first, but soon it was just a lazy stream.
-Nice shot! -Mark said, putting his left hand on Paul's shoulder.
-Let's wrap it up, guys. We should look around the area, see if there isn't any more of these water holes near -Sam indicated. He grabbed the radio he had hanging from a clip on his belt, and started talking into it. -Base, we found us an illegal well. Over.
The base was in Mike's house, with Mike as their operator. She had drawn the short straw earlier that day, before everyone headed out. This suited her well, since even though he loved going out on patrol duty, she had found it more and more difficult to rest well in the cold, hard ground instead of her comfy bed.
The duties of the person who was at the base included keeping a record in their movements by drawing in a large, old map that was kept at the dining table, making sure every team made updates about their condition ever hour, and making sure someone could call 911 in case of an emergency.
They also had the very important duty of keeping everyone out of trouble with official law enforcement. They were supposed to do their watching out for illegal immigrants within the limits of Mike's property and the nearby national park area, and just inform the proper authorities when they spotted someone.
Mark always brought his police scanner, and the person at the base used it to be informed of the border patrol movements. That way they could cover the areas that the understaffed border forces couldn't, and be more effective about their activities.
Paul was about to get back inside the truck, when Mark pointed at something behind his back.
-Look at that -Mark said. He was pointing towards a small figure in the hills that were some distance from them. -Didn't know there were any coyotes around.
When Paul turned to see him, all he could catch was a glimpse of the animal running away, hiding behind some large rocks.
-It's so weird that the shots didn't scare him away -Mark added. He was already sitting down in the backseat of the truck.
Paul remained silent all during the rest of the patrol. They didn't find any more spots with water drums and bottles. While the others felt a bit dissapointed, Paul felt a bit glad. Even though he knew that shooting them was the right thing to do, the whole thing was bothering him some.
It was almost one o'clock in the afternoon when they went back to the meeting spot to eat with the others, and Rich and Nick heard about his deed.
-I just didn't came to shoot drums full of water, guys -Paul said, after finishing the soggy sandwich.
-Well, we have some good news, then. Tonight we will do something much, much better than that -Nick announced, smiling like a child full of anticipation.
-We'll be doing some proper law enforcement, that's what -Rich revealed, clapping once with his hands with excitement. -Try and get some rest, we need to be sharp, and I mean SHARP for tonight.
-Great -Paul commented. He wondered what the plan would be, but before he could ask them about it, his friends had gone back to trying to make sense of the instructions for their tent.
Whatever it would be, he hoped it would be good.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
Las Arenas Silenciosas/The Silent Sands Parte II: Capítulo III
III
Sergio se quedó sin saber que decir. Tenía el concepto atorado en la garganta, pero se negaba a salir en forma de palabras.
Un sorbo de la cerveza que tenía enfrente le ayudó a desatorar el nudo conceptual.
-¿Es en serio? -inquirió el joven, dejando la botella de cuartito en la mesa.
-Oye vato, si quisiera hacer bromas me iría al parque a actuar de payaso -mencionó Felipe, apoyando el brazo derecho en la mesa.
Felipe tenía poco más de treinta años, aunque aparentaba un par de años más por el bigote, que siempre traía bien cuidado y recortado, al igual que su cabello, negro como el carbón.
El pollero vestía con una camisa azul de manga larga, pantalones de mezclilla de un color negro deslavado por los años, y unas botas de cuero café, bien cuidadadas. Había dejado sobre la mesa su sombrero de vaquero, blanco como el algodón, al alcance de su mano izquierda.
Felipe era el sobrino de Graciano, quién siete años antes había pasado al grupo de Miguel y Mariano al otro lado de la frontera. Según contaba, su tío había durado solo un par de años más, antes de dejarle todo el negocio a él.
-Pues es que está muy caro. Casi lo mismo que costó cruzarnos a cinco personas, pues -comentó Sergio, todavía un tanto incrédulo.
-Eso fue entonces, ahora es mayor el riesgo -comenzó Felipe, mientras daba sorbos a su cerveza en cada pausa. -Hay mayor vigilancia de parte de los gringos, con más cámaras y drones; los pasos están más vigilados en ambos puntos, y es más difícil cruzar; y los cárteles te pueden agarrar de un lado o del otro, y créeme que no quieres que eso pase.
-¿Y por ese precio seguro sí cruzo sin pedos? -insistió Sergio, todavía sintiéndose inseguro.
Si no podía lograr un buen trato, estaba dispuesto incluso a esperar la caída de la noche, buscar un punto en la barda por dónde pudiera trepar, y jugársela a cruzar el desierto a pie, solo.
-Soy tan seguro que podría ser una agencia de viajes, vato. Y tienes suerte, porque justo mañana será el cruce que arreglo cada mes -explicó el pollero, con una sonrisa, tratando de mostrarse confiable.
-¿Ah, sí? ¿Pues cómo es el viaje? -preguntó Sergio.
Felipe se llevó un dedo a los labios, antes de contestarle.
-Mira, no puedo darte detalles, solo que es una ruta que hago desde hace año y medio, todos los que van cruzan sin pedos. Si vienes, te garantizo que llegas a Tucson. -dijo Felipe, cruzándose de brazos. -Ya después de ahí, es problema tuyo lo que hagas y adónde vas.
Sergio todavía no se sentía muy convencido. Acaso podría probar su suerte preguntando por algún otro pollero, pensó.
-Si todavía tienes dudas, pues es normal. Pero te garantizo que el precio es uno de los más bajos, considerando el riesgo y la distancia -continuó el pollero. -Si lo que quieres es solo saltarte la barda, o probar irte escondido en un coche, también puedo conectarte con la gente adecuada. Pero así sí es más fácil que te atrapen, vato.
El pollero hizo una seña a Roberto, pidiendo otra cerveza. El cantinero la llevó con rapidez, ya que se habían ido casi todos los clientes que llegaban de manera usual a la hora de la comida.
-Cuando acepté este negocio de mi tío, me hizo prometer que una vez que aceptara el dinero de alguien, de quien fuera, yo haría lo posible e imposible por cumplir con lo prometido- compartió Felipe. Limpió la boca de la botella con una servilleta de papel, antes de comenzar a beberla. -Si me pagas, te prometo por la virgencita que te llevaré del otro lado.
Sergio soltó un suspiro. Considerando sus opciones, lo mejor sería tomar el riesgo con Felipe. Cada día que esperara, era un día en que se exponía a ser detenido por la policía, o secuestrado por un cártel, que era casi lo mismo por aquellos lugares.
-Muy bien, acepto tu oferta -dijo Sergio.
Felipe extendió la mano, y Sergio la apretó, sellando el acuerdo. De inmediato sintió que elipe le pasaba un pedazo de papel doblado en la mano.
-Perfecto, entonces te veré mañana en la hora y el lugar que ya sabes -explicó Felipe. -Y abrígate bien.
El pollero acabó la cerveza que le quedaba de un trago, se levantó, y dejó dos billetes de doscientos a Roberto, el propietario del bar.
Sergio esperó unos minutos, y luego se levantó de la mesa, con el papel todavía en la mano. Se acercó a la barra, dónde Roberto estaba ocupado metiendo botellas llenas de cerveza en la nevera de plástico.
-Oiga, disculpe, ¿dónde puedo comer barato por aquí cerca? -inquirió Sergio, con una de las correas de la mochila en el hombro derecho.
-Saliendo vas a la izquierda, hasta la esquina, y de ahí te vas para abajo hasta ver un depósito de la Corona. Justo en frente hay un local con comida corrida -explicó Roberto, haciendo los ademanes para señalar la dirección correcta.
-Gracias -dijo Sergio. -Adiós, y gracias por todo.
-No hay de qué, pero mejor guardate las gracias hasta que estés del otro lado. Te deseo buena suerte -se despidió Roberto.
El cantinero volvió a su labor de reponer la reserva de cerveza helada. Sergio abrió la puerta de aluminio, y salió a la calle. Lo recibió el Sol menguante del atardecer, cuya luz comenzaba a tornarse en tonos naranja.
Mientras esperaba la comida en el local que le habían indicado, Sergio echó un vistazo a la nota. Detallaba la hora y el lugar dónde debería presentarse mañana.
Para cuando le sirvieron la sopa de verduras, Sergio ya tenía un plan. Esa noche buscaría el motel más barato que pudiera encontrar, y trataría de descansar lo más posible. Necesitaría todas sus energías para el viaje.
Se preguntó el porque Felipe le había dicho que se abrigara bien, pero decidió no pensar mucho en ello. Seguiría el consejo, y ya descubriría la razón mañana en la noche.
Por suerte había traído consigo un viejo suéter negro que había usado en el último año de la secundaria. Sus padres lo habían comprado un par de tallas más grande, porque esperaban que lo usara durante la preparatoria.
Sergio decidió dejar de lado sus preocupaciones por un rato, para poder disfrutar su comida. Sería la última buena comida que tendría en un buen tiempo, si lograba cruzar la frontera.
Mientras Sergio comía, el Sol seguía su descenso por el cielo, la gente entraba y salía del local. En el fondo, podía oír el sonido de una televisión sintonizada en una de las telenovelas de la tarde.
Cuando estaba casi a punto de comer lo último de la ensalada que le habían servido con la delgada carne asada, en su mente surgieron de nuevo las palabras del viejo Eliseo.
-Vas a morir allá afuera -es lo que había dijo es viejo borracho.
Sergio se quedó viendo por un momento el último bocado que tenía en el tenedor de plástico blanco.
Morir allá o morir aquí. Al final no había diferencia.
Acabó de comer, y se levantó para ir a pagar a la mujer que estaba encargada.
-Well, ain't that a kick in the nuts -Dave said, like he was doing more than just stating the obvious.
The blond man tried to reach into his gray camouflaged jersey for his pack of cigarrettes, but a mean look from Mike made him take his hand away.
-You know damn well it took me two years to get rid of the damn smell after Shawn died -Mike reminded him. -And that goes for all of you, too. If you want to smoke, do it outside on the deck.
The group had just finished eating dinner. The ones who had gone on the recon mission towards the fence had come back ten minutes after Paul and the others had finished setting things up.
Now they were drinking some beer from a keg that Mark had brought along to celebrate their ten year anniversary of doing the border patrol. Like always, Rich had been drinking a bit more that he should, but so did almost everyone, except for Helen, who was a teetotaller.
-And what happened after you got back home, Paul? -Helen asked, her head resting on the shoulder of a bald man with a black handlebar moustache with specks of white.
George looked like he would've been right at home on top of a chopper, with nothing else but him and the open road. He even had some intrincate tattos on his forearms, some of them looking a bit too rough to be made by a professional.
-Well, if the devil wanted a role-model, I would direct him to the insurance company that I'd signed up before being shipped overseas -Paul commented, his words dripping with some bitterness despite the time that had passed already.
-It's the fault of that goddamn socialized medicine we're being dragged into, if you ask me -Rich intervened, which gained him an annoyed look from Helen. Even if he had noticed it, Rich wouldn't have cared.
-God damn it, Rich, let the kid finish! -said a rather large man, fatter than even Rich.
Sam was almost at his sixtieth birthday, but time had eroded away his patience towards anything he found annoying, and he always had something to feel annoyed by.
Rich shrank a bit in his seat, feigning a sudden interest in his glass of beer. Sam motioned to Paul to continue.
-As I was saying, the insurance company was full of grade-A assholes, every one of them -Paul remembered, while playing a bit with his empty glass. -the bastards not only didn't want to pay for the hospital stay, surgery and all, but also tried to claim that the rehabilitation costs was something that wasn't covered by the policy.
-Fucking rat bastards -muttered Nick, who was resting his head on the table, using his right arm as a makeshift pillow.
-Yeah, that's some messed up stuff, son -Mark added, with a coarse voice. He was the second oldest person in the group, just a couple youngers than Sam. Unlike him, he looked like time had chipped away at more than just his patience, since he looked like tall, wiry scarecrow.
It didn't help that his green and brown camouflage jacket looked a size too big for him to use. It was also hard to ignore the scars running all over his nose and left cheek, a reminder of an old car accident he had been involved in his youth.
-I haven't gotten to the worst part. Or best, if you like -Paul said, with an ironic smile on his lips. -You see this fake leg of mine?
Paul then pointed down to his prostethic leg, and tapped the aluminum shaft with the beer bottle, making the glass sound like the bell on top of the door at Henry's shop.
Out of instinct, Nick got up, looking wildly from side to side.
-Welcome, sir, how can I help you? -Nick asked, like he always did when he was at the shop.
Everyone else laughed at him, while Nick was still trying to remember where he was.
-So, what about the leg? I think that looks fine -George commented, while the laughs started to calm down.
-Oh, this one is fine, is a real good leg. But it's not the leg that those assholes paid for -Paul revealed.
Of all the bad things that had happened once he got back home, that was still the one thing that he was hung up on.
-When I was going through rehab, the doctor told me that soon I would be ready to start working with the prostethic leg -Paul remembered, while the grip on his beer got a little tighter. -And I got kinda excited, because some of the guys that also went there were vets who had this fancy, battery powered things. Like out of a sci-fi movie.
-And people say we don't care about our veterans -Rich interjected. He was getting ready to start a rant, but a quick look around the table convinced him that it would be better received at a later time. Right now, everyone wanted to know more about what Paul was telling.
