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UPDATE: Diciembre 1, 2008 00:22 hrs.

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Let's Play Persona 3
The Onion: La mejor fuente de noticias de América
Imaginemos la nación perfecta: La mayoría de la gente estaría de acuerdo en que sería una nación en la que todos pudieran tener un empleo muy bien pagado, que les permitiera rodearse de lujos; incluso que no hubiera impuestos, y aún así el gobierno pudiera proveer a su pueblo con un nivel de vida envidiable para el resto del mundo, otorgando de manera gratuita educación hasta nivel universitario, servicios médicos e incluso viajes al extranjero. Y para hacerlo aún mejor, esta justo al lado del mar, donde podremos ir en cualquier momento a tomarnos una bebida en la playa.
La pequeña isla de Nauru, en el Pacífico Sur, tuvo la oportunidad de experimentar un nivel de prosperidad como ningún país ha podido hasta ahora. La isla contaba con vastas reservas de fosfatos, usados en la agricultura de todo el mundo como fertilizantes.
La isla fue descubierta por balleneros ingleses en 1798, siendo llamada Pleasant Island (Isla Placentera) debido a su agradable clima y a la hospitalidad de los habitantes. La isla fue anexada por los alemanes en 1888, tras lo cual la gobernaron hasta el final de
A partir de 1968, la isla se volvió independiente, y los isleños crearon la “Nauru Phosphate Corp.”, una empresa paraestatal dedicada a la explotación del abundante recurso natural, cuyos dividendos administraba el recién creado gobierno en beneficio de los habitantes de la isla. Esto se tradujo en que los nauruanos tuvieran dinero para dar y regalar: importaban autos deportivos (a pesar de que solo hay una carretera en la isla), llenaban sus casas de caros electrodomésticos y viajaban a la vecina Australia para vacacionar y adquirir más bienes. Si los médicos de la isla no podían tratarlos, eran llevados a Sydney, Australia, con todos los gastos pagados por el gobierno.
Sin embargo, la explotación de los fosfatos estaba destruyendo la ecología de la isla: las máquinas excavaban por doquier, extrayendo los minerales del limitado terreno, derribando árboles, desplazando a los animales nativos y contaminando con los residuos de las excavaciones. Mientras tanto, el gobierno iniciaba una serie de desastrosas inversiones en el extranjero, lo que aunado al derroche de sus habitantes, acabaría por llevarlos a la quiebra.
Para cuando los isleños se dieron cuenta de que estaban en problemas, ya era demasiado tarde: los fosfatos casi se han agotado, el 80% de la isla esta devastado debido a las excavaciones, la corrupción y las malas gestiones les dejaron casi sin dinero; y para colmo, sufren del mayor índice de obesidad y diabetes en el mundo, como resultado de las importaciones de alimentos extranjeros subsidiados por el gobierno.
Ante tales problemas, los nauruanos han tratado de encontrar nuevas fuentes de ingresos: su país se volvió un “paraíso fiscal”, ideal para el lavado de dinero, hasta que protestas de otros países los hicieron emprender reformas. Australia ofreció un acuerdo que haría que los extranjeros buscando asilo en Australia fueran retenidos en la isla hasta resolver su situación legal a cambio de ayuda económica, el cual estuvo en vigor del 2001 al 2007, tras lo cual llegó a su fin.
El ejemplo de la nación de Nauru acaso sea una advertencia acerca de los peligros de confiar la suerte de todo un pueblo a un recurso natural no renovable, de no preocuparse por administrar la riqueza como es debido, de dejarse llevar por la ambición presente sin tener en cuenta el mañana o de cómo no se debe descuidar el medio ambiente que nos rodea. Todas importantes lecciones ha ser tomadas en cuenta por los demás países de este mundo.
Para saber más:
“Fue un verdadero error, algo terrible. Mi curiosidad me jaló al principio, y luego me gustó. Aprendían rápido, sin hacer preguntas. Era más fácil ser maestro.”
Los buenos estudiantes no hacen preguntas.
El Maestro caminaba despreocupado. Su guardia personal se aseguraba de que estuviera seguro. De vez en cuando, algún miembro de su movimiento se acercaba para darle información acerca de posibles infractores entre su gente. El Maestro entonces dispensaba un veredicto rápido y efectivo: el exilio. Y si nadie se acercaba para denunciar a algún compañero, de manera simple e igual de efectiva seleccionaba un nombre al azar de una lista ya preparada, aún si el “acusado” no había dado muestra alguna de salirse de la línea del movimiento.
¿Dónde ocurría todo esto? ¿En algún estado comunista de los años ochenta? ¿Alguna república sudamericana de los 70? ¿O es una imagen de algún estado fundamentalista del Medio Oriente?
El lugar era la escuela Preparatoria de Cubberly en Palo Alto, California, en el año de 1967. Los integrantes del movimiento eran estudiantes de preparatoria, y el maestro era Ron Jones, en su primer año como docente.
