martes, 30 de septiembre de 2008

Akumetsu: Vendetta Fiscal


¡Ay, nanita!

De los autores Yoshiaki Tabata (escritor) y Yuki Yogo (dibujante) nos llega esta historia de un joven justiciero que busca acabar con el mal que esta destruyendo a su nación: La recesión, el endeudamiento público y la ruina de las pequeñas y medianas empresas por tasas de interés altísimas.

No, leyeron bien. En vez de ir tras de ladrones de autos, carteristas, violadores o narcotraficantes, Akumetsu va tras los verdaderos criminales: presidentes de bancos, políticos y financieros que amasan sus fortunas a costa de los ahorros y las empresas de la clase media.

Por fin, alguien que defienda al Presidente... digo, Primer Ministro.

Shou Hazama es un estudiante de 3º de Preparatoria, en un Japón del siglo XXI que ha sido llevado a la recesión financiera, gracias a una deuda de 700 trillones de yens (6.6857 trillones de dólares, vaya) causada por las desastrosas políticas financieras de los bancos y sus aliados políticos que buscan mantener su opulento estilo de vida a como dé lugar.

Como el mismo Shou dice "Si tuvieras el poder de salvar a tus amigos y vecinos del mal, ¿lo harías?". Shou decide que sí lo haría, y elige ir tras de los responsables de la ruina no solo de sus seres queridos, sino de su país entero.

¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquéllos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! -Pulp Fiction, 1992

Usando una máscara de aspecto demoníaco y diversas (y a veces payasas) formas de asesinato, Shou empieza con su reino de terror sobre las altas esferas financieras, llegando en ocasiones a sacrificar su vida para asegurarse de que solo aquel que es el culpable reciba su justo castigo. Para esto, Shou cuenta con un superpoder (como el mismo dice, como los superhéroes de la tele y los mangas) que le permite morir cuantas veces quiera, y volver como si nada para ir tras su próximo blanco.

Todo esto con el objetivo de acabar con la oposición a las reformas que el Primer Ministro de turno quiere emprender, pero que no ha podido por falta de apoyo político y la obstrucción de aquellos que no quieren cambiar nada para seguir enriqueciéndose de manera obscena.

No te hagas el valiente, tú también te harías del susto.

La historia es más compleja de lo que parece a simple vista, ya que hay varias partes donde Shou se da vuelo explicando las complejidades de las políticas monetarias y fiscales, y como estas han repercutido en la mala fortuna para el grueso de sus habitantes, y como las víctimas de sus ejecuciones son los responsables de la muerte y la ruina de mucha gente, aún cuando lo único que hagan sea negar un préstamo o subir el interés de uno ya acordado.

Podría decirse que es una mezcla de V for Vendetta, Batman y Punisher, pero la historia tiene un estilo muy personal que la diferencia de todas ellas.

Orita vuelvo, voy por mi Wall Street Journal a la esquina.

El arte es muy expresivo, sobretodo a la hora de mostrar como Shou se convierte en todo un demonio al ponerse la máscara de Akumetsu y a la hora de dispensar justicia ejecutando a los malvados banqueros, a los cuales antes de matar les hace comprender el motivo de su muerte por medio de preguntas que destapan la hipocresía con la que buscan distanciarse de la ruina que causan en el transcurso de su trabajo. Los escenarios son muy detallados, y las secuencias de acción son muy buenas.

Tampoco tratan de disfrazar la violencia de Akumetsu; si no fuera porque esta impreso en blanco y negro, el color que más predominaría sería el rojo. Y en varios comentarios al final de los capítulos, el autor te recuerda que en sí, Akumetsu no es un verdadero héroe ni un ejemplo a seguir, ya que está usando la violencia para lograr lo que quiere.

Una serie que les recomiendo mucho, si los problemas fiscales y económicos les hacen querer un justiciero que los resuelva de manera rápida y brutal.

Para saber más:
Capítulos de Akumetsu en One Manga (inglés)
Reseña en El Rincón del Manga
Reseña en Oxigenstar.com

martes, 23 de septiembre de 2008

Nauru: El Paraíso Perdido

Imaginemos la nación perfecta: La mayoría de la gente estaría de acuerdo en que sería una nación en la que todos pudieran tener un empleo muy bien pagado, que les permitiera rodearse de lujos; incluso que no hubiera impuestos, y aún así el gobierno pudiera proveer a su pueblo con un nivel de vida envidiable para el resto del mundo, otorgando de manera gratuita educación hasta nivel universitario, servicios médicos e incluso viajes al extranjero. Y para hacerlo aún mejor, esta justo al lado del mar, donde podremos ir en cualquier momento a tomarnos una bebida en la playa.

La pequeña isla de Nauru, en el Pacífico Sur, tuvo la oportunidad de experimentar un nivel de prosperidad como ningún país ha podido hasta ahora. La isla contaba con vastas reservas de fosfatos, usados en la agricultura de todo el mundo como fertilizantes.


Si el Paraíso es tan chico, con razón muchos nos vamos a ir al Infierno.

La isla fue descubierta por balleneros ingleses en 1798, siendo llamada Pleasant Island (Isla Placentera) debido a su agradable clima y a la hospitalidad de los habitantes. La isla fue anexada por los alemanes en 1888, tras lo cual la gobernaron hasta el final de la Primera Guerra Mundial en 1919. Fue en 1900 que se descubrió que la isla estaba encima de la mayor reserva de fosfatos de todo el mundo, y empezó su extracción.


A partir de 1968, la isla se volvió independiente, y los isleños crearon la “Nauru Phosphate Corp.”, una empresa paraestatal dedicada a la explotación del abundante recurso natural, cuyos dividendos administraba el recién creado gobierno en beneficio de los habitantes de la isla. Esto se tradujo en que los nauruanos tuvieran dinero para dar y regalar: importaban autos deportivos (a pesar de que solo hay una carretera en la isla), llenaban sus casas de caros electrodomésticos y viajaban a la vecina Australia para vacacionar y adquirir más bienes. Si los médicos de la isla no podían tratarlos, eran llevados a Sydney, Australia, con todos los gastos pagados por el gobierno.


Sin embargo, la explotación de los fosfatos estaba destruyendo la ecología de la isla: las máquinas excavaban por doquier, extrayendo los minerales del limitado terreno, derribando árboles, desplazando a los animales nativos y contaminando con los residuos de las excavaciones. Mientras tanto, el gobierno iniciaba una serie de desastrosas inversiones en el extranjero, lo que aunado al derroche de sus habitantes, acabaría por llevarlos a la quiebra.


Así también estaría México si dependiera de un solo recurso natural.

Para cuando los isleños se dieron cuenta de que estaban en problemas, ya era demasiado tarde: los fosfatos casi se han agotado, el 80% de la isla esta devastado debido a las excavaciones, la corrupción y las malas gestiones les dejaron casi sin dinero; y para colmo, sufren del mayor índice de obesidad y diabetes en el mundo, como resultado de las importaciones de alimentos extranjeros subsidiados por el gobierno.


Ante tales problemas, los nauruanos han tratado de encontrar nuevas fuentes de ingresos: su país se volvió un “paraíso fiscal”, ideal para el lavado de dinero, hasta que protestas de otros países los hicieron emprender reformas. Australia ofreció un acuerdo que haría que los extranjeros buscando asilo en Australia fueran retenidos en la isla hasta resolver su situación legal a cambio de ayuda económica, el cual estuvo en vigor del 2001 al 2007, tras lo cual llegó a su fin.


¡A buscar más pétroleo! Quiero decir, ¡fosfatos!

El ejemplo de la nación de Nauru acaso sea una advertencia acerca de los peligros de confiar la suerte de todo un pueblo a un recurso natural no renovable, de no preocuparse por administrar la riqueza como es debido, de dejarse llevar por la ambición presente sin tener en cuenta el mañana o de cómo no se debe descuidar el medio ambiente que nos rodea. Todas importantes lecciones ha ser tomadas en cuenta por los demás países de este mundo.


Para saber más:

Entrada de Nauru en CIA The World Factbook

Reporte económico del Asian Development Bank (PDF)

miércoles, 3 de septiembre de 2008

La Tercera Ola: Los niños de California

“Fue un verdadero error, algo terrible. Mi curiosidad me jaló al principio, y luego me gustó. Aprendían rápido, sin hacer preguntas. Era más fácil ser maestro.”


Los buenos estudiantes no hacen preguntas.


El Maestro caminaba despreocupado. Su guardia personal se aseguraba de que estuviera seguro. De vez en cuando, algún miembro de su movimiento se acercaba para darle información acerca de posibles infractores entre su gente. El Maestro entonces dispensaba un veredicto rápido y efectivo: el exilio. Y si nadie se acercaba para denunciar a algún compañero, de manera simple e igual de efectiva seleccionaba un nombre al azar de una lista ya preparada, aún si el “acusado” no había dado muestra alguna de salirse de la línea del movimiento.


¿Dónde ocurría todo esto? ¿En algún estado comunista de los años ochenta? ¿Alguna república sudamericana de los 70? ¿O es una imagen de algún estado fundamentalista del Medio Oriente?


El lugar era la escuela Preparatoria de Cubberly en Palo Alto, California, en el año de 1967. Los integrantes del movimiento eran estudiantes de preparatoria, y el maestro era Ron Jones, en su primer año como docente.


¿Si todos los nazis se tiraran de un puente, lo harías tu también?

Todo esto se originó a causa de una clase de estudios sociales que impartía: un alumno le preguntó acerca de la responsabilidad del pueblo alemán en la ascensión al poder del partido Nazi y sus políticas. Para hacer que comprendieran mejor, decidió simular lo que pasaba en ese entonces en Alemania haciendo que sus estudiantes “siguieran órdenes” por un día.


Al llegar a clases el Lunes siguiente, los estudiantes encontraron que sus pupitres estaban alineados de forma meticulosa, y el salón estaba aún más limpio de lo normal. Las luces estaban a medias, y la música de Wagner sonaba mientras entraban y tomaban su lugar. Jones, que hasta entonces había sido un maestro muy relajado en su forma de ser con los estudiantes, les dijo que podía darles la llave del éxito: Fuerza a través de la Disciplina.


Anotó esta frase en grandes letras en su pizarrón, y luego los hizo adoptar una nueva postura para estudiar: la espalda recta, los pies bien plantados en el suelo y las manos detrás de la espalda. También los hizo practicar el entrar al salón de clases lo más rápido posible y asumir la nueva posición, logrando un tiempo de menos de treinta segundos.


Para el final del primer día, Jones dictó algunas reglas: Tendrían que estar sentados derechos antes de que sonara el segundo campanazo, tendrían que pararse para contestar sus preguntas con tres palabras o menos, y tendrían que dirigirse a él como “Sr. Jones”.


Jones pensó que al día siguiente la clase volvería a ser la de siempre, una vez que se dieran cuenta del paralelo con la Alemania Nazi. Pero grande fue su sorpresa al ver que sus estudiantes seguían con la mentalidad del día anterior, sentados de manera militar, listos a recibir sus órdenes.


Confía en mí, todo lo hago por tu bien.

Por un momento consideró parar con su experimento, pero luego fue al pizarrón y añadió la frase: Fuerza a través de la Comunidad. Les dio un discurso acerca de su significado, de cómo la comunidad es algo más grande que uno mismo, algo deseable. Al acabar, les mostró el saludo que deberían hacer al verlo a él o a otro miembro de la clase: Levantar la mano hacia el hombro, con la palma curveada, simulando una ola. Lo justificó con la creencia de que la tercera ola en una serie de tres es la más alta. Con esto, su movimiento quedó nombrado como La Tercera Ola.


Pronto, el movimiento empezó a llamar la atención de toda la escuela. Estudiantes de otras clases dejaban sus salones para ir al de Jones, y pronto tuvo a sesenta estudiantes en su salón. Entonces pasó a la siguiente fase: Fuerza a través de la Acción. Los estudiantes entonces hicieron carteles y bandas para los brazos, y debían hacer publicidad al movimiento a lo largo de toda la escuela. Para el final del día había un enorme cartel en la biblioteca y 200 nuevos miembros para el movimiento.