-Anyway, there I am at the doctor's office, feeling like a kid in Christmas morning, when he enters the room with a large box that looks a little beat-up, sits down and out he takes an ugly,cheap-looking prostethic half-leg -Paul described, still feeling the dissapointment and anger like he was back in that office.
He then explained how the doctor told him that that thing was the best the insurance company was willing to pay for. Paul and his father had tried to argue with the company, but didn't get anything more than getting cited a bunch of rules and regulations.
That thing worked as well as it looked. Paul couldn't even use the cane, and had to keep using the crutches, which did wonders for his ability to move around the town.
-It was a pretty bad time for me and my dad. I wanted to go back to work, any work, but it was damn impossible if I even couldn't walk right -Paul said. Then he nodded towards where Rich was sitting. -It was then that I met Rich and the guys, when he was handing leaflets at a park.
Paul was sitting down in a bench, trying to rest and let what was left of his leg to recover enough to go back to his dad's house. It had been another day were he was going around town, trying to find a job, but almost all of those jobs required someone who could walk without crutches.
He tried to distract himself by watching the people going around the park. He felt a bit bitter at how all these people went around, taking for granted something as easy as walking. He had tried to help his country, to do some good, and now here he was, after the people in charge had done just enough to quiet their conscience.
-He gave one to me, and I just crumpled it up and threw it away once he walked away -Paul recounted. -Then, a couple of days later, he hands me another, which I also threw away. Then a week later, he gives me another leaflet.
-And he told me: "Old man, I'm just going to throw it away like all the others, why do you keep giving one to me?" -Rich mentioned, this time his intervention not being resented.
-Yeah, like that. And he tells me: "Because you look like the kind of guy who is in a hole, and wants to get out" -Paul said, trying to make his best impression of how Rich's voice sounded.
He didn't threw away that leaflet. Once he got back home, Paul took a good look at that piece of paper. It was for a group called Concerned Citizens of America, in big bold letters flanked by crossed American and Confederate flags.
Fellow citizen! America is in danger!
The country is in turmoil, assaulted by enemies both abroad and at home!
As the once great society built by our forefathers crumbles around us,
the effects are being felt by each of us, the good people in every town and city!
Our government no longer cares about us, the true Americans, instead choosing to cater to the whims of a select few!
If you want to learn the truth behind it all, come to our meetings, ever last Saturday of the month!
The next Saturday, Paul was in front of a peculiar looking building. It was made out of two metal shipping containers put togehter side by side, with an elaborate wooden sign identifying it as "The Great Stag Hunting Lodge".
-So, I walk inside, and then I saw Rich, talking to Pete while sitting one of the wooden pine benches they had facing the far wall of the lodge -Paul described. -There were like fifteen other people already sitting there, and when Rich saw me he got up and shook my hand, thanking me for being there.
The first speaker was an old man wearing a cheap looking dark-blue suit. He was from Phoenix, Arizona, and talked at lenght about the problem of illegal immigration. The man's speech was full of attacks towards the "good for nothing liberals" in the federal government that "were content to let his home be run into the ground" by the never-ending flux of illegal immigrants coming from south of the border.
Paul found the speech quite droll, even if did have some interesting facts about the problem of illegal immigration. He was starting to think he should leave, when Rich announced the theme of the next presentation.
It was from a man in his forties, dressed in a flanel shirt tucked inside his jeans. He was bald, and had a full, neatly trimmed auburn beard. He was a representative from a charity whose main concern was helping the injured veterans coming home from Afghanisthan and Iraq.
That grabbed Paul's attention, and vor the next half hour he heard how many veterans couldn't cope with these life-changing injuries at first, but were still the same brave men and women they always were, adapting to their new challenges.
Still, they needed help to go back into society. There weren't many places that hired people like them, and their families also faced their own challenges, getting accustomed to the changes that their loved ones had been through.
-After that meeting was over, Paul asked how he could get in touch with the organization. We got to talking, and that's when I found out about the troubles he'd had with his leg -Rich mentioned, drinking the last of his beer.
-They helped me a lot -Paul admitted. -To get rid of that piece of shit fake leg, and get this new one, that may not be fancy but at least let's me walk without a cane.
-We also helped him find a job at Henry's store -Rich added. He scratched his right forearm, just where a mosquito had bitten him. -It's not fancy, but it's a good, honest job.
-And that's how I got here -Paul finished. He took a sip of his beer. -I wanted to learn more about how to help make our country a better place, and to pay back the kindness I've received.
Everyone around the table mumbled with approval, the drinking and late hour starting to get to them. Nick had succumbed to it already, sleeping with his face down on the table, his left arm covering his messed up hair.
-Okay, everyone, time to go to sleep. Tomorrow we have a busy day -announced Mike, as she got up from the table.
Twenty minutes later, Paul was sleeping on the couch. The sleeping arrangements were always done in a first come, first serve way, but after hearing his tale the other guys almost forced him to accept the couch, instead of his sleeping bag on the floor of the living room, like Rich, Nick, Mark and Dave.
Sam had preferred to sleep on the outside, right on the back deck. He explained that he preferred to be outside, since that's what he always did on his hunting trips, and didn't like much sleeping inside a house other than his own.
Paul had left his prostethic leg right next to the sofa, propped against a small table that had a small flower vase with plastic orchids in it.
He covered himself in the sheets that Mike had given him, printed with a dark green grass pattern and some orange flowers. The night was getting a bit chilly, and he felt less guilty about not sleeping in the floor.
Paul wondered how things would've turned out if he hadn't accepted that leaflet, and gone to the meeting. It was kind of hard to believe that things would been better, he admitted to himself, before falling asleep.
Sergio se quedó sin saber que decir. Tenía el concepto atorado en la garganta, pero se negaba a salir en forma de palabras.
Un sorbo de la cerveza que tenía enfrente le ayudó a desatorar el nudo conceptual.
-¿Es en serio? -inquirió el joven, dejando la botella de cuartito en la mesa.
-Oye vato, si quisiera hacer bromas me iría al parque a actuar de payaso -mencionó Felipe, apoyando el brazo derecho en la mesa.
Felipe tenía poco más de treinta años, aunque aparentaba un par de años más por el bigote, que siempre traía bien cuidado y recortado, al igual que su cabello, negro como el carbón.
El pollero vestía con una camisa azul de manga larga, pantalones de mezclilla de un color negro deslavado por los años, y unas botas de cuero café, bien cuidadadas. Había dejado sobre la mesa su sombrero de vaquero, blanco como el algodón, al alcance de su mano izquierda.
Felipe era el sobrino de Graciano, quién siete años antes había pasado al grupo de Miguel y Mariano al otro lado de la frontera. Según contaba, su tío había durado solo un par de años más, antes de dejarle todo el negocio a él.
-Pues es que está muy caro. Casi lo mismo que costó cruzarnos a cinco personas, pues -comentó Sergio, todavía un tanto incrédulo.
-Eso fue entonces, ahora es mayor el riesgo -comenzó Felipe, mientras daba sorbos a su cerveza en cada pausa. -Hay mayor vigilancia de parte de los gringos, con más cámaras y drones; los pasos están más vigilados en ambos puntos, y es más difícil cruzar; y los cárteles te pueden agarrar de un lado o del otro, y créeme que no quieres que eso pase.
-¿Y por ese precio seguro sí cruzo sin pedos? -insistió Sergio, todavía sintiéndose inseguro.
Si no podía lograr un buen trato, estaba dispuesto incluso a esperar la caída de la noche, buscar un punto en la barda por dónde pudiera trepar, y jugársela a cruzar el desierto a pie, solo.
-Soy tan seguro que podría ser una agencia de viajes, vato. Y tienes suerte, porque justo mañana será el cruce que arreglo cada mes -explicó el pollero, con una sonrisa, tratando de mostrarse confiable.
-¿Ah, sí? ¿Pues cómo es el viaje? -preguntó Sergio.
Felipe se llevó un dedo a los labios, antes de contestarle.
-Mira, no puedo darte detalles, solo que es una ruta que hago desde hace año y medio, todos los que van cruzan sin pedos. Si vienes, te garantizo que llegas a Tucson. -dijo Felipe, cruzándose de brazos. -Ya después de ahí, es problema tuyo lo que hagas y adónde vas.
Sergio todavía no se sentía muy convencido. Acaso podría probar su suerte preguntando por algún otro pollero, pensó.
-Si todavía tienes dudas, pues es normal. Pero te garantizo que el precio es uno de los más bajos, considerando el riesgo y la distancia -continuó el pollero. -Si lo que quieres es solo saltarte la barda, o probar irte escondido en un coche, también puedo conectarte con la gente adecuada. Pero así sí es más fácil que te atrapen, vato.
El pollero hizo una seña a Roberto, pidiendo otra cerveza. El cantinero la llevó con rapidez, ya que se habían ido casi todos los clientes que llegaban de manera usual a la hora de la comida.
-Cuando acepté este negocio de mi tío, me hizo prometer que una vez que aceptara el dinero de alguien, de quien fuera, yo haría lo posible e imposible por cumplir con lo prometido- compartió Felipe. Limpió la boca de la botella con una servilleta de papel, antes de comenzar a beberla. -Si me pagas, te prometo por la virgencita que te llevaré del otro lado.
Sergio soltó un suspiro. Considerando sus opciones, lo mejor sería tomar el riesgo con Felipe. Cada día que esperara, era un día en que se exponía a ser detenido por la policía, o secuestrado por un cártel, que era casi lo mismo por aquellos lugares.
-Muy bien, acepto tu oferta -dijo Sergio.
Felipe extendió la mano, y Sergio la apretó, sellando el acuerdo. De inmediato sintió que elipe le pasaba un pedazo de papel doblado en la mano.
-Perfecto, entonces te veré mañana en la hora y el lugar que ya sabes -explicó Felipe. -Y abrígate bien.
El pollero acabó la cerveza que le quedaba de un trago, se levantó, y dejó dos billetes de doscientos a Roberto, el propietario del bar.
Sergio esperó unos minutos, y luego se levantó de la mesa, con el papel todavía en la mano. Se acercó a la barra, dónde Roberto estaba ocupado metiendo botellas llenas de cerveza en la nevera de plástico.
-Oiga, disculpe, ¿dónde puedo comer barato por aquí cerca? -inquirió Sergio, con una de las correas de la mochila en el hombro derecho.
-Saliendo vas a la izquierda, hasta la esquina, y de ahí te vas para abajo hasta ver un depósito de la Corona. Justo en frente hay un local con comida corrida -explicó Roberto, haciendo los ademanes para señalar la dirección correcta.
-Gracias -dijo Sergio. -Adiós, y gracias por todo.
-No hay de qué, pero mejor guardate las gracias hasta que estés del otro lado. Te deseo buena suerte -se despidió Roberto.
El cantinero volvió a su labor de reponer la reserva de cerveza helada. Sergio abrió la puerta de aluminio, y salió a la calle. Lo recibió el Sol menguante del atardecer, cuya luz comenzaba a tornarse en tonos naranja.
Mientras esperaba la comida en el local que le habían indicado, Sergio echó un vistazo a la nota. Detallaba la hora y el lugar dónde debería presentarse mañana.
Para cuando le sirvieron la sopa de verduras, Sergio ya tenía un plan. Esa noche buscaría el motel más barato que pudiera encontrar, y trataría de descansar lo más posible. Necesitaría todas sus energías para el viaje.
Se preguntó el porque Felipe le había dicho que se abrigara bien, pero decidió no pensar mucho en ello. Seguiría el consejo, y ya descubriría la razón mañana en la noche.
Por suerte había traído consigo un viejo suéter negro que había usado en el último año de la secundaria. Sus padres lo habían comprado un par de tallas más grande, porque esperaban que lo usara durante la preparatoria.
Sergio decidió dejar de lado sus preocupaciones por un rato, para poder disfrutar su comida. Sería la última buena comida que tendría en un buen tiempo, si lograba cruzar la frontera.
Mientras Sergio comía, el Sol seguía su descenso por el cielo, la gente entraba y salía del local. En el fondo, podía oír el sonido de una televisión sintonizada en una de las telenovelas de la tarde.
Cuando estaba casi a punto de comer lo último de la ensalada que le habían servido con la delgada carne asada, en su mente surgieron de nuevo las palabras del viejo Eliseo.
-Vas a morir allá afuera -es lo que había dijo es viejo borracho.
Sergio se quedó viendo por un momento el último bocado que tenía en el tenedor de plástico blanco.
Morir allá o morir aquí. Al final no había diferencia.
Acabó de comer, y se levantó para ir a pagar a la mujer que estaba encargada.
-Well, ain't that a kick in the nuts -Dave said, like he was doing more than just stating the obvious.
The blond man tried to reach into his gray camouflaged jersey for his pack of cigarrettes, but a mean look from Mike made him take his hand away.
-You know damn well it took me two years to get rid of the damn smell after Shawn died -Mike reminded him. -And that goes for all of you, too. If you want to smoke, do it outside on the deck.
The group had just finished eating dinner. The ones who had gone on the recon mission towards the fence had come back ten minutes after Paul and the others had finished setting things up.
Now they were drinking some beer from a keg that Mark had brought along to celebrate their ten year anniversary of doing the border patrol. Like always, Rich had been drinking a bit more that he should, but so did almost everyone, except for Helen, who was a teetotaller.