Todo esto se originó a causa de una clase de estudios sociales que impartía: un alumno le preguntó acerca de la responsabilidad del pueblo alemán en la ascensión al poder del partido Nazi y sus políticas. Para hacer que comprendieran mejor, decidió simular lo que pasaba en ese entonces en Alemania haciendo que sus estudiantes “siguieran órdenes” por un día.
Al llegar a clases el Lunes siguiente, los estudiantes encontraron que sus pupitres estaban alineados de forma meticulosa, y el salón estaba aún más limpio de lo normal. Las luces estaban a medias, y la música de Wagner sonaba mientras entraban y tomaban su lugar. Jones, que hasta entonces había sido un maestro muy relajado en su forma de ser con los estudiantes, les dijo que podía darles la llave del éxito: Fuerza a través de
Anotó esta frase en grandes letras en su pizarrón, y luego los hizo adoptar una nueva postura para estudiar: la espalda recta, los pies bien plantados en el suelo y las manos detrás de la espalda. También los hizo practicar el entrar al salón de clases lo más rápido posible y asumir la nueva posición, logrando un tiempo de menos de treinta segundos.
Para el final del primer día, Jones dictó algunas reglas: Tendrían que estar sentados derechos antes de que sonara el segundo campanazo, tendrían que pararse para contestar sus preguntas con tres palabras o menos, y tendrían que dirigirse a él como “Sr. Jones”.
Jones pensó que al día siguiente la clase volvería a ser la de siempre, una vez que se dieran cuenta del paralelo con
Por un momento consideró parar con su experimento, pero luego fue al pizarrón y añadió la frase: Fuerza a través de
Pronto, el movimiento empezó a llamar la atención de toda la escuela. Estudiantes de otras clases dejaban sus salones para ir al de Jones, y pronto tuvo a sesenta estudiantes en su salón. Entonces pasó a la siguiente fase: Fuerza a través de
Para entonces Jones ya disfrutaba de una guardia personal, ya que había establecido que si a algún estudiante no le gustaba como dirigía la clase, solo debía quitarlo de la posición de poder, ya fuera incitando a los demás a iniciar elecciones para un nuevo líder, o “asesinándolo”. Pero para contrarrestar esto, Jones tenía una “policía secreta” que le informaba de las intenciones de estos, y se aseguraba de que todos siguieran las reglas, que ahora incluían las áreas por las que podían transitar libremente o con que personas asociarse.
Se dieron casos como el de un estudiante, que llevando una pistola de juguete a la escuela para “asesinar” a Jones, le comentó el plan a sus amigos. Jones se enteró por medio de uno de ellos y dio un discurso recordando a los estudiantes la pena por tal traición, lo que hizo que el estudiante abandonara el plan. Pero para los estudiantes que querían cambiar la dirección del movimiento por otros medios, había otros problemas aparte: Jones cambiaba las reglas de manera constante, de tal manera que siempre siguiera en el poder.
Para el quinto día, el movimiento había alcanzado una enorme dimensión, sin llamar mucho la atención de los padres y educadores del instituto. Jones se la había pasado esperando que alguien llegara y le preguntara que diablos hacía, para así poder decir a sus estudiantes: “Miren lo que están haciendo, se han convertido en fascistas”, pero nadie lo hizo. Algunos padres prohibieron a sus hijos el participar, pero como siempre sucede, esto solo los hizo querer aún más el ser parte del movimiento.
Jones decidió terminar con el experimento de manera definitiva. Llevó a sus leales estudiantes al auditorio, donde les reveló que
Sentados con las espaldas bien rectas, los estudiantes miraban con atención un televisor puesto enfrente de ellos, mientras Jones apagaba la luz.
En la pantalla no apareció más que estática. Al cabo de varios minutos, los estudiantes empezaron a mostrarse nerviosos, hasta que Jones apagó el televisor, y se dirigió a ellos, diciéndoles la verdad: No había un líder, no existía un movimiento nacional. Habían sido manipulados y usados, cambiando su libertad por el pensamiento de que eran mejores que aquellos que no eran parte del movimiento. Pensaban que era un juego, y que podían salir en cualquier momento.
Jones entonces les mostró una proyección del Rally de Nuremberg, de las marchas del partido Nazi, los campos de concentración. Al finalizar, les explicó que ninguno de ellos era mejor que los ciudadanos de
“Nos habríamos puesto el uniforme, vuelto la cara cuando persiguieran a nuestros amigos y vecinos, trabajado en las fábricas y quemado libros… El fascismo no es algo que hace otra gente…es algo que llevamos dentro todos, la creencia de que la gente es malvada e incapaz de portarse bien los unos con los otros. De que es necesario un líder fuerte y disciplina para preservar el orden social…Si este ejercicio refleja la mentalidad fascista, ninguno de ustedes admitirá haber sido parte de esto…haber estado dispuesto a cambiar su libertad personal por las órdenes y un líder.”