Para entonces Jones ya disfrutaba de una guardia personal, ya que había establecido que si a algún estudiante no le gustaba como dirigía la clase, solo debía quitarlo de la posición de poder, ya fuera incitando a los demás a iniciar elecciones para un nuevo líder, o “asesinándolo”. Pero para contrarrestar esto, Jones tenía una “policía secreta” que le informaba de las intenciones de estos, y se aseguraba de que todos siguieran las reglas, que ahora incluían las áreas por las que podían transitar libremente o con que personas asociarse.


Se dieron casos como el de un estudiante, que llevando una pistola de juguete a la escuela para “asesinar” a Jones, le comentó el plan a sus amigos. Jones se enteró por medio de uno de ellos y dio un discurso recordando a los estudiantes la pena por tal traición, lo que hizo que el estudiante abandonara el plan. Pero para los estudiantes que querían cambiar la dirección del movimiento por otros medios, había otros problemas aparte: Jones cambiaba las reglas de manera constante, de tal manera que siempre siguiera en el poder.

Para el quinto día, el movimiento había alcanzado una enorme dimensión, sin llamar mucho la atención de los padres y educadores del instituto. Jones se la había pasado esperando que alguien llegara y le preguntara que diablos hacía, para así poder decir a sus estudiantes: “Miren lo que están haciendo, se han convertido en fascistas”, pero nadie lo hizo. Algunos padres prohibieron a sus hijos el participar, pero como siempre sucede, esto solo los hizo querer aún más el ser parte del movimiento.

Un líder fuerte, que nos salve de los socialistas y su medicina socializada.

Jones decidió terminar con el experimento de manera definitiva. Llevó a sus leales estudiantes al auditorio, donde les reveló que La Tercera Ola era más que un ejercicio o un juego: era un movimiento nacional, y más de mil grupos a lo largo del país se levantarían al iniciar un evento al mediodía en el que apoyarían a un candidato presidencial que anunciaría un programa juvenil de La Tercera Ola, para traer al país “un nuevo sentimiento de orden, comunidad, orgullo y acción.”


Sentados con las espaldas bien rectas, los estudiantes miraban con atención un televisor puesto enfrente de ellos, mientras Jones apagaba la luz.


En la pantalla no apareció más que estática. Al cabo de varios minutos, los estudiantes empezaron a mostrarse nerviosos, hasta que Jones apagó el televisor, y se dirigió a ellos, diciéndoles la verdad: No había un líder, no existía un movimiento nacional. Habían sido manipulados y usados, cambiando su libertad por el pensamiento de que eran mejores que aquellos que no eran parte del movimiento. Pensaban que era un juego, y que podían salir en cualquier momento.


Jones entonces les mostró una proyección del Rally de Nuremberg, de las marchas del partido Nazi, los campos de concentración. Al finalizar, les explicó que ninguno de ellos era mejor que los ciudadanos de la Alemania de ese entonces.


“Nos habríamos puesto el uniforme, vuelto la cara cuando persiguieran a nuestros amigos y vecinos, trabajado en las fábricas y quemado libros… El fascismo no es algo que hace otra gente…es algo que llevamos dentro todos, la creencia de que la gente es malvada e incapaz de portarse bien los unos con los otros. De que es necesario un líder fuerte y disciplina para preservar el orden social…Si este ejercicio refleja la mentalidad fascista, ninguno de ustedes admitirá haber sido parte de esto…haber estado dispuesto a cambiar su libertad personal por las órdenes y un líder.”


Los estudiantes quedaron en estado de shock. Algunos lloraban, y empezaron a salir del auditorio de manera lenta, tratando de comprender lo que había pasado. En los años siguientes, ninguno admitió haber sido parte de La Tercera Ola.


Al saber de esta experiencia, muchos calificaron a Jones de irresponsable, pero varios de sus antiguos alumnos admiten que fue una experiencia reveladora, de lo fácil que era caer en las garras del fascismo, y de cómo es posible que esto ocurra, aún entre gente con una educación alta y viviendo en un país democrático, en cualquier época, en cualquier lugar donde la gente este dispuesta a dejar de lado las libertades personales a cambio de promesas de orden y un sentimiento de superioridad.


Para saber más:
Artículo de Wikipedia en inglés
The Wave, película basada en estos hechos
Relato del suceso por Ron Jones
Sitio de Ron Jones