-And what happened after you got back home, Paul? -Helen asked, her head resting on the shoulder of a bald man with a black handlebar moustache with specks of white.
George looked like he would've been right at home on top of a chopper, with nothing else but him and the open road. He even had some intrincate tattos on his forearms, some of them looking a bit too rough to be made by a professional.
-Well, if the devil wanted a role-model, I would direct him to the insurance company that I'd signed up before being shipped overseas -Paul commented, his words dripping with some bitterness despite the time that had passed already.
-It's the fault of that goddamn socialized medicine we're being dragged into, if you ask me -Rich intervened, which gained him an annoyed look from Helen. Even if he had noticed it, Rich wouldn't have cared.
-God damn it, Rich, let the kid finish! -said a rather large man, fatter than even Rich.
Sam was almost at his sixtieth birthday, but time had eroded away his patience towards anything he found annoying, and he always had something to feel annoyed by.
Rich shrank a bit in his seat, feigning a sudden interest in his glass of beer. Sam motioned to Paul to continue.
-As I was saying, the insurance company was full of grade-A assholes, every one of them -Paul remembered, while playing a bit with his empty glass. -the bastards not only didn't want to pay for the hospital stay, surgery and all, but also tried to claim that the rehabilitation costs was something that wasn't covered by the policy.
-Fucking rat bastards -muttered Nick, who was resting his head on the table, using his right arm as a makeshift pillow.
-Yeah, that's some messed up stuff, son -Mark added, with a coarse voice. He was the second oldest person in the group, just a couple youngers than Sam. Unlike him, he looked like time had chipped away at more than just his patience, since he looked like tall, wiry scarecrow.
It didn't help that his green and brown camouflage jacket looked a size too big for him to use. It was also hard to ignore the scars running all over his nose and left cheek, a reminder of an old car accident he had been involved in his youth.
-I haven't gotten to the worst part. Or best, if you like -Paul said, with an ironic smile on his lips. -You see this fake leg of mine?
Paul then pointed down to his prostethic leg, and tapped the aluminum shaft with the beer bottle, making the glass sound like the bell on top of the door at Henry's shop.
Out of instinct, Nick got up, looking wildly from side to side.
-Welcome, sir, how can I help you? -Nick asked, like he always did when he was at the shop.
Everyone else laughed at him, while Nick was still trying to remember where he was.
-So, what about the leg? I think that looks fine -George commented, while the laughs started to calm down.
-Oh, this one is fine, is a real good leg. But it's not the leg that those assholes paid for -Paul revealed.
Of all the bad things that had happened once he got back home, that was still the one thing that he was hung up on.
-When I was going through rehab, the doctor told me that soon I would be ready to start working with the prostethic leg -Paul remembered, while the grip on his beer got a little tighter. -And I got kinda excited, because some of the guys that also went there were vets who had this fancy, battery powered things. Like out of a sci-fi movie.
-And people say we don't care about our veterans -Rich interjected. He was getting ready to start a rant, but a quick look around the table convinced him that it would be better received at a later time. Right now, everyone wanted to know more about what Paul was telling.
-Anyway, there I am at the doctor's office, feeling like a kid in Christmas morning, when he enters the room with a large box that looks a little beat-up, sits down and out he takes an ugly,cheap-looking prostethic half-leg -Paul described, still feeling the dissapointment and anger like he was back in that office.
He then explained how the doctor told him that that thing was the best the insurance company was willing to pay for. Paul and his father had tried to argue with the company, but didn't get anything more than getting cited a bunch of rules and regulations.
That thing worked as well as it looked. Paul couldn't even use the cane, and had to keep using the crutches, which did wonders for his ability to move around the town.
-It was a pretty bad time for me and my dad. I wanted to go back to work, any work, but it was damn impossible if I even couldn't walk right -Paul said. Then he nodded towards where Rich was sitting. -It was then that I met Rich and the guys, when he was handing leaflets at a park.
Paul was sitting down in a bench, trying to rest and let what was left of his leg to recover enough to go back to his dad's house. It had been another day were he was going around town, trying to find a job, but almost all of those jobs required someone who could walk without crutches.
He tried to distract himself by watching the people going around the park. He felt a bit bitter at how all these people went around, taking for granted something as easy as walking. He had tried to help his country, to do some good, and now here he was, after the people in charge had done just enough to quiet their conscience.
-He gave one to me, and I just crumpled it up and threw it away once he walked away -Paul recounted. -Then, a couple of days later, he hands me another, which I also threw away. Then a week later, he gives me another leaflet.
-And he told me: "Old man, I'm just going to throw it away like all the others, why do you keep giving one to me?" -Rich mentioned, this time his intervention not being resented.
-Yeah, like that. And he tells me: "Because you look like the kind of guy who is in a hole, and wants to get out" -Paul said, trying to make his best impression of how Rich's voice sounded.
He didn't threw away that leaflet. Once he got back home, Paul took a good look at that piece of paper. It was for a group called Concerned Citizens of America, in big bold letters flanked by crossed American and Confederate flags.
Fellow citizen! America is in danger!
The country is in turmoil, assaulted by enemies both abroad and at home!
As the once great society built by our forefathers crumbles around us,
the effects are being felt by each of us, the good people in every town and city!
Our government no longer cares about us, the true Americans, instead choosing to cater to the whims of a select few!
If you want to learn the truth behind it all, come to our meetings, ever last Saturday of the month!
The next Saturday, Paul was in front of a peculiar looking building. It was made out of two metal shipping containers put togehter side by side, with an elaborate wooden sign identifying it as "The Great Stag Hunting Lodge".
-So, I walk inside, and then I saw Rich, talking to Pete while sitting one of the wooden pine benches they had facing the far wall of the lodge -Paul described. -There were like fifteen other people already sitting there, and when Rich saw me he got up and shook my hand, thanking me for being there.
The first speaker was an old man wearing a cheap looking dark-blue suit. He was from Phoenix, Arizona, and talked at lenght about the problem of illegal immigration. The man's speech was full of attacks towards the "good for nothing liberals" in the federal government that "were content to let his home be run into the ground" by the never-ending flux of illegal immigrants coming from south of the border.
Paul found the speech quite droll, even if did have some interesting facts about the problem of illegal immigration. He was starting to think he should leave, when Rich announced the theme of the next presentation.
It was from a man in his forties, dressed in a flanel shirt tucked inside his jeans. He was bald, and had a full, neatly trimmed auburn beard. He was a representative from a charity whose main concern was helping the injured veterans coming home from Afghanisthan and Iraq.
That grabbed Paul's attention, and vor the next half hour he heard how many veterans couldn't cope with these life-changing injuries at first, but were still the same brave men and women they always were, adapting to their new challenges.
Still, they needed help to go back into society. There weren't many places that hired people like them, and their families also faced their own challenges, getting accustomed to the changes that their loved ones had been through.
-After that meeting was over, Paul asked how he could get in touch with the organization. We got to talking, and that's when I found out about the troubles he'd had with his leg -Rich mentioned, drinking the last of his beer.
-They helped me a lot -Paul admitted. -To get rid of that piece of shit fake leg, and get this new one, that may not be fancy but at least let's me walk without a cane.
-We also helped him find a job at Henry's store -Rich added. He scratched his right forearm, just where a mosquito had bitten him. -It's not fancy, but it's a good, honest job.
-And that's how I got here -Paul finished. He took a sip of his beer. -I wanted to learn more about how to help make our country a better place, and to pay back the kindness I've received.
Everyone around the table mumbled with approval, the drinking and late hour starting to get to them. Nick had succumbed to it already, sleeping with his face down on the table, his left arm covering his messed up hair.
-Okay, everyone, time to go to sleep. Tomorrow we have a busy day -announced Mike, as she got up from the table.
Twenty minutes later, Paul was sleeping on the couch. The sleeping arrangements were always done in a first come, first serve way, but after hearing his tale the other guys almost forced him to accept the couch, instead of his sleeping bag on the floor of the living room, like Rich, Nick, Mark and Dave.
Sam had preferred to sleep on the outside, right on the back deck. He explained that he preferred to be outside, since that's what he always did on his hunting trips, and didn't like much sleeping inside a house other than his own.
Paul had left his prostethic leg right next to the sofa, propped against a small table that had a small flower vase with plastic orchids in it.
He covered himself in the sheets that Mike had given him, printed with a dark green grass pattern and some orange flowers. The night was getting a bit chilly, and he felt less guilty about not sleeping in the floor.
Paul wondered how things would've turned out if he hadn't accepted that leaflet, and gone to the meeting. It was kind of hard to believe that things would been better, he admitted to himself, before falling asleep.
domingo, 22 de noviembre de 2015
Las Arenas Silenciosas/The Silent Sands Parte II: Capítulo II
II
El bar "El Gallo Dorado" estaba en un local algo pequeño. El frente estaba en la esquina de una cuadra, pintado de color blanco y azul, con varias partes en que la pintura se había descarapelado. A ambos lados de las puertas de aluminio gris, estaba el nombre del local, acompañados con un dibujo de un gallo, cantando a todo pulmón.
El interior no era mucho más animado. Tenía apenas el espacio suficiente para unas diez mesas de plástico blanco, adornadas con los logotipos de distintas marcas de cerveza. Las paredes estaban pintadas de un color verde en tono muy claro, que se veía casi enfermizo bajo las luces fluorescentes.
Pegada a la pared trasera, a un lado de los baños, estaba una máquina tocadiscos, todo luces de neón y botones brillantes, que parecía tener solo música de banda. Algún listillo había metido cincuenta pesos, y la máquina reproducía una y otra vez la misma canción de la Sonora Santanera.
A Sergio le había costado un poco de trabajo volver a encontrar el lugar. Estaba a veinte minutos del centro de Nogales, pero escondido tras una variedad de callejuelas serpenteantes y calles sin nombre.
El lugar casi no había cambiado nada en siete años. Esperaba que no fuera lo único que mantuviera igual.
El joven se acomodó la mochila al hombro, y entró al bar. Eran poco más de las dos y media de la tarde, pero ya había un par de clientes en sendas mesas, cada uno con una botella de cerveza de a cuarto.
Sergio caminó hacia el propietario, que se encontraba detrás de la barra, metiendo varias botellas de cerveza en la nevera de plástico que tenía a un lado.
-Un momento -pidió el hombre, mientras acomodaba las últimas botellas del cartón. Estaba casi calvo, con un cuerpo grueso y bronceado. Llevaba puesta una vieja playera de las Chivas del Guadalajara, y las rayas verticales mostraban el contorno de su abultado estómago.
-Quiero ver al tío Graciano, para hablar viaje -soltó Sergio, una vez que el propietario se volvió a verlo.
-Uy, el tío Graciano ya se retiró -explicó el hombre, mientras que se secaba las manos con un trapo que había dejado en la barra. -Hace unos tres años, ya. Pero puede hablar con su sobrino, si quiere.
-Sí, claro, no hay pedo -aceptó Sergio, sintiéndose un poco aliviado.
-Tome asiento, va a tardar un poco en llegar -indicó el propietario, señalando una de las mesas que estaban cerca de la pared, junto a uno de los otros clientes. -¿Va a querer algo en lo que espera?
-Una Coca, por favor -pidió el joven, para luego ir a sentarse a dónde le habían indicado.
Sergio se sentó en la silla que estaba más cerca de la salida, solo por si acaso hubiera algún problema. Su asiento estaba justo de frente al de otro cliente, un viejo casi acostado sobre su mesa, que no parecía querer soltar su botella de cerveza, como un naúfrago en medio del mar que es la incertidumbre diaria de la vida.
El propietario llegó casi en seguida con una botella fría de Coca Cola y un popote.
-Son quince pesos, joven -dijo el hombre, poniendo la botella con un sólido golpe en la mesa. -Feliciano llegará en veinte minutos.
Sergio buscó las monedas en el bolsillo de la chaqueta donde llevaba el cambio, y pagó por el refresco. El propietario tomó el dinero y volvió a su lugar detrás de la barra.
-Vas a morir allá afuera, chamaco -dijo una voz ronca por años de aguardiente.
El viejo había levantado un poco la cabeza, y la tenía apoyada sobre su brazo libre. Su rostro estaba más arrugado que una hoja de papel que alguien hubiera tirado a la basura. Tenía una cabellera plateada y despeinada, con algunas partes de calvicie cerca de las sienes y la coronilla.
El anciano usaba una camisa de manga larga, de color blanco. Sus pantalones no eran de mezclilla, sino de tela de algodón de color café deslavado por los años. En los pies tenía un par de zapatos negros muy usados, pero que se veía que boleaba con esmero.
-¿A qué se refiere, señor? -inquirió Sergio, para luego dar un sorbo a la pajita del refresco.
-En primera, mi nombre no es señor, es Eliseo. Y en segunda, has de creer que a pesar de mis años soy nada más que un pinche alcohólico ignorante, ¿no es así? -exclamó el viejo, acomodándose en su asiento.
-No, señor Eliseo, para nada -insistió Sergio, echando un vistazo por el rabillo del ojo. El propietario del bar se había ido a la parte trasera del local, y no había manera de saber cuanto tardaría en volver.
-Deja el señor, me haces sentir más viejo de lo que soy -ordenó Eliseo, para luego tomar un sorbo de su cerveza. -Y harías bien en oír mi advertencia.