Los estudiantes quedaron en estado de shock. Algunos lloraban, y empezaron a salir del auditorio de manera lenta, tratando de comprender lo que había pasado. En los años siguientes, ninguno admitió haber sido parte de
Al saber de esta experiencia, muchos calificaron a Jones de irresponsable, pero varios de sus antiguos alumnos admiten que fue una experiencia reveladora, de lo fácil que era caer en las garras del fascismo, y de cómo es posible que esto ocurra, aún entre gente con una educación alta y viviendo en un país democrático, en cualquier época, en cualquier lugar donde la gente este dispuesta a dejar de lado las libertades personales a cambio de promesas de orden y un sentimiento de superioridad.
La tarde del cuatro de Junio del 2004, el pueblo de Granby, en el estado de Colorado, vio rota su tranquilidad de manera súbita. Ninguno de los mil quinientos veinticinco habitantes de este pequeño pueblo del oeste de los Estados Unidos hubiera podido prever la devastación que les esperaba. Una vez se hubo asentado el polvo, trece edificios habían sido destruidos o dañados de manera severa; una docena de vehículos convertidos en chatarra, y una sola víctima: Marvin Heemeyer.
¿Qué tal si vamos por unas chelas?
Marvin, de cincuenta y dos años y propietario de una tienda de mofles en las afueras de la ciudad, era según sus amigos y parientes, un hombre agradable, siempre dispuesto a ayudar; pero también alguien que no querrías tener de enemigo. Excelente soldador y operario de maquinaria pesada, se había mudado al pueblo diez años antes del incidente, para abrir su negocio.
Marvin terminó vendiendo su propiedad a una compañía recolectora de basura, la cual le dio un plazo de seis meses para retirarse de la propiedad. Fue durante este tiempo que dio los toques finales al que sería el instrumento de su venganza.
Excelente para quitar a los que estacionan en doble fila.
Él había comprado un bulldozer (Komatsu D355A) con la intención de abrir un nuevo camino a su tienda, pero le fue denegado el permiso. Una vez que vio que no conseguiría sus propósitos por medio de la ley, fue que puso manos a la obra. Construyó una armadura de concreto y acero, la cual cubría la cabina, el motor y parte de las orugas del vehículo. Añadió cámaras de video y monitores a la cabina, junto con ventiladores que lo mantendrían fresco mientras lo condujera. Comida y agua suficientes completaban el equipo con el que llevaría a cabo su plan. La cabina fue soldada desde el interior: una vez que hubo entrado, no tenía intención de salir.
En sus notas, Marvin Heemeyer comenta: “Es interesante como nunca me atraparon. Fue un proyecto de medio tiempo durante un tiempo de año y medio.” Y de otras muchas instancias en las que estuvo a punto de ser descubierto.
Lo que siguió fue destrucción a gran escala, como nunca habían presenciado los habitantes del pequeño pueblo: la fábrica de cemento y el ayuntamiento fueron dos de los varios blancos de la furia destructiva del otrora vendedor de mofles. Otros blancos fueron las propiedades de los funcionarios y negocios de otras personas con las que había tenido disputas.
La policía y los servicios de emergencia no podían parar la estela de devastación que dejaba tras de sí en su máquina blindada. Doscientos disparos y tres explosiones no hicieron mella al blindaje del vehículo, que avanzaba a un paso lento por entre las calles, seguido por oficiales de policía a pie. Incluso intentaron detenerlo usando otro vehículo de construcción, pero no fue rival para el pesado bulldozer.
Muere el hombre. Nace la leyenda.
Al final, el vehículo se detuvo por una falla del radiador. Fue cuando murió la única víctima de este episodio, el mismo Heemeyer, quien se suicidó usando una escopeta que tenía en el interior de la cabina. Su cuerpo hubo de ser removido por medio de una grúa, después de que las autoridades abrieron un agujero en la armadura usando sopletes.
Es de notar que en medio de toda esta destrucción, no hubo ninguna otra víctima o herido: los testigos describían como el conductor parecía esquivar y esperar a que la gente se quitara de su camino.
El ataque provocó opiniones divididas entre los pobladores, debido a que era de todos conocidos el pleito entre Heemeyer y los funcionarios. Pero esto dio paso a un sentimiento de solidaridad entre ellos, quienes llevaron a cabo colectas y eventos para reconstruir los edificios dañados.
El bulldozer fue confiscado por la ciudad, con el propósito de desmantelarlo y desperdigar las partes, para evitar que admiradores de su constructor y coleccionistas pudieran llevarse partes con las cuales glorificar el horrible ataque.
A cuatro años del incidente, los pobladores buscan continuar con sus vidas y olvidar el dramático episodio que les tocó atestiguar, esperando que el suceso se desvanezca un día de la mente del público, y en especial de la gente que, como Marvin, tienen los medios y la motivación para llevar a cabo sus planes en contra de aquellos que tienen la desgracia de ganarse su enemistad.
Para saber más: