IV
Sergio dio un vistazo al cuarto una última vez, asegurándose de no olvidar nada. Lo cual era fácil, ya que todo lo que llevaba cabía en la mochila negra que siempre llevaba consigo.
Se sintió un poco acalorado, ya que estaba usando el suéter negro debajo de la chaqueta de mezclilla, pero había recordado las palabras de Felipe acerca de estar abrigado. No sabía si tendría tiempo de ponérsela cuando estuviera en el lugar al que lo había citado, así que era mejor llevarla puesta de una vez.
Después de dejar la llave del cuarto con el encargado, salió a la calle. Eran las seis de la tarde, y la oscuridad comenzaba a avanzar entre las largas sombras que el Sol proyectaba conforme se ocultaba.
Tenía un par de horas antes de ir al lugar convenido. Él ya sabía dónde se encontraba, ya que había ido en la mañana a dar una vuelta por las cercanías.
La dirección estaba justo en medio de un área llena de bodegas y patios industriales, algunos con viejas máquinas de construcción en el interior, detrás de las bardas de malla metálica, protegidas con alambre de púas y candados más grandes que su mano.
Sergio camino con paso tranquilo por las calles de Nogales. Era una tranquila tarde de Viernes, y se notaba en algunos de los bares por los que pasó. En su interior podía oírse a la gente riendo y chocando sus copas, las melodías de la música norteña, y las luces de colores que parpadeaban y se movían por las paredes de los locales.
La música se fue volviendo más queda, hasta que el único ruido que Sergio podía oír era el de sus pasos sobre la grava de las calles sin pavimentar que había entre las bodegas. Aquí y allá se podía oír el sonido de la maquinaria pesada, de los camiones y grúas que entraban y salían de las bodegas, y del metal al ser soldado y cortado con sopletes.
Por fin llegó a la bodega que estaba indicada en el pedazo de papel. De acuerdo al reloj de su padre, había llegado quince minutos antes de la hora.
Sergio echó un par de vistazos a ambos lados, sintiéndose un poco intranquilo. Esa parte parecía desocupada. A lo lejos, en medio del camino de grava, un par de perros callejeros estaban acostados, tratando de guardar sus energías para ir a buscar entre los botes de basura a la mitad de la noche.
La bodega tenía una gran cortina de metal, por dónde debían pasar los vehículos. A un lado, había una puerta de metal, sin agarraderas, solo el agujero de la cerradura para meter la llave. Justo arriba de la puerta, había una esfera de plástico negro, con una cámara de seguridad que de seguro lo estaba viendo.
Sergio iba a golpear en la puerta, cuando escuchó de detrás de la puerta el sonido de varios seguros moverse, seguido por el de los mecanismos de la cerradura.
-¡Vamos, entra ya! -susurró Felipe de manera autoritaria.
Sergio hizo lo que le indicó. Una vez que estuvo adentro, vio que el interior de la bodega era muy diferente a su exterior.
Las paredes estaban bien pintadas de color blanco, y una franja de color arena que le llegaba casi a los hombros. En una de las esquinas más lejanas había varias cajas de cartón apiladas una sobre otra, casi al doble de su altura. A un lado, había varios tambores de metal, cubiertos de óxido.
Junto a la puerta había una pequeña oficina, con paredes de aluminio y grandes cristales. Adentro había un hombre de cabello cano, ocupado en leer el periódico, tratando de no poner atención a Sergio cuando entraba.
-¿Tienes el dinero? -preguntó Felipe, después de cerrar la puerta.
Sergio metió la mano en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, y sacó el fajo de billetes, bien contados y separados por denominación. Al recibirlos, Felipe los paso de una mano a otra, contándolos con rapidez. Satisfecho al ver que estaba la suma correcta, se metió el dinero en un bolsillo del pantalón, y señaló a Sergio que fuera hacia el fondo de la bodega.
-Espera allá. Todavía falta que lleguen algunos -indicó Felipe, mientras regresaba a la oficina.
En la pared de la izquierda, dos hombres estaban sentados en unas sillas de plástico verde oscuro, conversando entre sí en voz baja. Estaban igual de abrigados que Sergio, incluso con gorros de lana y guantes guardados en los bolsillos de sus chamarras.
-Hey -saludó Sergio, mientras se sentaba en una de las sillas que estaban libres.
Los dos hombres no respodieron al saludo. Solo le echaron un rápido vistazo de arriba a abajo, como si trataran de tomarle la medida. Luego volvieron a su conversación, bajando aún más el volumen.
Uno de ellos tenía una mochila casi igual a la de Sergio, aunque algo más nueva. Parecía estar tan llena como la suya, aunque parecía algo más pesada. Aparte de tener mochilas, también llevaban consigo un par de bolsos deportivos, también llenos.
Era raro ver a alguien que llevara tanto equipaje para intentar cruzar la frontera. Acaso tenían planeado viajar aún más lejos, quizá ir a Florida o Nueva York, pensó Sergio.
Los hombres dejaron de hablar. Uno de ellos había notado que Sergio miraba las maletas que tenían a su lado. Sergio voltéo, y sus ojos se cruzaron con los de esos hombres, que lo miraban de manera hosca.
-Vamos, vamos, pasen de una vez -se oyó la voz de Felipe, que dejaba entrar a un grupo de recién llegados.
Se trataba de un par de hombres de más de cuarenta años, vestidos con camisas y pantalón de vestir, rompevientos de color verde oscuro, y tenis muy usados. Detrás venían un grupo de 3 mujeres, la más joven tenía apenas veinte años, y la mayor tenía casi cincuenta. Iban vestidas con pantalones de mezclilla, y chamarras con capucha, de tela gruesa tejidas a mano, de colores rosa y morado.
Los dos hombres dejaron de ver a Sergio y se distrajeron en ver a los que habían entrado a la bodega.
-Muy bien, tenemos media hora. Si alguien quiere ir al baño, solo pasen a la oficina, a la puerta del fondo, y no hablen con el guardia para nada. Para él, ninguno de ustedes está aquí, y eso costó caro, ¿está bien? -explicó Felipe, como ya era su costumbre -Una vez que estén a bordo, la puerta no se abre hasta que lleguen al destino, así que si tienen hambre o se sienten mal, aguántense. El conductor también está pagado para ignorarlos, sin importar que pase.
La espera se le hizo eterna a Sergio. No podía dejar de mover la pierna derecha de arriba a abajo. Incluso tras visitar el baño, y echarse agua en la cara, se sentía ansioso por el viaje.
La puerta de la bodega se abrió otra vez. Esta vez los que seguían a Felipe eran un padre y su hijo. El hombre parecía estar apenas en la treintena, y su hijo tenía la mitad de su edad. Los dos llevaban Un par de suéteres grises, con el escudo del club América impreso en el pecho.
El padre llevaba una mochila deportiva grande de color azul colgándole del hombro. Su hijo llevaba una mochila de color rojo, y un par de bolsas de plástico. El chico también llevaba en la cabeza un gorro de lana de color negro.
-Bien, ya son todos y están todos los que son -manifestó Felipe, mientras echaba un vistazo al reloj. -Quedan cinco minutos, estén listos.
Mientras Felipe intercambiaba unas palabras con el padre y su hijo, los demás migrantes comenzaron a hablar con sus compañeros. Sergio aprovechó de elevar una plegaria silencioa, hacia la Virgen María y todos los santos, para que todo saliera bien en su viaje.
Al otro lado de la cortina metálica, se escuchó el pitido de un auto. Felipe fue a la oficina, dónde se podía ver el exterior de la bodega por medio de la cámara.
El guardia se levantó de su silla, y fue a dónde estaba el mecanismo para elevar la cortina. Felipe salió con paso presuroso de la oficina hasta dónde estaban sus clientes.
-¡Órale, ya es hora de irse! -dijo el pollero, haciendo ademanes para que se levantaran de sus sillas y del suelo de concreto.
Ya era hora. Sergio dejó de mover la pierna, y se levantó de un salto, agarrando su mochila y poniéndosela al hombro. Los demás migrantes también fueron poniéndose de pie, agarrando sus cosas, dirigiéndose hacia el camión.
El camión era de tamaño mediano, con una caja de transporte bastante alta. El conductor bajó de la cabina, y se dirigió a abrir la puerta trasera. Era americano a todas luces, con una gran panza, cabello rubio algo largo bajo su gorra de color verde de los tractores John Deere, y una barba de dos días en su rostro cansado.
La caja de transporte tenía varias etiquetas en la unión de las puertas, además de una gran cadena con candado. El conductor sacó una llave de sus deslavados pantalones y abrió el candado, quitó la cadena, y abrió las puertas de par en par, rompiendo las etiquetas.
Felipe estaba al lado del camión, y mientras hacía ademanes a los otros para que subieran, sacó un juego de etiquetas que parecían casi idénticas a las que se habían roto.
-Vayan al fondo, ahí hay lugar, detrás de las cajas -informó Felipe, ayudando a que subieran las mujeres primero. -Nada de hablar, ni moverse durante el viaje. Si se les duermen las piernas se aguantan.
Sergio subió después de los dos hombres mayores. Al agarrarse de la caja del camión, se dio cuenta del porqué tenían que ir todos tan abrigados. El frío debía estar por debajo del punto de congelación, incluso varias de las cajas de cartón tenían algo de escarcha sobre su superficie.
El joven se las arregló para caminar entre las cajas amontonadas. Estaban ordenadas de tal manera que se podía avanzar de manera lenta entre ellas, con un espacio apenas lo bastante grande para que todos estuvieran sentados hasta el fondo de la cabina.
Al sentarse, Sergio quitó un poco de la escarcha de una las cajas con su mano. Las cajas llevaban "frozen vegetables", de acuerdo a la impresión en inglés. Se preguntó que tipos de vegetales, pero de seguro que al conductor no le gustaría que estuviera de curioso.
Los últimos en subir fueron los dos hombres de mirada hosca, cargando consigo sus pesadas maletas. Se acomodaron entre los demás, con las espaldas apoyadas contra las paredes del camión, dejando su equipaje en el espacio que quedaba en el centro, con el de los demás.
-¡Buena suerte! -se despidió Felipe, su voz llegando por encima de los montones de cajas.
Las puertas del camión se cerraron. Sergio oyó como la cadena era corrida de nuevo, y el sonido de varios golpes en la unión de las puertas.
El camión comenzó a moverse, dando algunos tumbos por el camino de grava y tierra. Dejó atrás la zona de bodegas, y se integró al resto del tráfico normal, dirigiéndose hacia la frontera.
En la caja el frío era muy duro. Sergio podía ver su aliento condensandose al salir de su boca, gracias a la luz roja que provenía de un panel de control en una de las paredes del camión.
Era algo tétrico, el ver a los demás bañados por esa pobre luz monocroma, y sintiendo ese frío intenso. Por un momento pensó que tal vez así sería el limbo del que tanto había oído en los sermones de la iglesia, un lugar sin tiempo ni forma, hasta que se decidiera si su alma iría al cielo o al infierno.
Sergio sintió las manos heladas. Las metió dentro de la chaqueta, justo debajo de sus axilas, para tratar de calentarlas un poco. Los otros migrantes también trataban de mantenerse lo más cálido posibles, juntándose con sus compañeros.
Solo tenía que resistir aquel frío unas horas, y la parte difícil habría terminado.
Paul was feeling a bit bothered by what happened in the morning. He didn't talk much while the others were talking and joking around, eating the food they had brought with along with them.
The group was next to an old, but well-maintained blue Dodge Ram pick-up truck. It was Mark's ride, and Nick's truck was parked right next to it. Helen, George and Dave had gone on another recon patrol, southwest of their current position.
Paul was sitting on the bed of Nick's truck, eating a half-soggy tuna salad sandwich made by Dan and Pete. They had also brought some potato chips, and a couple cases of Pabst Blue Ribbon to wash it all down.
Nick and Rich walked over to where Paul was. He just kept nibbling at the sandwich, trying to bite just enough to not feel sick.
-Hey, Paul, how you doing? -asked Nick, leaning back against his truck.
Paul didn't answer. He just kept taking small bites from the sandwich and taking a drink from his beer in between.
-You did the right thing, Paul, there's nothing to feel bad about -said Rich, standing right next to his young friend.
Paul sighed. If that was the right thing, he sure as hell didn't want to know what doing the wrong thing felt like.
Paul had accompanied Sam, Mark and Dan on their patrol. They went to the East, to an area where it was mostly sand all over a rough terrain, and almost no plants around, except for a few rachitic trees and some cacti.
They were all wearing camouflaged green clothes, except for Mark, who looked more like a SWAT agent in his dark blue clothes. He even had a black baseball cap with a police star on it.
When Paul questioned him about it, Mark said that he had tried to join the Oregon police department, but had failed in some test. The guy almost talked Paul's ears off by going into a rant about how he suspected that the real reason was that diversity quotas were the real reason for him not getting hired.
Most of the reconnaisance consisted on them getting about five miles from the border, stand in the middle of nowhere, and look all around by using binoculars. Then Sam, who was in charge of the radio, sent a report back to the others saying that everything was clear so far.
They did that at what looked to Paul like random intervals, just stopping whenever Dan and Sam decided to. After the tenth time, he was getting bored, and was just looking outside the window, hoping to at least see some wildlife around.
-Hey, what's that? -Paul asked, pointing at a small group of trees just North of their route.
Sam put down the map he had been scribbling marks in, motioned Dan to stop, and grabbed his binoculars. The old man looked outside his side window, right towards Paul was pointing at.
-Motherfucker! -exclaimed Sam. Then he turned around and faced Dan. -Take us there. Good catch, Paul!
Paul had no idea what he had found. He just happened to see something bright, shining intermittently beneeath the trees.
They arrived there just five minutes later. Dan parked the truck just a few yards from the trees.
-Everyone, grab your guns. Be prepared for trouble -Sam ordered, after grabbing his own.
Everyone else had a hunting rifle, but Sam had broguth along a twelve-gauge shotgun, all black steel and high-grade polymers. He had the extra ammo on a bandolier that hung from his left shoulder and ran around his chest.
Paul grabbed his gun, which was a loan from Mike's own. Unlike the ones from his companions, the only notable thing was that the stock was painted in an intrinctae camouflage pattern, and had a medium-sized scope on the top.
-Paul, Mark, you two keep an eye out -Sam indicated. -Dan, you come with me.
The two men approached the trees with care, looking around them like they were expecting some kind of ambush. Their attitude made Paul feel tense, while hoping that they wouldn't find anything troublesome.
Mike and the others had explained to him that the mexican drug cartels sometimes used these routes to try and smuggle in their product.Just that year, had been a couple of incidents where the criminals had shoot against the border patrol agents, before retreating to the other side of the border.
That was the main reason all of them were carrying their guns around. Paul was no stranger to using one, having been on hunting trips with his father since he was a teenager, but he didn't want to be in a shoot-out for his life, like out of the Wild West.
His father had felt a bit dissapointed that Paul didn't want to go tot he police academy. And now here he was, trying to enforce the law with a gun at his side. The irony was not lost on him.
A shot broke the silence around them. Paul and Mark got their guns at the ready, pointing towards the trees. That had come from Sam's shotgun, and another followed it soon.
The two men ran towards the trees, gripping their guns tight. When they arrived , they saw that Dan was pointing his rifle towards something in the ground. He pulled the trigger, and shot his target in a perfect way.
Paul saw several plastic bottles and a couple of large plastic barrels, all shot up and broken. In the ground, there was a large puddle of water that came form the bottles.
-It's okay guys, we just wanted to do some target practice -Sam said, while doing a great effor to bend over and pick up the expended shells he had shot.