-¿Y de qué me advierte, Eliseo? -preguntó el joven, impaciente porque el propietario volviera. -¿Acaso me encuentro en peligro?
-No, todavía no, chamaco. Pero lo estarás, si decides seguir con tu actual curso, como un barco que no ve las rocas que lo hundirán hasta que es demasiado tarde -dijo Eliseo, levantando un poco la voz.
Sergio todavía se sentía algo incómodo, pero de pronto empezó a sentir interés por lo que decía el viejo Eliseo. Había algo en la manera en que decía las cosas, una cierta intensidad en su voz que a Sergio se le hacía familiar en alguna manera, y atrayente como el metal a un imán.
-Puede que este país no sea mucho, pero es tu hogar, y en el peor de los casos es mejor que nada -comenzó Eliseo. -No vayas al Norte, ahí no hay nada que no puedas conseguir aquí.
-Pues es muy fácil para usted decirlo, Eliseo -respondió Sergio, un tanto sorprendido por hacerlo. -A veces a uno no le queda de otra.
-¡Esas son chingaderas, niño! -exclamó Eliseo, apretando su botella de cerveza hasta que los nudillos de la mano casi esquelética se pusieron blancos. -Hay muchos buenos trabajos de este lado, pero no los consideras porque no pagan en dólares, ¿a qué no?
-Si pudiera arreglármelas con uno de esos trabajos, no me importaría el que fuera, incluso si tuviera que nadar en mierda todos los días -dijo Sergio. Luego tomó otro sorbo de refresco. Comenzaba a sentirse un poco molesto con el viejo.
-Claro, claro. Pero siwmpre hay alguna excusa, ¿no? ¿Cuál es la tuya, chamaco? -inquirió el viejo, con un tono entre acusatorio y curioso.
-Si tanto quiere saber, tengo una hermana menor -mencionó Sergio, dejando el refresco a medio beber sobre la mesa de plástico.
El viejo se reclinó en su asiento, tratando de sentarse de una manera aún más cómoda. Al final, quedó con las piernas extendidas bajo la mesa, y medio cuerpo hundido sobre la silla. Pero esto no afectó el volumen de su voz, ni la intensidad que había detrás de ella.
-Hay mucha gente con hermanas menores, pero no todos se van al otro lado. Deberías pensarlo mejor, sobre todo por ella -insistió Eliseo. -¿Tienes idea de los peligros a los que te expones?
-De hecho, sí, la tengo. Ya había cruzado en una ocasión, hace siete años, con mi papá y sus amigos -dijo Sergio, esperando que la conversación ya estuviera llegando a su fin.
El viejo movió la cabeza de un lado a otro, en un gesto de negación.
-Mucho ha cambiado en estos siete años. Ya no solo se trata de que te agarre la patrulla fronteriza y te regresen. Ahora es casi imposible irte sin que los carteles tengan algo que ver, y eso si tienes la suerte de que no te agarren de menso y para cosas... desagradables -comenzó el viejo. -También están los peligros del desierto, como la sed y los animales salvajes. Y otras cosas...
El viejo comenzó a temblar, como si sintiera mucho frío. Sergio iba a preguntarle si sentía bien, pero continuó hablando antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo.
-Recuerdo como era ser joven como tú, chamaco, aunque ya han pasado más décadas de las que tú llevas vivo. Pensaba que lo sabía todo, y que no había nada en el mundo que pudiera hacerme daño -rememoró Eliseo, con un tono de nostalgia en la voz aguardientosa.
-¿Pero a qué se refiere con otras cosas? -preguntó Sergio, inclinándose un poco sobre la mesa.
Si había algún peligro del que no estuviera enterado, él quería saber todo lo posible antes de verlo cara a cara cuando cruzara la frontera.
-En la Biblia dice que Jesús nuestro señor pasó cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, en ayuno. Tuvo que enfrentar solo la naturaleza implacable, y las tentaciones de Lucifer, el príncipe de las mentiras -inició Eliseo.
-¿Y eso qué tiene que ver conmigo? -soltó Sergio, con impaciencia.
-¡Calla y escucha! Porque la naturaleza salvaje es la morada de los seres impíos -dijo Eliseo, incorporándose de un salto. -Es ahí dónde las fronteras entre el Cielo y el Infierno se confunden con mayor facilidad, se vuelven más fáciles de cruzar para los seres que medran en la oscuridad. ¡Ten cuidado, chamaco!
Sergio comenzó a sentir como si una mano invisible le estuviera rodeando el corazón, apresándolo con garras de hielo. La actuación del viejo era muy dramática, pero tenía una intensidad en la voz que hacía que Sergio comenzara a creer poco a poco en sus advertencias.
Eliseo iba a continuar con su perorata, pero fue interrumpido por el propietario del bar, quién quitó la botella de cerveza vacía de su mesa.
-Está bien, ya fue todo por hoy -dijo el grueso hombre, para luego limpiar la superficie de la mesa con el trapo húmedo. -Cuando te pones a predicar de nuevo, es señal de que ya tomaste demasiado, padre Eliseo.
-¿Él es un padrecito? -preguntó Sergio, con algo de incredulidad. En todo caso, eso explicaba el que tuviera tanta intensidad al predicar.
-Lo era, pero comenzó a preferir pasar más tiempo aquí que en la iglesia, ¿o no, Eliseo? -comentó el propietario, con una sonrisa irónica en el rostro.
-Está bien, nomás dame otra para el camino, y me voy -respondió Eliseo, tratando de volver a sentarse sin caer al suelo.
-Cuando digo que ni una más, es ni una más, Eliseo. Mejor vete a dormir a tu casa un rato -ordenó el calvo, mientras le ponía una manaza en el hombro izquierdo. -Ya te veré mañana a la misma hora.
-Muy bien, muy bien, Roberto. Mandas a un pobre sediento a la calle -lamentó Eliseo, pero luego volvió a clavar la mirada en Sergio. -¡Recuerda lo que te dije! ¡Porque no hay peor ciego que el que no quiere ver!
Eliseo salió del bar sin armar más escándalo. El propietario vio como cerraba la puerta deslizante con alivio.
-Siento mucho que hayas tenido que oírlo -se disculpó el hombre, mientras acomodaba la silla en que el viejo había estado sentado desde que el bar había abierto.
-Está bien, no hay cuidado. Ese tipo es todo un personaje -comentó Sergio, relajándose un poco.
Sin darse cuenta, todo su cuerpo se había ido tensando poco a poco durante el improvisado discurso de ese viejo.
¿O acaso no había sido tan improvisado?, pensó él. De inmediato bajó la mirada a dónde había dejado su mochila, a un lado de la silla, y sintió un gran alivio al ver que seguía en su lugar.
-Felipe ya está por llegar. ¿No quieres algo más fuerte en lo que esperas? -sugirió el propietario, señalando hacia el refresco casi vacío que Sergio tenía enfrente.
-No, así estoy bien -dijo Sergio.
El propietario volvió a ponerse detrás de la barra, y acomodó la botella vacía que había quitado de la mesa de Eliseo. Sus pensamientos se tornaron en recuerdos, acerca de ese pobre viejo.
Era una maldita pena lo que le había pasado al padre Eliseo, consideró Roberto. Durante varios años fue el párroco más querido de aquel barrio de Nogales, pero poco después de cumplir cuarenta y tres años se le había botado la canica.
La iglesia lo expulsó después de oír que ya no predicaba la enseñanzas de Cristo como se debía. Pero la verdadera razón, era que había trabajado con los polleros durante años para pasar a varias personas al otro lado de la frontera.
Aquello no le gustó al obispado, y cuando le dieron la opción de dejar los hábitos o sus actividades criminales, eligió lo primero.
Los siguientes años fueron algo raros para Eliseo. A veces insistió en cruzar la frontera con algún grupo, que decían que el padre se perdía de vista a poco de saltar la barda. en cada ocasión temieron que ya no volviera, pero siempre volvía después de un par de semanas.
La última ocasión había vuelto muerto de sed y hambre, cubierto con varias heridas extrañas, y murmurando incoherencias, como en sus peores momentos de locura. En medio de su delirio, el viejo hablaba de la oscuridad, y una infestación que consumiría lo que quedaría del mundo.
Eso había pasado hace veinte años. Desde entonces, el antiguo párroco se pasaba los días bebiendo, y las noches en la inconsciencia sin sueños de la borrachera.
Aún a los ochenta años, Eliseo exhibía una fuerza interior que seguía sorprendiendo a muchos en el barrio. No pasaba semana sin que pensaran que sería la última que seguiría con vida, y cada semana los seguía sorprendiendo.
Roberto dejó de lado los recuerdos. La tarde estaba empezando, y pronto llegarían los clientes que tomarían unas cervezas para aguantar en lo que acababan sus turno, y así poder disfrutar mejor cuando llegara la noche.
Paul and the others had arrived at the ranch just as the last rays of sunlight were dissapearing on the horizon. The terrain all around was pretty rough, except for the improvised road that lead to the ranch house, just a couple of miles from the main road.
The ranch house was quite nicer than he had expected. It was a one-floor construction, but still quite big, with a nice layout. It looked more than one of those fancy houses in the hills of San Diego than a proper ranch.
-Hey, Rich, wake up. We're here -Paul said, while nudging his passenger. Nick was busy in the backseat, trying to fold back the map they had been trying to decipher for the last two hours.
Rich's snoring was cut short as he woke up. The fat man rubbed his open right palm all over his face, and let out a big yawn.
-At least that's what we hope. We've been going through many backroads, thanks to you falling asleep -Nick complained, popping his head between the two front seats.
-Yeah, this is the place -confirmed Rich, looking at the well-lit house. -C'mon, let's get down, and don't make any sudden movements.
Paul thought it was a bit strange that Rich had said that, but had no time to question him about it, since the fat man had already gone out the truck, followed by Nick. Paul turned off the truck's engine, and followed them.
A short figure appeared in the doorframe, it's features darkened as it stood against the light. Even though he could see little about that person, it was obvious it was carrying a hunting rifle in a ready position.
-Hello, Mike! It's me, Rich, and some friends! Don't shoot! -yelled Rich, while lifting both hands into the air. -C'mon you two, rise them up.
The two younger men exhanged a puzzled and worried look in the ever-growing darkness, but they did as Rich ordered.
Mike took two steps into the porch of the house, keeping the gut at the ready. Suddenly, Paul and the others were bathed in the strong light of a reflector.
-Rich Mikkelsen, you're late! -said Mike, in a high-pitched voiced.
The glare of the reflector had blinded him, but Paul's vision returned back to normal after a few moments.
Mike was a woman, dressed in camouflage, and with an orange baseball cap over her medium length dirty blonde hair. She looked to be in her forties, yet her face still retained some of the energy of her youth.
-Sorry, Mike! We got a bit lost on the way here -Rich apologized, while lowering his hands.
-Don't give me that. You've been here four times already, you should know damn well your way around here -the woman complained, while resting her rifle on her left shoulder. -Who are the kids?
-This one's Nick, and this guy is Paul, I told you about them when I called you, remember? -Rich said, tilting his head at them.
-Well, grab your stuff and come on in. The other guys will be back in a while -Mike said, while turning to go back inside the house.
Paul and the others went back to the truck, and grabbed their backpacks. Rich had also brought with him a large attaché case, made of hard-wood. Nick was carrying a much smaller one, made of high-impact black plastic.
The interior of the house was quite comfortable. There was a large rug over the floor, colored in earth tones. There was a large sofá in the main room, wich also worked as a dining room, with a large round table made of pine and six chairs of the same material.
The walls were decorated with many photographs, some of them in black and white. The most recent showed Mike in various hunting trips. Some of her trophies were also hanging up on the walls, most of them deers and does, but also a couple of squirrels, and even a bunny with antlers like a deer.
-You can put your stuff over there, then come and help me with tonight's chow -indicated Mike, pointing at a guest room.
Paul felt the left leg a bit sore. He hadn't much of a chance to move around during the trip, and even while driving Nick's truck, his righ leg had been the one who did all the work.
Nick and Rich left their things in a corner of the room, where other backpacks were stored for the moment. Paul saw that there were also some rifles next to them, kept in place by hooks and straps.
That solved the mistery of what Rich and Nick had in those cases. Paul felt a bit weird by not bringing a gun, like a house guest who shows up to a party without a gift.
-I thought we were just doing vigilance -Paul commented. He left his backpack next to Rich's.
-Of course we are, Paul. But remember, "it's better to have something and not need it, than needing it and not having it" -Rich answered. -Besides, you know some of those people crossing are not coming just to take our jobs.
-Rich is right -Nick added, leaving his gun case in a small table next to the bed. -Just tell him what happened two years ago, Rich.
Rich was about to start his remembrance, when they were interrupted. Mike had opened the door and stuck her head half-way into the room.
-C'mon, ladies! If you want to eat a hot dinner tonight, you better come help us -she insisted.
The guys went out of the guest room and past the living room, into the kitchen. Inside there was another woman, tending to a large stove. She had auburn colored hair, was a bit taller than Mike, and just a couple less pounds on her frame.
—You kids grab those plates and glasses, and set them in the table back there - Mike pointed at them, and then turned towards the other woman. -By the way, this lady here is Helen. Helen, you remember Rich, and these are Nick and Paul.
While the two younger guys set the tableware, Rich went to the back deck and grabbed some green plastic chairs that Mike had out there.
-Man, I thought we were going to do some real fun stuff -complained Nick, half-joking.
-You guys should've arrived on time, then. The others waited for a bit, but had to use the last of the sunlight to do some reconnaisance near the fence -said Mike, coming out of the kitchen. -Besides, cooking is fun, and if I'm going to have one last hot meal before the weekend, it better be something edible.
She was carrying a big pot full of pasta by the handles, wearing green and white oven mittens. Helen was right behind her, carrying a smaller pot.
-It's because Paul didn't made up his mind about coming with us until the last damn minute -Rich explained, making sure the chairs were evenly distributed.
-Hey, now, it also didn't help that you slept half the way here. -Paul said, trying to defend himself. -Nick just had a vague idea of where we were supposed to drive to.
-It's alright, guys, tomorrow there will be plenty of shit to do for everyone -Mike mentioned. She put the big pot in the middle of the table.
-Remember last year when Mark and Dave drew the short straw and had to cook dinner? -Helen asked, smiling, while leaving hew own pot in the table.
She was wearing a red cotton shirt with a print of a bald eagle. The eagle's wing looked like the bars and stars from the flag, with the words "Never Forget" just underneath it. The orange oven mittens were too big for her small hands, and she took them off with ease.
-Geez, now that was a disaster! I thought a bomb had gone off in the kitchen, and even after all that, their fish croquettes were still undercooked -Mike recalled. -Come, guys, help me with the rest of the food.
Paul's reservations about the trip were almost gone. Now there, in the middle of Mike's kitchen, he felt glad to be there. Instead of having to carry a big bowl of salad, and meeting nice people, he would've been at Josie's, drinking beer alone and wondering what song to put next on the jukebox.
Maybe the whole trip wasn't such a bad idea, after all.
El bar "El Gallo Dorado" estaba en un local algo pequeño. El frente estaba en la esquina de una cuadra, pintado de color blanco y azul, con varias partes en que la pintura se había descarapelado. A ambos lados de las puertas de aluminio gris, estaba el nombre del local, acompañados con un dibujo de un gallo, cantando a todo pulmón.
El interior no era mucho más animado. Tenía apenas el espacio suficiente para unas diez mesas de plástico blanco, adornadas con los logotipos de distintas marcas de cerveza. Las paredes estaban pintadas de un color verde en tono muy claro, que se veía casi enfermizo bajo las luces fluorescentes.
Pegada a la pared trasera, a un lado de los baños, estaba una máquina tocadiscos, todo luces de neón y botones brillantes, que parecía tener solo música de banda. Algún listillo había metido cincuenta pesos, y la máquina reproducía una y otra vez la misma canción de la Sonora Santanera.
A Sergio le había costado un poco de trabajo volver a encontrar el lugar. Estaba a veinte minutos del centro de Nogales, pero escondido tras una variedad de callejuelas serpenteantes y calles sin nombre.
El lugar casi no había cambiado nada en siete años. Esperaba que no fuera lo único que mantuviera igual.
El joven se acomodó la mochila al hombro, y entró al bar. Eran poco más de las dos y media de la tarde, pero ya había un par de clientes en sendas mesas, cada uno con una botella de cerveza de a cuarto.
Sergio caminó hacia el propietario, que se encontraba detrás de la barra, metiendo varias botellas de cerveza en la nevera de plástico que tenía a un lado.
-Un momento -pidió el hombre, mientras acomodaba las últimas botellas del cartón. Estaba casi calvo, con un cuerpo grueso y bronceado. Llevaba puesta una vieja playera de las Chivas del Guadalajara, y las rayas verticales mostraban el contorno de su abultado estómago.
-Quiero ver al tío Graciano, para hablar viaje -soltó Sergio, una vez que el propietario se volvió a verlo.
-Uy, el tío Graciano ya se retiró -explicó el hombre, mientras que se secaba las manos con un trapo que había dejado en la barra. -Hace unos tres años, ya. Pero puede hablar con su sobrino, si quiere.
-Sí, claro, no hay pedo -aceptó Sergio, sintiéndose un poco aliviado.
-Tome asiento, va a tardar un poco en llegar -indicó el propietario, señalando una de las mesas que estaban cerca de la pared, junto a uno de los otros clientes. -¿Va a querer algo en lo que espera?
-Una Coca, por favor -pidió el joven, para luego ir a sentarse a dónde le habían indicado.
Sergio se sentó en la silla que estaba más cerca de la salida, solo por si acaso hubiera algún problema. Su asiento estaba justo de frente al de otro cliente, un viejo casi acostado sobre su mesa, que no parecía querer soltar su botella de cerveza, como un naúfrago en medio del mar que es la incertidumbre diaria de la vida.
El propietario llegó casi en seguida con una botella fría de Coca Cola y un popote.
-Son quince pesos, joven -dijo el hombre, poniendo la botella con un sólido golpe en la mesa. -Feliciano llegará en veinte minutos.
Sergio buscó las monedas en el bolsillo de la chaqueta donde llevaba el cambio, y pagó por el refresco. El propietario tomó el dinero y volvió a su lugar detrás de la barra.
-Vas a morir allá afuera, chamaco -dijo una voz ronca por años de aguardiente.
El viejo había levantado un poco la cabeza, y la tenía apoyada sobre su brazo libre. Su rostro estaba más arrugado que una hoja de papel que alguien hubiera tirado a la basura. Tenía una cabellera plateada y despeinada, con algunas partes de calvicie cerca de las sienes y la coronilla.
El anciano usaba una camisa de manga larga, de color blanco. Sus pantalones no eran de mezclilla, sino de tela de algodón de color café deslavado por los años. En los pies tenía un par de zapatos negros muy usados, pero que se veía que boleaba con esmero.
-¿A qué se refiere, señor? -inquirió Sergio, para luego dar un sorbo a la pajita del refresco.
-En primera, mi nombre no es señor, es Eliseo. Y en segunda, has de creer que a pesar de mis años soy nada más que un pinche alcohólico ignorante, ¿no es así? -exclamó el viejo, acomodándose en su asiento.
-No, señor Eliseo, para nada -insistió Sergio, echando un vistazo por el rabillo del ojo. El propietario del bar se había ido a la parte trasera del local, y no había manera de saber cuanto tardaría en volver.
-Deja el señor, me haces sentir más viejo de lo que soy -ordenó Eliseo, para luego tomar un sorbo de su cerveza. -Y harías bien en oír mi advertencia.
-¿Y de qué me advierte, Eliseo? -preguntó el joven, impaciente porque el propietario volviera. -¿Acaso me encuentro en peligro?
-No, todavía no, chamaco. Pero lo estarás, si decides seguir con tu actual curso, como un barco que no ve las rocas que lo hundirán hasta que es demasiado tarde -dijo Eliseo, levantando un poco la voz.
Sergio todavía se sentía algo incómodo, pero de pronto empezó a sentir interés por lo que decía el viejo Eliseo. Había algo en la manera en que decía las cosas, una cierta intensidad en su voz que a Sergio se le hacía familiar en alguna manera, y atrayente como el metal a un imán.
-Puede que este país no sea mucho, pero es tu hogar, y en el peor de los casos es mejor que nada -comenzó Eliseo. -No vayas al Norte, ahí no hay nada que no puedas conseguir aquí.
-Pues es muy fácil para usted decirlo, Eliseo -respondió Sergio, un tanto sorprendido por hacerlo. -A veces a uno no le queda de otra.
-¡Esas son chingaderas, niño! -exclamó Eliseo, apretando su botella de cerveza hasta que los nudillos de la mano casi esquelética se pusieron blancos. -Hay muchos buenos trabajos de este lado, pero no los consideras porque no pagan en dólares, ¿a qué no?
-Si pudiera arreglármelas con uno de esos trabajos, no me importaría el que fuera, incluso si tuviera que nadar en mierda todos los días -dijo Sergio. Luego tomó otro sorbo de refresco. Comenzaba a sentirse un poco molesto con el viejo.
-Claro, claro. Pero siwmpre hay alguna excusa, ¿no? ¿Cuál es la tuya, chamaco? -inquirió el viejo, con un tono entre acusatorio y curioso.
-Si tanto quiere saber, tengo una hermana menor -mencionó Sergio, dejando el refresco a medio beber sobre la mesa de plástico.
El viejo se reclinó en su asiento, tratando de sentarse de una manera aún más cómoda. Al final, quedó con las piernas extendidas bajo la mesa, y medio cuerpo hundido sobre la silla. Pero esto no afectó el volumen de su voz, ni la intensidad que había detrás de ella.
-Hay mucha gente con hermanas menores, pero no todos se van al otro lado. Deberías pensarlo mejor, sobre todo por ella -insistió Eliseo. -¿Tienes idea de los peligros a los que te expones?
-De hecho, sí, la tengo. Ya había cruzado en una ocasión, hace siete años, con mi papá y sus amigos -dijo Sergio, esperando que la conversación ya estuviera llegando a su fin.
El viejo movió la cabeza de un lado a otro, en un gesto de negación.
-Mucho ha cambiado en estos siete años. Ya no solo se trata de que te agarre la patrulla fronteriza y te regresen. Ahora es casi imposible irte sin que los carteles tengan algo que ver, y eso si tienes la suerte de que no te agarren de menso y para cosas... desagradables -comenzó el viejo. -También están los peligros del desierto, como la sed y los animales salvajes. Y otras cosas...
El viejo comenzó a temblar, como si sintiera mucho frío. Sergio iba a preguntarle si sentía bien, pero continuó hablando antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo.
-Recuerdo como era ser joven como tú, chamaco, aunque ya han pasado más décadas de las que tú llevas vivo. Pensaba que lo sabía todo, y que no había nada en el mundo que pudiera hacerme daño -rememoró Eliseo, con un tono de nostalgia en la voz aguardientosa.
-¿Pero a qué se refiere con otras cosas? -preguntó Sergio, inclinándose un poco sobre la mesa.
Si había algún peligro del que no estuviera enterado, él quería saber todo lo posible antes de verlo cara a cara cuando cruzara la frontera.
-En la Biblia dice que Jesús nuestro señor pasó cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, en ayuno. Tuvo que enfrentar solo la naturaleza implacable, y las tentaciones de Lucifer, el príncipe de las mentiras -inició Eliseo.
-¿Y eso qué tiene que ver conmigo? -soltó Sergio, con impaciencia.
-¡Calla y escucha! Porque la naturaleza salvaje es la morada de los seres impíos -dijo Eliseo, incorporándose de un salto. -Es ahí dónde las fronteras entre el Cielo y el Infierno se confunden con mayor facilidad, se vuelven más fáciles de cruzar para los seres que medran en la oscuridad. ¡Ten cuidado, chamaco!
Sergio comenzó a sentir como si una mano invisible le estuviera rodeando el corazón, apresándolo con garras de hielo. La actuación del viejo era muy dramática, pero tenía una intensidad en la voz que hacía que Sergio comenzara a creer poco a poco en sus advertencias.
Eliseo iba a continuar con su perorata, pero fue interrumpido por el propietario del bar, quién quitó la botella de cerveza vacía de su mesa.
-Está bien, ya fue todo por hoy -dijo el grueso hombre, para luego limpiar la superficie de la mesa con el trapo húmedo. -Cuando te pones a predicar de nuevo, es señal de que ya tomaste demasiado, padre Eliseo.
-¿Él es un padrecito? -preguntó Sergio, con algo de incredulidad. En todo caso, eso explicaba el que tuviera tanta intensidad al predicar.
-Lo era, pero comenzó a preferir pasar más tiempo aquí que en la iglesia, ¿o no, Eliseo? -comentó el propietario, con una sonrisa irónica en el rostro.
-Está bien, nomás dame otra para el camino, y me voy -respondió Eliseo, tratando de volver a sentarse sin caer al suelo.
-Cuando digo que ni una más, es ni una más, Eliseo. Mejor vete a dormir a tu casa un rato -ordenó el calvo, mientras le ponía una manaza en el hombro izquierdo. -Ya te veré mañana a la misma hora.
-Muy bien, muy bien, Roberto. Mandas a un pobre sediento a la calle -lamentó Eliseo, pero luego volvió a clavar la mirada en Sergio. -¡Recuerda lo que te dije! ¡Porque no hay peor ciego que el que no quiere ver!
Eliseo salió del bar sin armar más escándalo. El propietario vio como cerraba la puerta deslizante con alivio.
-Siento mucho que hayas tenido que oírlo -se disculpó el hombre, mientras acomodaba la silla en que el viejo había estado sentado desde que el bar había abierto.
-Está bien, no hay cuidado. Ese tipo es todo un personaje -comentó Sergio, relajándose un poco.
Sin darse cuenta, todo su cuerpo se había ido tensando poco a poco durante el improvisado discurso de ese viejo.
¿O acaso no había sido tan improvisado?, pensó él. De inmediato bajó la mirada a dónde había dejado su mochila, a un lado de la silla, y sintió un gran alivio al ver que seguía en su lugar.
-Felipe ya está por llegar. ¿No quieres algo más fuerte en lo que esperas? -sugirió el propietario, señalando hacia el refresco casi vacío que Sergio tenía enfrente.
-No, así estoy bien -dijo Sergio.
El propietario volvió a ponerse detrás de la barra, y acomodó la botella vacía que había quitado de la mesa de Eliseo. Sus pensamientos se tornaron en recuerdos, acerca de ese pobre viejo.