-It's also faster than using a knife -Dan said. He took a brand new package of cigarrettes from a pocket inside his jacket, and lighted one up.
The gleaming thing that had catched Paul's attention was hanging from one of the lower branches of the largest tree. It was one of many wide strips of aluminum foil, hanging like some kind of misplaced Christmas decoration.
-Wanna shoot one, guys? -Dan asked, pointing with the barrel of his gun towards the last, untouched plastic barrel. It had a black plasstic lid on, screwed on in a tight manner.
-What are those? -Paul said, intrigued.
-It's an immigrant watering hole, that's what it is -Sam answered, while reloading his shotgun. -It's so they have an easier time crossing through the desert.
-Some bleeding-heart type must've left them here. We find a couple of those every time we are in the area -Mark added. He kicked around some of the plastic bottles laying in the ground, to check if there were no intact ones.
-Don't go feeling bad about these people, Paul -Sam mentioned, after seeing Paul's face. -They're criminals who have made their choice.
-Yeah, you don't just leave your keys hanging from the front door just so thieves don't cut themselves breaking a window -Dan added, taking a long drag from his cigarrette.
Paul knew that they were right. The persons who had left there must've done it with the best of intentions, but it only helped people that broke the law.
His father used to say that the road to hell is paved with good intentions, that people often did things that they knew were bad only because they somehow justify it to themselves as neccesary for something good down the road.
Paul lifted his gun, took aim at the lower part of the barrel, and squeezed the trigger. A large chunk of the barrel broke off, and the water jetted out with great force at first, but soon it was just a lazy stream.
-Nice shot! -Mark said, putting his left hand on Paul's shoulder.
-Let's wrap it up, guys. We should look around the area, see if there isn't any more of these water holes near -Sam indicated. He grabbed the radio he had hanging from a clip on his belt, and started talking into it. -Base, we found us an illegal well. Over.
The base was in Mike's house, with Mike as their operator. She had drawn the short straw earlier that day, before everyone headed out. This suited her well, since even though he loved going out on patrol duty, she had found it more and more difficult to rest well in the cold, hard ground instead of her comfy bed.
The duties of the person who was at the base included keeping a record in their movements by drawing in a large, old map that was kept at the dining table, making sure every team made updates about their condition ever hour, and making sure someone could call 911 in case of an emergency.
They also had the very important duty of keeping everyone out of trouble with official law enforcement. They were supposed to do their watching out for illegal immigrants within the limits of Mike's property and the nearby national park area, and just inform the proper authorities when they spotted someone.
Mark always brought his police scanner, and the person at the base used it to be informed of the border patrol movements. That way they could cover the areas that the understaffed border forces couldn't, and be more effective about their activities.
Paul was about to get back inside the truck, when Mark pointed at something behind his back.
-Look at that -Mark said. He was pointing towards a small figure in the hills that were some distance from them. -Didn't know there were any coyotes around.
When Paul turned to see him, all he could catch was a glimpse of the animal running away, hiding behind some large rocks.
-It's so weird that the shots didn't scare him away -Mark added. He was already sitting down in the backseat of the truck.
Paul remained silent all during the rest of the patrol. They didn't find any more spots with water drums and bottles. While the others felt a bit dissapointed, Paul felt a bit glad. Even though he knew that shooting them was the right thing to do, the whole thing was bothering him some.
It was almost one o'clock in the afternoon when they went back to the meeting spot to eat with the others, and Rich and Nick heard about his deed.
-I just didn't came to shoot drums full of water, guys -Paul said, after finishing the soggy sandwich.
-Well, we have some good news, then. Tonight we will do something much, much better than that -Nick announced, smiling like a child full of anticipation.
-We'll be doing some proper law enforcement, that's what -Rich revealed, clapping once with his hands with excitement. -Try and get some rest, we need to be sharp, and I mean SHARP for tonight.
-Great -Paul commented. He wondered what the plan would be, but before he could ask them about it, his friends had gone back to trying to make sense of the instructions for their tent.
Whatever it would be, he hoped it would be good.
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