Era una maldita pena lo que le había pasado al padre Eliseo, consideró Roberto. Durante varios años fue el párroco más querido de aquel barrio de Nogales, pero poco después de cumplir cuarenta y tres años se le había botado la canica.
La iglesia lo expulsó después de oír que ya no predicaba la enseñanzas de Cristo como se debía. Pero la verdadera razón, era que había trabajado con los polleros durante años para pasar a varias personas al otro lado de la frontera.
Aquello no le gustó al obispado, y cuando le dieron la opción de dejar los hábitos o sus actividades criminales, eligió lo primero.
Los siguientes años fueron algo raros para Eliseo. A veces insistió en cruzar la frontera con algún grupo, que decían que el padre se perdía de vista a poco de saltar la barda. en cada ocasión temieron que ya no volviera, pero siempre volvía después de un par de semanas.
La última ocasión había vuelto muerto de sed y hambre, cubierto con varias heridas extrañas, y murmurando incoherencias, como en sus peores momentos de locura. En medio de su delirio, el viejo hablaba de la oscuridad, y una infestación que consumiría lo que quedaría del mundo.
Eso había pasado hace veinte años. Desde entonces, el antiguo párroco se pasaba los días bebiendo, y las noches en la inconsciencia sin sueños de la borrachera.
Aún a los ochenta años, Eliseo exhibía una fuerza interior que seguía sorprendiendo a muchos en el barrio. No pasaba semana sin que pensaran que sería la última que seguiría con vida, y cada semana los seguía sorprendiendo.
Roberto dejó de lado los recuerdos. La tarde estaba empezando, y pronto llegarían los clientes que tomarían unas cervezas para aguantar en lo que acababan sus turno, y así poder disfrutar mejor cuando llegara la noche.
Paul and the others had arrived at the ranch just as the last rays of sunlight were dissapearing on the horizon. The terrain all around was pretty rough, except for the improvised road that lead to the ranch house, just a couple of miles from the main road.
The ranch house was quite nicer than he had expected. It was a one-floor construction, but still quite big, with a nice layout. It looked more than one of those fancy houses in the hills of San Diego than a proper ranch.
-Hey, Rich, wake up. We're here -Paul said, while nudging his passenger. Nick was busy in the backseat, trying to fold back the map they had been trying to decipher for the last two hours.
Rich's snoring was cut short as he woke up. The fat man rubbed his open right palm all over his face, and let out a big yawn.
-At least that's what we hope. We've been going through many backroads, thanks to you falling asleep -Nick complained, popping his head between the two front seats.
-Yeah, this is the place -confirmed Rich, looking at the well-lit house. -C'mon, let's get down, and don't make any sudden movements.
Paul thought it was a bit strange that Rich had said that, but had no time to question him about it, since the fat man had already gone out the truck, followed by Nick. Paul turned off the truck's engine, and followed them.
A short figure appeared in the doorframe, it's features darkened as it stood against the light. Even though he could see little about that person, it was obvious it was carrying a hunting rifle in a ready position.
-Hello, Mike! It's me, Rich, and some friends! Don't shoot! -yelled Rich, while lifting both hands into the air. -C'mon you two, rise them up.
The two younger men exhanged a puzzled and worried look in the ever-growing darkness, but they did as Rich ordered.
Mike took two steps into the porch of the house, keeping the gut at the ready. Suddenly, Paul and the others were bathed in the strong light of a reflector.
-Rich Mikkelsen, you're late! -said Mike, in a high-pitched voiced.
The glare of the reflector had blinded him, but Paul's vision returned back to normal after a few moments.
Mike was a woman, dressed in camouflage, and with an orange baseball cap over her medium length dirty blonde hair. She looked to be in her forties, yet her face still retained some of the energy of her youth.
-Sorry, Mike! We got a bit lost on the way here -Rich apologized, while lowering his hands.
-Don't give me that. You've been here four times already, you should know damn well your way around here -the woman complained, while resting her rifle on her left shoulder. -Who are the kids?
-This one's Nick, and this guy is Paul, I told you about them when I called you, remember? -Rich said, tilting his head at them.
-Well, grab your stuff and come on in. The other guys will be back in a while -Mike said, while turning to go back inside the house.
Paul and the others went back to the truck, and grabbed their backpacks. Rich had also brought with him a large attaché case, made of hard-wood. Nick was carrying a much smaller one, made of high-impact black plastic.
The interior of the house was quite comfortable. There was a large rug over the floor, colored in earth tones. There was a large sofá in the main room, wich also worked as a dining room, with a large round table made of pine and six chairs of the same material.
The walls were decorated with many photographs, some of them in black and white. The most recent showed Mike in various hunting trips. Some of her trophies were also hanging up on the walls, most of them deers and does, but also a couple of squirrels, and even a bunny with antlers like a deer.
-You can put your stuff over there, then come and help me with tonight's chow -indicated Mike, pointing at a guest room.
Paul felt the left leg a bit sore. He hadn't much of a chance to move around during the trip, and even while driving Nick's truck, his righ leg had been the one who did all the work.
Nick and Rich left their things in a corner of the room, where other backpacks were stored for the moment. Paul saw that there were also some rifles next to them, kept in place by hooks and straps.
That solved the mistery of what Rich and Nick had in those cases. Paul felt a bit weird by not bringing a gun, like a house guest who shows up to a party without a gift.
-I thought we were just doing vigilance -Paul commented. He left his backpack next to Rich's.
-Of course we are, Paul. But remember, "it's better to have something and not need it, than needing it and not having it" -Rich answered. -Besides, you know some of those people crossing are not coming just to take our jobs.
-Rich is right -Nick added, leaving his gun case in a small table next to the bed. -Just tell him what happened two years ago, Rich.
Rich was about to start his remembrance, when they were interrupted. Mike had opened the door and stuck her head half-way into the room.
-C'mon, ladies! If you want to eat a hot dinner tonight, you better come help us -she insisted.
The guys went out of the guest room and past the living room, into the kitchen. Inside there was another woman, tending to a large stove. She had auburn colored hair, was a bit taller than Mike, and just a couple less pounds on her frame.
—You kids grab those plates and glasses, and set them in the table back there - Mike pointed at them, and then turned towards the other woman. -By the way, this lady here is Helen. Helen, you remember Rich, and these are Nick and Paul.
While the two younger guys set the tableware, Rich went to the back deck and grabbed some green plastic chairs that Mike had out there.
-Man, I thought we were going to do some real fun stuff -complained Nick, half-joking.
-You guys should've arrived on time, then. The others waited for a bit, but had to use the last of the sunlight to do some reconnaisance near the fence -said Mike, coming out of the kitchen. -Besides, cooking is fun, and if I'm going to have one last hot meal before the weekend, it better be something edible.
She was carrying a big pot full of pasta by the handles, wearing green and white oven mittens. Helen was right behind her, carrying a smaller pot.
-It's because Paul didn't made up his mind about coming with us until the last damn minute -Rich explained, making sure the chairs were evenly distributed.
-Hey, now, it also didn't help that you slept half the way here. -Paul said, trying to defend himself. -Nick just had a vague idea of where we were supposed to drive to.
-It's alright, guys, tomorrow there will be plenty of shit to do for everyone -Mike mentioned. She put the big pot in the middle of the table.
-Remember last year when Mark and Dave drew the short straw and had to cook dinner? -Helen asked, smiling, while leaving hew own pot in the table.
She was wearing a red cotton shirt with a print of a bald eagle. The eagle's wing looked like the bars and stars from the flag, with the words "Never Forget" just underneath it. The orange oven mittens were too big for her small hands, and she took them off with ease.
-Geez, now that was a disaster! I thought a bomb had gone off in the kitchen, and even after all that, their fish croquettes were still undercooked -Mike recalled. -Come, guys, help me with the rest of the food.
Paul's reservations about the trip were almost gone. Now there, in the middle of Mike's kitchen, he felt glad to be there. Instead of having to carry a big bowl of salad, and meeting nice people, he would've been at Josie's, drinking beer alone and wondering what song to put next on the jukebox.
Maybe the whole trip wasn't such a bad idea, after all.
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Las Arenas Silenciosas/The Silent Sands Part II: Chapter I
Parte 2
"Pobre México. Tan cerca del cielo, y tan cerca de los Estados Unidos." -Nemesio García Naranjo.
"'Keep, ancient lands, your storied pomp!' cries she
With silent lips. 'Give me your tired, your poor,
Your huddled masses yearning to breathe free,
The wretched refuse of your teeming shore.
Send these, the homeless, tempest-tost to me,
I lift my lamp beside the golden door!'" -Emma Lazarus.
I
Sergio se llevó las manos a la cara, y se talló el rostro, tratando de quitarse de encima la pereza. A su alrededor, ya varios viajeros estaban de pie, bajando sus maletas y cajas de cartón llenas con sus pertenencias, de las rejas de metal arriba de los asientos.
El viaje en autobús había sido largo. Hubiera podido llegar a Nogales un par de días antes, pero Sergio prefirió tomar las corridas que hicieran la mayor parte del trayecto durante el día.
En un par de ocasiones, se había quedado en la parada de autobús, tomando café hasta que fuera la hora de subirse al camión. Una vez en su asiento, Sergio se acomodaba como podía, y se dejaba llevar por el sueño.
El clima del norte siempre le había parecido contradictorio: durante el día, un calor quemante y seco; en la noche, un frío que le calaba hasta los huesos, con un viento que se lo hacía sentir incluso debajo de su chaqueta de mezclilla deslavada.
La ciudad no había cambiado mucho en los siete años desde que el joven la había visitado, pero tenía que reconocer que su visita había sido muy breve. Apenas el tiempo suficiente para bajar del camión de redilas, buscar a un coyote que los llevara al otro lado, y comer algo para no hacer el viaje con el estómago vacío.
Su mochila negra le pesaba en los brazos mientras bajaba del autobús. La había llenado con una variedad de cosas que pensaba que le serían necesarias: un par de jabones, un cepillo de dientes con un tubo de pasta dental a medio usar, un encendedor de plástico rojo transparente, una cajetilla de cigarros medio vacía, un par de cambios de ropa y calcetines, cinco latas de atún fáciles de abrir, y dos botellas de refresco que llenaba con agua cada vez que podía.
Su padre le había dicho que era mejor tener algo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo. Un buen consejo, que les había resultado muy útil cuando estuvieron a punto de morir hace siete años.
Sergio dejó atrás la parada del autobús, y se perdió entre la gente que caminaba por las calles de la ciudad. Eran las ocho de la mañana, de acuerdo al reloj Casio de su padre.
Él vio una tienda de conveniencia en la esquina opuesta, justo al lado de un negocio de cerrajería con una vieja cortina oxidada, y de una tienda que vendía todo tipo de productos de plástico.
Buscó en uno de los bolsillos del frente de su chaqueta, dónde llevaba el cambio, y sacó un par de monedas de diez. El resto de su dinero lo llevaba en varias partes del cuerpo, con la mayor parte oculta entre la suela y las plantillas de sus viejos tenis.
Minutos más tarde, con un vaso lleno de café caliente barato en una mano, y un paquete azul de galletas en la otra, Sergio encontró un pequeño parque donde podría esperar a que fuera la hora de abrir del bar al que iría, si recordaba bien dónde estaba.
Las bancas eran simples asientos de concreto sólido, con un respaldo del mismo material, duro y frío. Su superficie apenas estaba cubierto con algunos restos de pintura de brillantes colores, al igual que los juegos de metal para niños que había en el centro del parque.
No bien se hubo sentado, un niño de 10 años se levantó de uno de los viejos y oxidados columpios, y se acercó a él. El chico llevaba unas sandalias que parecían nuevas, a diferencia del resto de su ropa, con unos pantalones cortos de color verde y amarillo, y una vieja camisa con los colores del PRI, promoviendo a un candidato cuyo nombre no importaba.
-¿Me da una galleta por favor, señor? -preguntó el niño, mientras señalaba al paquete que Sergio tenía en la mano.
-Bueno -accedió Sergio, dejando el café a medio tomar sobre la banca. Tomó una galleta y se la dio al niño, que la comió con prisa, casi sin saborearla. -¿Cómo te llamas?
-Daniel -dijo el pequeño, mirando a Sergio con algo de desconfianza.
-¿No te han dicho tus papás que no hables con extraños? -inquirió Sergio, tomando de nuevo su vaso de café con la mano derecha.
-No, solo que me callara y los dejara estar en paz -respondió Daniel, su expresión volviéndose un poco más triste.
-¿Y dónde están ellos? -dijo Sergio, con curiosidad. Era un Viernes por la mañana, y no había nadie más en el parque a esa hora.
-Mi mamá se quedó en Hermosillo, dijo que me alcanzaría luego -relató Daniel, bajando la mirada. -Y papá no tengo.
-Ya veo -mencionó Sergio. No necesitaba saber más.
Recordaba haber visto otros niños como él, hace años. Incluso un par les habían acompañado, junto con otros migrantes, cuando habían saltado la barda en la frontera. Era un grupo de quince personas, con unas cuantas mujeres muy jóvenes o muy viejas.
Pero casi todos se habían separado tratando de evitar a los vigilantes fronterizos, y nunca supo nada de ninguno de ellos.
-¡Hey Daniel, vente!- gritó una voz infantil, a la entrada del parque.
Un grupo de tres niños, liderado por uno que era algo mayor, hacía señas a Daniel para que se les uniera.
-Gracias. Adiós- se despidió el niño, para luego correr hacia donde estaban sus compañeros.
Sergio se quedó mirando como se alejaban calle abajo, perdiéndose al dar vuelta en la esquina. Así habia sido él, hace ya muchos años, durante una infancia que ahora le parecía casi un idilio.
Volvió a mirar el reloj. Todavía faltaba un buen rato para que pudiera ir al bar.
Se quedó sentado en la banca, pensando en su hermana Julia, y en qué estaría haciendo ella en ese momento. De seguro estaría en clases en la telesecundaria, igual de preocupada por su hermano que él por ella.
Sergio se acomodó lo mejor que pudo sobre el duro concreto, y se perdió en sus pensamientos.
Paul was checking his watch for the eleventh time in just half an hour. He started to wonder if Nick and Rich had forgotten about him, when he heard the horn of Nick's pick-up truck, coming up the street.
The white Ford truck stopped right in front of Henry's store. The truck had been a bit old and beat-up by the time that Nick had bought it, just a year ago, but in that time it had picked up some new dents near the back.
Henry had asked Paul to work just half a day on Friday, since he had asked for the free time in such a short notice, unlike Nick. So Paul had to help Henry sort through a shipment of hunting supplies, and what looked like box after box of plastic duck calls, having to sort them through color, unlike what the supplier had promised to do.
-Come on, Paul, we are already behind schedule! -Nick yelled, while hitting the side of the truck a couple of times with an open palm.
He opened the backdoor, threw in his blue backpack, and took a seat right behind Nick.
-Hey, man, here you go! -said Rich, handing him a can of cold beer. He had a six-pack right in his lap, with half of the cans already gone.
-Are you sure you should be drinking in the car? -Paul asked.
-Relax, Paul. Nick lost the coin-flip. So now he's the desigmana... desigme... the guy who'll be doing all the driving! -Rich then laughed.
Paul grabbed the beer can and opened it. The first two hours of driving were pretty uneventful, with Rich finishing the rest of the beer by himself.
-You know what really makes me angry? -the fat man blurted, just after they were on the intestate.
-Oh, no... -Nick said, shaking his head a bit. -C'mon, Rich, just let me listen to the radio, please!
-Too late Nick. I can hear him dragging his soap box across the floor! -joked Paul, then giving Nick a high-five.
-Yeah, yeah, laugh it up, you guys. But like my uncle used to say, there's no better time to educate people than when they don't want to be educated -he retorted, and then drank the last sip of the beer.
-Just promise you'll make it quick -Paul pleaded, before laying down in the back seat. If he was going to hear one of Rich's rants, he at least wanted to be as comfortable as he could.
-All right, here we go... What really makes you angry, Rich? -Nick said, hoping that they'd come across some gas station where they could buy some more beer to shut his friend up.
-What makes me angry, it's how liberals and leftists insist of making hills out of ant-hills, and then claim that a real problem is not a problem at all - Rich started, crumpling the aluminum can in his fat hand.
-Like what kind of problems, Rich? -Paul interjected, not because he wanted to know, but because he knew well that, if they didn't keep Rich on track, he would start to disert about all kinds of stuff.
His divagations and dissertations included, but were not limited to: the loss of values in today's youth, the best way to solve international conflicts, what to do with those damn Russians, how America could be great again, the differences between white people and people of any other color, why Protestan Christianity was the best religion of all, how the government should stop molly-coddling the poor, and in a surprise twist, that corporate America should do more for the environment, of America of course.
-Like the immigration problem, that's what, boys -started Rich. He threw the crushed can into the convenience store plastic bag he had near his legs, with all the other ones. -Just think, every day there's ton of people coming through our borders, people who we know nothing about, but just one thing!
-And what's that thing, Rich? -asked Nick, while fantasizing about crashing the truck in just the right way to knock out his annoying passenger, but not damaging his ride too much.
-That they're criminals, the whole lot of them. People who think so highly of themselves, that they don't want rules to apply to them -explained Rich, pointing at the others with his index finger.
-That's true, they just go ahead and break our laws, and still want to not be punished -Nick agreed, almost by reflex. He and Rich didn't see eye to eye in many issues, but that was one they always agreed in.
-If you commit a crime, you must do the time -Paul added, his gaze lost beyond the roof of the truck.
-Sure, but not here! And I hate how they always claim they just want a job, like, are there not any good jobs back in Mexico, is it? -Rich said. He was just starting to warm up.
-Yeah, fuck that! It's our country, the jobs should be ours! -yelled Nick in response, hoping that it would serve as an end to the rant.
-And we have all these laws for a good reason, isn't it, Paul? -asked Rich, turning his head toward the back of the truck.
-Yes, we do -Paul concurred. -A law is a law because otherwise people would be in danger.
-Exactly! -Rich slapped his right knee, then turned his head back. -That's another thing, the danger that we are exposed to, with all those people we know nothing about all around us.
-I don't like the idea of being afraid of strangers in my own land, that's for sure -Nick said, feeling less annoyed. At this time his friend was ranting about something they all agreed on.
-Hear, hear -Paul added, feeling more and more sleepy. He was ready to take a short nap.
-You don't let an stranger get into your house, do whatever they please, take your money, and make a mess of things -Rich carried on, his hate fueling itself by this point.
-So, are you saying you don't like plumbers either? -Paul interjected, then moved a bit to try to get more comfortable.
-Ha! Good one, man! -Nick exclaimed, laughing for a bit. Meanwhile, Rich had stopped his rant for a moment.
-Laugh it up, you two. But you'll see. -Rich again pointed at them with his finger, trying to give more emphasis to his words. -There will come a day when we will look all around us, and it will turn out we will be the strangers on our own country, trying to get by with whatever scraps they leave us.
-You're preaching to the choir, man. We already going to help with the border patrol, aren't we? -Paul mentioned, while crossing his arms.
-I just want you two to understand the importance of what we are doing. One day, when the people wake up, they realize that the only ones who cared about the country were guys like us -Rich finished. The seat creaked a bit as he laid back on it, his face a bit red for all the talking he had done.
-You're right, Rich. We'll be serious about this, I promise -Paul said.
-Yah, man, don't worry. This will just be the first of many trips, isn't it, Paul? -Nick agreed.
-Well, that's settled. I'm gonna catch some z's, but tell me when you want to switch, Nick -Paul finished, then turned towards the seat.
-Sure, rest while you can. That's one of the things that are wrong with today's youth, they just don't want to put their backs into anything... -Rich started again, to Nick's chagrin.
Paul now understood a little better why Rich's son didn't came back to visit him often. If they were already tired of hearing him rant, it would be hell to have to stay and listen to Rich at anytime 24/7.
He went to sleep, trying to pretend that Rich's voice was as relaxing as the sound of waves crashing against the beach, without success.
"Pobre México. Tan cerca del cielo, y tan cerca de los Estados Unidos." -Nemesio García Naranjo.
"'Keep, ancient lands, your storied pomp!' cries she
With silent lips. 'Give me your tired, your poor,
Your huddled masses yearning to breathe free,
The wretched refuse of your teeming shore.
Send these, the homeless, tempest-tost to me,
I lift my lamp beside the golden door!'" -Emma Lazarus.
I
Sergio se llevó las manos a la cara, y se talló el rostro, tratando de quitarse de encima la pereza. A su alrededor, ya varios viajeros estaban de pie, bajando sus maletas y cajas de cartón llenas con sus pertenencias, de las rejas de metal arriba de los asientos.
El viaje en autobús había sido largo. Hubiera podido llegar a Nogales un par de días antes, pero Sergio prefirió tomar las corridas que hicieran la mayor parte del trayecto durante el día.
En un par de ocasiones, se había quedado en la parada de autobús, tomando café hasta que fuera la hora de subirse al camión. Una vez en su asiento, Sergio se acomodaba como podía, y se dejaba llevar por el sueño.
El clima del norte siempre le había parecido contradictorio: durante el día, un calor quemante y seco; en la noche, un frío que le calaba hasta los huesos, con un viento que se lo hacía sentir incluso debajo de su chaqueta de mezclilla deslavada.
La ciudad no había cambiado mucho en los siete años desde que el joven la había visitado, pero tenía que reconocer que su visita había sido muy breve. Apenas el tiempo suficiente para bajar del camión de redilas, buscar a un coyote que los llevara al otro lado, y comer algo para no hacer el viaje con el estómago vacío.
Su mochila negra le pesaba en los brazos mientras bajaba del autobús. La había llenado con una variedad de cosas que pensaba que le serían necesarias: un par de jabones, un cepillo de dientes con un tubo de pasta dental a medio usar, un encendedor de plástico rojo transparente, una cajetilla de cigarros medio vacía, un par de cambios de ropa y calcetines, cinco latas de atún fáciles de abrir, y dos botellas de refresco que llenaba con agua cada vez que podía.
Su padre le había dicho que era mejor tener algo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo. Un buen consejo, que les había resultado muy útil cuando estuvieron a punto de morir hace siete años.
Sergio dejó atrás la parada del autobús, y se perdió entre la gente que caminaba por las calles de la ciudad. Eran las ocho de la mañana, de acuerdo al reloj Casio de su padre.
Él vio una tienda de conveniencia en la esquina opuesta, justo al lado de un negocio de cerrajería con una vieja cortina oxidada, y de una tienda que vendía todo tipo de productos de plástico.
Buscó en uno de los bolsillos del frente de su chaqueta, dónde llevaba el cambio, y sacó un par de monedas de diez. El resto de su dinero lo llevaba en varias partes del cuerpo, con la mayor parte oculta entre la suela y las plantillas de sus viejos tenis.
Minutos más tarde, con un vaso lleno de café caliente barato en una mano, y un paquete azul de galletas en la otra, Sergio encontró un pequeño parque donde podría esperar a que fuera la hora de abrir del bar al que iría, si recordaba bien dónde estaba.
Las bancas eran simples asientos de concreto sólido, con un respaldo del mismo material, duro y frío. Su superficie apenas estaba cubierto con algunos restos de pintura de brillantes colores, al igual que los juegos de metal para niños que había en el centro del parque.
No bien se hubo sentado, un niño de 10 años se levantó de uno de los viejos y oxidados columpios, y se acercó a él. El chico llevaba unas sandalias que parecían nuevas, a diferencia del resto de su ropa, con unos pantalones cortos de color verde y amarillo, y una vieja camisa con los colores del PRI, promoviendo a un candidato cuyo nombre no importaba.
-¿Me da una galleta por favor, señor? -preguntó el niño, mientras señalaba al paquete que Sergio tenía en la mano.
-Bueno -accedió Sergio, dejando el café a medio tomar sobre la banca. Tomó una galleta y se la dio al niño, que la comió con prisa, casi sin saborearla. -¿Cómo te llamas?
-Daniel -dijo el pequeño, mirando a Sergio con algo de desconfianza.
-¿No te han dicho tus papás que no hables con extraños? -inquirió Sergio, tomando de nuevo su vaso de café con la mano derecha.
-No, solo que me callara y los dejara estar en paz -respondió Daniel, su expresión volviéndose un poco más triste.
-¿Y dónde están ellos? -dijo Sergio, con curiosidad. Era un Viernes por la mañana, y no había nadie más en el parque a esa hora.
-Mi mamá se quedó en Hermosillo, dijo que me alcanzaría luego -relató Daniel, bajando la mirada. -Y papá no tengo.
-Ya veo -mencionó Sergio. No necesitaba saber más.
Recordaba haber visto otros niños como él, hace años. Incluso un par les habían acompañado, junto con otros migrantes, cuando habían saltado la barda en la frontera. Era un grupo de quince personas, con unas cuantas mujeres muy jóvenes o muy viejas.
Pero casi todos se habían separado tratando de evitar a los vigilantes fronterizos, y nunca supo nada de ninguno de ellos.
-¡Hey Daniel, vente!- gritó una voz infantil, a la entrada del parque.
Un grupo de tres niños, liderado por uno que era algo mayor, hacía señas a Daniel para que se les uniera.
-Gracias. Adiós- se despidió el niño, para luego correr hacia donde estaban sus compañeros.
Sergio se quedó mirando como se alejaban calle abajo, perdiéndose al dar vuelta en la esquina. Así habia sido él, hace ya muchos años, durante una infancia que ahora le parecía casi un idilio.
Volvió a mirar el reloj. Todavía faltaba un buen rato para que pudiera ir al bar.
Se quedó sentado en la banca, pensando en su hermana Julia, y en qué estaría haciendo ella en ese momento. De seguro estaría en clases en la telesecundaria, igual de preocupada por su hermano que él por ella.
Sergio se acomodó lo mejor que pudo sobre el duro concreto, y se perdió en sus pensamientos.
Paul was checking his watch for the eleventh time in just half an hour. He started to wonder if Nick and Rich had forgotten about him, when he heard the horn of Nick's pick-up truck, coming up the street.
The white Ford truck stopped right in front of Henry's store. The truck had been a bit old and beat-up by the time that Nick had bought it, just a year ago, but in that time it had picked up some new dents near the back.
Henry had asked Paul to work just half a day on Friday, since he had asked for the free time in such a short notice, unlike Nick. So Paul had to help Henry sort through a shipment of hunting supplies, and what looked like box after box of plastic duck calls, having to sort them through color, unlike what the supplier had promised to do.
-Come on, Paul, we are already behind schedule! -Nick yelled, while hitting the side of the truck a couple of times with an open palm.
He opened the backdoor, threw in his blue backpack, and took a seat right behind Nick.
-Hey, man, here you go! -said Rich, handing him a can of cold beer. He had a six-pack right in his lap, with half of the cans already gone.
-Are you sure you should be drinking in the car? -Paul asked.
-Relax, Paul. Nick lost the coin-flip. So now he's the desigmana... desigme... the guy who'll be doing all the driving! -Rich then laughed.
Paul grabbed the beer can and opened it. The first two hours of driving were pretty uneventful, with Rich finishing the rest of the beer by himself.
-You know what really makes me angry? -the fat man blurted, just after they were on the intestate.
-Oh, no... -Nick said, shaking his head a bit. -C'mon, Rich, just let me listen to the radio, please!
-Too late Nick. I can hear him dragging his soap box across the floor! -joked Paul, then giving Nick a high-five.
-Yeah, yeah, laugh it up, you guys. But like my uncle used to say, there's no better time to educate people than when they don't want to be educated -he retorted, and then drank the last sip of the beer.
-Just promise you'll make it quick -Paul pleaded, before laying down in the back seat. If he was going to hear one of Rich's rants, he at least wanted to be as comfortable as he could.
-All right, here we go... What really makes you angry, Rich? -Nick said, hoping that they'd come across some gas station where they could buy some more beer to shut his friend up.
-What makes me angry, it's how liberals and leftists insist of making hills out of ant-hills, and then claim that a real problem is not a problem at all - Rich started, crumpling the aluminum can in his fat hand.
-Like what kind of problems, Rich? -Paul interjected, not because he wanted to know, but because he knew well that, if they didn't keep Rich on track, he would start to disert about all kinds of stuff.
His divagations and dissertations included, but were not limited to: the loss of values in today's youth, the best way to solve international conflicts, what to do with those damn Russians, how America could be great again, the differences between white people and people of any other color, why Protestan Christianity was the best religion of all, how the government should stop molly-coddling the poor, and in a surprise twist, that corporate America should do more for the environment, of America of course.
-Like the immigration problem, that's what, boys -started Rich. He threw the crushed can into the convenience store plastic bag he had near his legs, with all the other ones. -Just think, every day there's ton of people coming through our borders, people who we know nothing about, but just one thing!
-And what's that thing, Rich? -asked Nick, while fantasizing about crashing the truck in just the right way to knock out his annoying passenger, but not damaging his ride too much.
-That they're criminals, the whole lot of them. People who think so highly of themselves, that they don't want rules to apply to them -explained Rich, pointing at the others with his index finger.
-That's true, they just go ahead and break our laws, and still want to not be punished -Nick agreed, almost by reflex. He and Rich didn't see eye to eye in many issues, but that was one they always agreed in.
-If you commit a crime, you must do the time -Paul added, his gaze lost beyond the roof of the truck.
-Sure, but not here! And I hate how they always claim they just want a job, like, are there not any good jobs back in Mexico, is it? -Rich said. He was just starting to warm up.
-Yeah, fuck that! It's our country, the jobs should be ours! -yelled Nick in response, hoping that it would serve as an end to the rant.
-And we have all these laws for a good reason, isn't it, Paul? -asked Rich, turning his head toward the back of the truck.
-Yes, we do -Paul concurred. -A law is a law because otherwise people would be in danger.
-Exactly! -Rich slapped his right knee, then turned his head back. -That's another thing, the danger that we are exposed to, with all those people we know nothing about all around us.
-I don't like the idea of being afraid of strangers in my own land, that's for sure -Nick said, feeling less annoyed. At this time his friend was ranting about something they all agreed on.
-Hear, hear -Paul added, feeling more and more sleepy. He was ready to take a short nap.
-You don't let an stranger get into your house, do whatever they please, take your money, and make a mess of things -Rich carried on, his hate fueling itself by this point.
-So, are you saying you don't like plumbers either? -Paul interjected, then moved a bit to try to get more comfortable.
-Ha! Good one, man! -Nick exclaimed, laughing for a bit. Meanwhile, Rich had stopped his rant for a moment.
-Laugh it up, you two. But you'll see. -Rich again pointed at them with his finger, trying to give more emphasis to his words. -There will come a day when we will look all around us, and it will turn out we will be the strangers on our own country, trying to get by with whatever scraps they leave us.
-You're preaching to the choir, man. We already going to help with the border patrol, aren't we? -Paul mentioned, while crossing his arms.
-I just want you two to understand the importance of what we are doing. One day, when the people wake up, they realize that the only ones who cared about the country were guys like us -Rich finished. The seat creaked a bit as he laid back on it, his face a bit red for all the talking he had done.
-You're right, Rich. We'll be serious about this, I promise -Paul said.
-Yah, man, don't worry. This will just be the first of many trips, isn't it, Paul? -Nick agreed.
-Well, that's settled. I'm gonna catch some z's, but tell me when you want to switch, Nick -Paul finished, then turned towards the seat.
-Sure, rest while you can. That's one of the things that are wrong with today's youth, they just don't want to put their backs into anything... -Rich started again, to Nick's chagrin.
Paul now understood a little better why Rich's son didn't came back to visit him often. If they were already tired of hearing him rant, it would be hell to have to stay and listen to Rich at anytime 24/7.
He went to sleep, trying to pretend that Rich's voice was as relaxing as the sound of waves crashing against the beach, without success.
Las Arenas Silenciosas/The Silent Sands: Intermedio I
El Coyote y La Serpiente.
"I hate and fear snakes, because if you look into the eyes of any snake you will see that it knows all and more of the mystery of man's fall, and that it feels all the contempt that the Devil felt when Adam was evicted from Eden." -Rudyard Kipling.
"El Coyote está allá afuera, y siempre tiene hambre."-Proverbio Navajo.
I
The Arizona desert was cold and miserable, just like it always was before sunrise, when it became hot and unbearable.
The coyote was sitting in the middle of nowhere, just looking at the horizon. Soon, the Sun would come up, and the stars would be hidden behind its supreme light. He was a bit skinny, its coat looking a little less nicer than when he was a young pup, a long time ago.
Coming from behind a rock, a shadow crept on the ground, getting closer to the coyote. Slithering along the ground, black like obsidian.
La Serpiente se detuvo al lado del coyote, y sacó la lengua a manera de saludo. El coyote giro la cabeza, y miró al ofidio con ojos llenos de estrellas.
Nadie más se dignaba a hablar con la serpiente, todos la evitaban: los gigantes que quedaban, la antigua mujer, incluso el Pájaro Trueno no le dedicaba más que una mirada de desprecio, cada vez que surcaba el cielo llevando las tormentas en sus alas.
The Snake had come long ago, with the men beyond the ocean. It had needed a new audience, ones who didn't knew of its tricks and lies, the prices to pay to be a part of its great show.
The Coyote was the closest thing it had to a friend. Unlike others, he loved tricks and jokes, the illusion and the magic. In a world where there was so little real magic, he brought some color to the brief lives of men and women.
The light raced along the ground, as the Sun rised in the horizon. That was the agreed upon signal.
El Gran Juego iba a empezar. Sus piezas llegarían pronto, y comenzarían una vez que estuvieran en posición.
A la Serpiente no le gustaba esa tierra. Había demasiadas cosas procedentes de la Oscuridad Cósmica, de antes de que existiera la primera luz, que encendió todas las demás en el cielo, en esos últimos años.
El Hroj'or Uxtam había intentado consumir el color de ese mundo, y el Ovoac Uzzant tenía siempre la mirada fija con uno de sus infinitos ojos que atravesaban toda sombra y materia.
Pero el mundo no fue consumido, y continuó girando. Y mientras los seres humanos existieran, también lo haría la Serpiente.
Still, the Snake didn't care much about humans. They were too caught up in their simple concepts, drawing lines around things and giving them names just so they could put them in this or that category. They were too busy marveling at their so-called cleverness to understand the true mistery and wonder of the universe.
Coyote had more of a soft-spot for humans, those children of wonder. Always looking for the truth, yet so dumb that he had always to present it in some way their small, limited minds could comprehend it.
Esos humanos siempre desconfiaban de la verdad, a menos que primero montara algún pequeño show, hacerlos creer que la descubrían tras recorrer un tortuoso camino, en vez de aceptarla sin problemas.
A veces le costaba trabajo creer lo que la serpiente le decía, que su más grande logro fue que aprendieran sobre el bien y el mal. Pero la serpiente era tan mentirosa como él mismo, si no es que un poco menos.
Y la Serpiente sabía cosas, como lo que había más allá de la bóveda celeste en la que el coyote una vez había colgado las estrellas, y de los seres que moraban ahí, lejos de toda luz.
Some of those things had been busy in the last few months, on the edge of his desert. But the gears had been put into motion, and soon they would been taken care of, those winged insects that walked like humans and their little bug-hounds.
Coyote and Snake looked at each other, lost in an exchange that no words could do justice. Then, in a sudden manner, they started their journey, keeping the Sun to their left.
Su destino era uno de esos límites que tanto gustaban a los humanos. Ahí sería dónde empezaría el Gran Juego, y dónde se ganaría el premio de la Apuesta.
Coyote se preguntaba si los humanos volverían a sorprenderlo.
Serpiente sabía que los humanos no la decepcionarían.
"I hate and fear snakes, because if you look into the eyes of any snake you will see that it knows all and more of the mystery of man's fall, and that it feels all the contempt that the Devil felt when Adam was evicted from Eden." -Rudyard Kipling.
"El Coyote está allá afuera, y siempre tiene hambre."-Proverbio Navajo.
I
The Arizona desert was cold and miserable, just like it always was before sunrise, when it became hot and unbearable.
The coyote was sitting in the middle of nowhere, just looking at the horizon. Soon, the Sun would come up, and the stars would be hidden behind its supreme light. He was a bit skinny, its coat looking a little less nicer than when he was a young pup, a long time ago.
Coming from behind a rock, a shadow crept on the ground, getting closer to the coyote. Slithering along the ground, black like obsidian.
La Serpiente se detuvo al lado del coyote, y sacó la lengua a manera de saludo. El coyote giro la cabeza, y miró al ofidio con ojos llenos de estrellas.
Nadie más se dignaba a hablar con la serpiente, todos la evitaban: los gigantes que quedaban, la antigua mujer, incluso el Pájaro Trueno no le dedicaba más que una mirada de desprecio, cada vez que surcaba el cielo llevando las tormentas en sus alas.
The Snake had come long ago, with the men beyond the ocean. It had needed a new audience, ones who didn't knew of its tricks and lies, the prices to pay to be a part of its great show.
The Coyote was the closest thing it had to a friend. Unlike others, he loved tricks and jokes, the illusion and the magic. In a world where there was so little real magic, he brought some color to the brief lives of men and women.
The light raced along the ground, as the Sun rised in the horizon. That was the agreed upon signal.
El Gran Juego iba a empezar. Sus piezas llegarían pronto, y comenzarían una vez que estuvieran en posición.
A la Serpiente no le gustaba esa tierra. Había demasiadas cosas procedentes de la Oscuridad Cósmica, de antes de que existiera la primera luz, que encendió todas las demás en el cielo, en esos últimos años.
El Hroj'or Uxtam había intentado consumir el color de ese mundo, y el Ovoac Uzzant tenía siempre la mirada fija con uno de sus infinitos ojos que atravesaban toda sombra y materia.
Pero el mundo no fue consumido, y continuó girando. Y mientras los seres humanos existieran, también lo haría la Serpiente.
Still, the Snake didn't care much about humans. They were too caught up in their simple concepts, drawing lines around things and giving them names just so they could put them in this or that category. They were too busy marveling at their so-called cleverness to understand the true mistery and wonder of the universe.
Coyote had more of a soft-spot for humans, those children of wonder. Always looking for the truth, yet so dumb that he had always to present it in some way their small, limited minds could comprehend it.
Esos humanos siempre desconfiaban de la verdad, a menos que primero montara algún pequeño show, hacerlos creer que la descubrían tras recorrer un tortuoso camino, en vez de aceptarla sin problemas.
A veces le costaba trabajo creer lo que la serpiente le decía, que su más grande logro fue que aprendieran sobre el bien y el mal. Pero la serpiente era tan mentirosa como él mismo, si no es que un poco menos.
Y la Serpiente sabía cosas, como lo que había más allá de la bóveda celeste en la que el coyote una vez había colgado las estrellas, y de los seres que moraban ahí, lejos de toda luz.
Some of those things had been busy in the last few months, on the edge of his desert. But the gears had been put into motion, and soon they would been taken care of, those winged insects that walked like humans and their little bug-hounds.
Coyote and Snake looked at each other, lost in an exchange that no words could do justice. Then, in a sudden manner, they started their journey, keeping the Sun to their left.
Su destino era uno de esos límites que tanto gustaban a los humanos. Ahí sería dónde empezaría el Gran Juego, y dónde se ganaría el premio de la Apuesta.
Coyote se preguntaba si los humanos volverían a sorprenderlo.
Serpiente sabía que los humanos no la decepcionarían.
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